La llave del espejo
Por Abril Borka , alumna de Colegio Barker de
Temperley , Pcia Bs.As.
Antes de salir
del cuarto, la impostora dirigió a Martina una sonrisa malévola. Ver su propio rostro
de ese modo, como nunca lo había hecho, le puso la piel de gallina. Desde el
espejo podía observarse la ventana. Y lo que sucedía abajo. Y se veía a ella
misma, esto era aterrador.
La impostora
salió del hotel con sus valijas. Martina notó que por un instante esa mujer,
que era ella, sostuvo la mirada ante los administradores de la posada, la
pareja siniestra, pero nadie dijo nada. Como si hablaran un idioma invisible.
Como si ya todo estuviera dicho. Le pareció sentir una fuerte tensión, pero se rompió
cuando se abrazaron. Y así la impostora subió al mismo vehículo que la
había traído a ella, sin mirar atrás; no
lo necesitaba.
¿Cómo había
llegado ahí? ¿Cómo había sido atrapada?
Y recordó…
Al despertar se
cambió. Fue entonces cuando descubrió, al lado de la cama, en una pequeña
mesita, una copa de algo que parecía ser vino. Los administradores la habían
dejado ahí. Debajo, había una pequeña nota:
“Copa de
bienvenida: Un vino antiguo y muy caro de frambuesa. Cuenta la tradición que
debes tomar un sorbo la primera mañana, porque quien lo hace, deja su alma en
este hermoso lugar y es como si no se fuera nunca. Además siempre tendría
suerte”
Martina necesitaba suerte, ¿quién no? ¡y estaba de vacaciones!, de modo que bebió un sorbo de la copa. La sorprendió el gusto, agrio para ser frambuesa y, sin querer, no pudo evitar volcar parte del contenido en su camisa. Fue entonces cuando vio el espejo. Un extraño espejo. Muy antiguo. Hubiera jurado que antes no estaba ahí. Muy profundo en su interior. Oyó una voz, una señal de alarma que le decía que no debía mirarse en él; pero no le hizo caso. Después de todo ¿qué podría pasar? Se acercó despacio…
El espejo la atrapó en el primer reflejo. Era una trampa. Y ya no pudo salir.
Después de un
tiempo, era en vano seguir gritando y golpeando el vidrio desde dentro. Decidió
calmarse y explorar. Tal vez podría encontrar una salida. El interior de ese
lugar le parecía enorme. Solo veía agua debajo de sus pies, era como un mar de
mercurio, como otro espejo. La única opción era seguir y explorar, explorar
Al poco tiempo
de caminar, Martina encontró un pueblo. Salieron algunas personas, que le
dieron la bienvenida amablemente.
- ¡Aquí hay
otra! ¡Ya son tres este mes! -dijo un joven que se acercaba a recibirla-
¡Hola! Mi nombre es José.
- ¡Hola! ¿Qué es
este lugar? – preguntó Martina
- Esta es “La
Capital de los Espejos”. Nadie sabe su verdadero nombre, así le decimos
nosotros, - le contestó sonriendo-. Era como de su edad, alto, de pelo negro,
ojos claros y bastante buen mozo.
- ¿Cómo es que
terminé aquí?
- Tu alma fue
absorbida con la ayuda de… ¿Cómo se llaman ahora? Ahhh sí… Roberto y Silvia.
Los más leales sirvientes del espejo. No sabemos cómo llegamos. Ni como
escapar. La única certeza es que estamos presos. Algunos, desde hace siglos.
¿Dónde fuiste atrapada? ¿Una cueva de una montaña? ¿Una habitación oscura de un
museo? ¿Una posada alejada, en el medio de la nada? -Martina asintió- Cambian las formas, -prosiguió el joven- no
obstante el espejo es el mismo, igual
que sus sirvientes… Pero llegaste en el momento indicado –dijo, mirándola de
arriba abajo, al parecer le gustaba lo que veía-, en pocos minutos está por
empezar una reunión. Nunca llegamos a nada, sin embargo, servirá para
presentarte a los otros.
Mientras tanto,
el tiempo transcurría más rápido afuera. La impostora había tomado el lugar de
Martina. De algún modo, había entrado en su cabeza mientras dormía y sabía de
ella todo lo que necesitaba. Llegó a su casa y saludó amablemente a sus padres
y hermanos, como solía hacerlo ella. Solo la madre pareció notar, en su
sonrisa, una mueca extraña, fuera de lo común; pero la asoció al cansancio. Sin
embargo, Denver, el perro, la miraba con decidida desconfianza y le gruñía.
En la reunión
había unas cuarenta personas. Todas estaban vestidas diferentes. Algunas con
trajes bastante antiguos. Fue presentada y aplaudida. Y también mirada con
lástima y resignación. Aprendió allí todo lo que había que aprender. Un
universo nuevo, detrás de un espejo. Los espejos son las puertas. Un lugar
donde no pasa el tiempo. Todos tienen la misma edad que cuando fueron
absorbidos. Aprendió que existen otros
pueblos como La Capital de los Espejos. Tanto o más grandes que él. Cada pueblo
estaba formado con las personas que había absorbido el espejo. La gente allí hablaba en lenguas extrañas. Al
parecer, existían más espejos mágicos en otros lugares y tiempos. Y se contaba
que, incluso, más allá de la montaña más lejana, había un pueblo de seres
extraños. Tal vez los primeros habitantes del mundo. O extraterrestres. Por último,
y lo más inquietante de todo, aprendió que no se puede escapar de esa prisión. Solo una persona escapó, contaba una vieja leyenda,
hacía unos cinco mil años: una mujer,
sin embargo, la forma en que lo logró seguía siendo un misterio.
Martina les contó
cómo había llegado.
- ¿Dices que te
dieron algo de tomar? - averiguó José- Al parecer solo funciona si bebes cierto
líquido, disfrazado en el vino u otra bebida.
- Sí. ¡Fue vino!
¡De frambuesa! Incluso me manché un poco con unas gotas la camisa. Era rojo.
- ¡Déjame ver
eso! -dijo, acercándose a la camisa
manchada, lo que incomodó un poco a Martina- Es cierto. ¡Incluso está fresca!
¿Te molestaría quitarte la camisa? No aquí, por supuesto. ¡Luisaaa! –gritó el
joven agitado y contento- Llévala a la casa y dale algo de ropa. Necesito esa
camisa. Tal vez tenga la clave para salir de aquí… Los otros lo miraban sin entender nada. Martina
también. Al parecer la reunión había finalizado.
Luisa era la hermana de José y llevó a
Martina a su casa. Le dio una blusa floreada, muy hermosa, en lugar de la
camisa manchada. La invito a cenar con ella y también a quedarse. Había una
habitación vacía. Martina comió con
Luisa. Y después se fue a dormir. Estaba rendida. Así pasó la primera noche
dentro del espejo. Pero no podía dejar de pensar en el joven que la había
recibido.
José no había dormido en toda la noche.
Antes de ser absorbido con su hermana en la misma cabaña que Martina, treinta
años antes, había sido químico. Estaba entusiasmado por utilizar sus
conocimientos en esa mancha.
Durante la mañana siguiente, Martina fue a ver al químico a su
improvisado laboratorio, en el sótano de
la casa. Estaba exaltado y feliz. Ella lo estuvo mirando trabajar, sin
descanso, por un rato. En silencio. Y había decidido que le gustaba lo que
veía.
- Martina.
¡Estabas ahí! – le dijo con una sonrisa dulce- Ven aquí. ¡Mira esto!
Ella se acercó
hasta el microscopio y observó la muestra mientras José le hablaba, muy cerca.
Casi al oído.
- ¿Ves esa
mancha? Intenta secarla. ¿No puedes?
¡Claro que no se puede! Esa sustancia entró contigo. Y, como las cosas aquí
nunca envejecen, siempre seguirá fresca, hagas lo que se hagas con ella, esa es
la clave.
- José,
perdóname, pero no entiendo.
- Martina, -dijo
José mirándola a los ojos-, todos hemos bebido un líquido antes de entrar. Al
parecer esa bebida tiene una droga que abre la puerta del espejo. Hasta ahora
nadie había traído consigo una muestra de ese líquido. Hasta que llegaste.
Ahora, puedo analizar esta muestra, que siempre seguirá fresca, y aislar la
sustancia maligna. Y, con suerte, encontrar un antídoto que revierta los
efectos. La idea es usar el mismo espejo por donde entramos para salir. Martina… has logrado lo que nadie hasta
ahora. ¡Nos trajiste la llave del espejo!
Por primera vez, Martina supo que la verdadera
aventura de su vida estaba por comenzar…
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