El reencuentro
Por
Patricia Mansilla, alumna de E.E.P.A 702 . de Balcarce
Maia vivía con su mamá y sus hermanos
menores, casi no recordaba la figura de su padre pues a los tres o quizás
cuatro años, se había ido por esa puerta enorme y nunca más lo había vuelto a
ver. Su mamá trabajaba incansablemente para poder subsistir, por eso ella
dedicaba el tiempo que le quedaba a cuidar con gran responsabilidad a sus
hermanos. Pero además del vacío que había dejado su padre, otro quemaba su
interior y era el no tener ni una sola amiga. Esas almas gemelas que hacen
sentir más leves las penas y más intensas las alegrías. Maia siempre estaba sola en la escuela, en la
calle y en su casa, se ocupaba del
bienestar de sus hermanitos.
Pero en uno de esos interminables días en la
escuela, uno de esos en que otra vez ella se escondería para pasar inadvertida,
apareció aquella personita que cambiaría para siempre su vida. Era una niña
pálida, flaquísima, que se le acercó con su sonrisa brillante, ojitos
destellantes y que sin temer a los que los demás dirían le ofreció una
golosina. Aquello la paralizó, nunca nadie le había ofrecido un regalo y de esa
manera. Ella la miró con sus enormes ojos azules, tomó la golosina y
rápidamente huyó. Esta escena se repitió todos los días durante una semana,
pero el último día, el viernes algo diferente ocurrió. La niña pálida de ojos
brillantes esta vez se sentó a su lado y después pronunció un dulce _”hola,
esto es para ti”-e hizo que la barrera que impedía que Maia demostrara sus
sentimientos se derritiera por fin. Luego como siempre le ofreció la golosina y
una cartita adornada con caritas felices y flores.
Parece que el mensaje escrito alegró el
rostro redondito de la pequeña de ojos azules, porque por primera vez, levantó
la cabeza y sonrió en aquel patio interminable. Luego salió corriendo de la
escuela, pero en esta ocasión su apuro era para contarle a su mamá la noticia:
una nueva compañera quería ser su amiga.
Al fin parecía que tendría eso que tanto anhelaba, ¡una amiga verdadera!
Los días pasaron, así también las semanas y
meses...aquellas dos jovencitas eran
inseparables, realmente almas gemelas. Y aunque sus familias eran muy
diferentes, a ellas eso no les importaba. Fueron creciendo y cada una
abriéndose camino por la vida, con muchos sueños por cumplir. Aunque Maia
siempre supo que contaba con desventajas, se había prometido a sí misma no
terminar como su madre. Todo parecía
marchar bien con sus planes, hasta que un día aquella jovencita pálida y
flaquísima anunció a su amiga lo peor. Pronto se irían con su familia a otro
país, donde les esperaba un mejor porvenir, al menos eso decía su padre.
Aquello dejó paralizada a Maia, ¿cómo seguiría su vida sin su única amiga? ¿Podría
continuar con sus objetivos sin el apoyo incondicional de Anita?
Los años pasaron...
Se escuchaban ruidos de sirenas, camillas
que pasaban rápidamente, pacientes que se quejaban, voces que se entremezclaban.
Y allí con una fortaleza que sorprendía, se encontraba una doctora que se
dirigía a la sala de urgencias. Era Maia, nadie la reconocería, si la vieran
sus antiguos compañeros, sus profesores. Es una persona diferente, no sólo
porque su figura ha cambiado sino porque su carácter ha mutado.
De repente una paciente de unos doce años
llegó a la sala, con una respiración suave y lenta toda ensangrentada. Parecía
no tener cura, sus heridas eran muy profundas provocadas por un accidente automovilístico. Maia ya estaba
por terminar su turno, pero algo la detuvo, giró su cabeza y vio a esa
jovencita. Volvió a colocarse su bata y entró en acción. No sabía por qué, pero
algo la movía a actuar como si aquella fuera su propia hija. Por el pasillo
varias personas irrumpían desconsoladas, gritándole, suplicándole que la
salvara, le hacían mil y una promesa.
Maia no se detuvo, organizó y dirigió el procedimiento todo rápidamente.
Las horas pasaron tan lentamente que parecía
que el reloj, simplemente estaba dibujado sobre la pared. Alguien irrumpió en
el consultorio de Maia, era la madre de la jovencita que agonizaba. Le suplicaba,
una vez más, que hiciera todo lo posible por salvar a su pequeña, que estaba
dispuesta a hacer lo que ella le dijera. Se arrodilló, lloró, gritó, nada
parecía calmarla. En ese momento giró su cabeza
y miró una nota colgada en la pared, al lado de varios títulos
académicos. Leyó unas palabras, aquellas le parecieron familiar...”Los amigos
siempre están, pero más en las malas”,”siempre seremos amigas” rodeadas de
flores y caritas felices. Ahora lo entendió, su corazón no la engañaba, sabía
que podía confiar en esta doctora, su querida amiga de la infancia (que por
cosas de la vida poco a poco se habían dejado
de comunicarse), estaba allí en el momento más
triste y desesperante de su vida. Se dio vuelta, la miró fijamente y Maia
simplemente la abrazó, tan fuerte que apenas podía hablar. _”Aquí estoy querida
amiga para ti, como tú me salvaste una vez a mí, aquí estoy”.
No sabemos si la fuerza de la amistad
verdadera obró en aquella ocasión, pero lo que sucedió después tal vez lo
pruebe...la jovencita mejoró y continuó su vida llena de sueños alegres como
los de su madre. Así fue que aquellas dos almas nunca más se distanciaron,
agradecidas de haberse salvado una a la otra y devolverse a la vida.
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