jueves, 18 de noviembre de 2021

Obras premiadas en el Concurso literario narrativo CONTATE UN CUENTO XIV Ganador Categoría D – Educación de Jóvenes y Adultos

 El reencuentro

Por Patricia Mansilla, alumna de E.E.P.A 702 . de Balcarce

 Hace  tiempo vivía en una pequeña casa una niña muy tímida, ella era la mayor de sus cinco hermanos. Tan tímida era Maia, que apenas emitía una palabra, sus mejillas se sonrojaban y agachaba su cabeza para no cruzar miradas con quienes le hablaban o la observaban. Su timidez a veces la protegía, pero otra la hacía sufrir bastante. Sobre todo, esta angustia se profundizaba en la escuela a la que asistía, muchas veces sus compañeros se burlaban de ella o le hacían muecas de desprecio. Así se quedaba en un rinconcito para no llamar la atención de nadie.

    Maia vivía con su mamá y sus hermanos menores, casi no recordaba la figura de su padre pues a los tres o quizás cuatro años, se había ido por esa puerta enorme y nunca más lo había vuelto a ver. Su mamá trabajaba incansablemente para poder subsistir, por eso ella dedicaba el tiempo que le quedaba a cuidar con gran responsabilidad a sus hermanos. Pero además del vacío que había dejado su padre, otro quemaba su interior y era el no tener ni una sola amiga. Esas almas gemelas que hacen sentir más leves las penas y más intensas las alegrías.  Maia siempre estaba sola en la escuela, en la calle y en su casa, se  ocupaba del bienestar de sus hermanitos.

   Pero en uno de esos interminables días en la escuela, uno de esos en que otra vez ella se escondería para pasar inadvertida, apareció aquella personita que cambiaría para siempre su vida. Era una niña pálida, flaquísima, que se le acercó con su sonrisa brillante, ojitos destellantes y que sin temer a los que los demás dirían le ofreció una golosina. Aquello la paralizó, nunca nadie le había ofrecido un regalo y de esa manera. Ella la miró con sus enormes ojos azules, tomó la golosina y rápidamente huyó. Esta escena se repitió todos los días durante una semana, pero el último día, el viernes algo diferente ocurrió. La niña pálida de ojos brillantes esta vez se sentó a su lado y después pronunció un dulce _”hola, esto es para ti”-e hizo que la barrera que impedía que Maia demostrara sus sentimientos se derritiera por fin. Luego como siempre le ofreció la golosina y una cartita adornada con caritas felices y flores.

   Parece que el mensaje escrito alegró el rostro redondito de la pequeña de ojos azules, porque por primera vez, levantó la cabeza y sonrió en aquel patio interminable. Luego salió corriendo de la escuela, pero en esta ocasión su apuro era para contarle a su mamá la noticia: una nueva compañera  quería ser su amiga. Al fin parecía que tendría eso que tanto anhelaba, ¡una amiga verdadera!

   Los días pasaron, así también las semanas y meses...aquellas dos jovencitas  eran inseparables, realmente almas gemelas. Y aunque sus familias eran muy diferentes, a ellas eso no les importaba. Fueron creciendo y cada una abriéndose camino por la vida, con muchos sueños por cumplir. Aunque Maia siempre supo que contaba con desventajas, se había prometido a sí misma no terminar como su madre.  Todo parecía marchar bien con sus planes, hasta que un día aquella jovencita pálida y flaquísima anunció a su amiga lo peor. Pronto se irían con su familia a otro país, donde les esperaba un mejor porvenir, al menos eso decía su padre. Aquello dejó paralizada a Maia, ¿cómo seguiría su vida sin su única amiga? ¿Podría continuar con sus objetivos sin el apoyo incondicional de Anita?

 Los años pasaron...

    Se escuchaban ruidos de sirenas, camillas que pasaban rápidamente, pacientes que se quejaban, voces que se entremezclaban. Y allí con una fortaleza que sorprendía, se encontraba una doctora que se dirigía a la sala de urgencias. Era Maia, nadie la reconocería, si la vieran sus antiguos compañeros, sus profesores. Es una persona diferente, no sólo porque su figura ha cambiado sino porque su carácter ha mutado.

   De repente una paciente de unos doce años llegó a la sala, con una respiración suave y lenta toda ensangrentada. Parecía no tener cura, sus heridas eran muy profundas provocadas por  un accidente automovilístico. Maia ya estaba por terminar su turno, pero algo la detuvo, giró su cabeza y vio a esa jovencita. Volvió a colocarse su bata y entró en acción. No sabía por qué, pero algo la movía a actuar como si aquella fuera su propia hija. Por el pasillo varias personas irrumpían desconsoladas, gritándole, suplicándole que la salvara,  le hacían mil y una promesa. Maia no se detuvo, organizó y dirigió el procedimiento todo rápidamente.

     Las horas pasaron tan lentamente que parecía que el reloj, simplemente estaba dibujado sobre la pared. Alguien irrumpió en el consultorio de Maia, era la madre de la jovencita que agonizaba. Le suplicaba, una vez más, que hiciera todo lo posible por salvar a su pequeña, que estaba dispuesta a hacer lo que ella le dijera. Se arrodilló, lloró, gritó, nada parecía calmarla. En ese momento giró su cabeza  y miró una nota colgada en la pared, al lado de varios títulos académicos. Leyó unas palabras, aquellas le parecieron familiar...”Los amigos siempre están, pero más en las malas”,”siempre seremos amigas” rodeadas de flores y caritas felices. Ahora lo entendió, su corazón no la engañaba, sabía que podía confiar en esta doctora, su querida amiga de la infancia (que por cosas de la vida poco a poco se habían dejado

 de comunicarse), estaba allí en el momento más triste y desesperante de su vida. Se dio vuelta, la miró fijamente y Maia simplemente la abrazó, tan fuerte que apenas podía hablar. _”Aquí estoy querida amiga para ti, como tú me salvaste una vez a mí, aquí estoy”.

    No sabemos si la fuerza de la amistad verdadera obró en aquella ocasión, pero lo que sucedió después tal vez lo pruebe...la jovencita mejoró y continuó su vida llena de sueños alegres como los de su madre. Así fue que aquellas dos almas nunca más se distanciaron, agradecidas de haberse salvado una a la otra y devolverse a la vida.

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