viernes, 21 de junio de 2013

UNA CITA GLORIOSA Por Luis V. Varela

En aquellos días del heroísmo sublime, en que unos cuantos buquecillos mal equipados se batían con escuadras formidables, Lorenzo Rosales y Tomás Espora eran dos de los mejores capitanes argentinos que acompañaban a Brown en sus proezas.
Eran amigos y compatriotas. La Patria era su única inspiración. Jamás los celos ni las rivalidades los habían alejado; pero llegó un momento en que por un detalle por cuestiones de servicio, se creó en ellos un abismo tan profundo como el mar en que tantas veces habían vencido.
Brown tenía su insignia en el buque que Espora mandaba. Una señal mal transmitida por la capitana o mal interpretada por Rosales, en medio de un combate, dio lugar al entredicho. Los dos bravos marinos se cambiaron cargos desde sus buques respectivos, cuando una tormenta les obligó a suspender el fuego  y retirarse.
El duelo era inevitable. Apenas fondeados, simultáneamente Espora y Rosales se enviaban sus respectivos carteles de provocación.
Brown supo del incidente, y llamando a ambos a su presencia les habló de la patria, del honor y del deber.
Les dijo que bravos como ellos no podían rehuir un lance de honor después de las ofensas cambiadas.
- Una muerte oscura, en el secreto de un duelo vulgar, sin gloria y sin provecho para nadie, no corresponde a dos soldados como ustedes  dijo Brown-
- Mañana, al rayar el alba  agregó el almirante- continuaremos el combate que el temporal nos ha hecho suspender hoy. Ése será el momento en  que ustedes diriman sus cuestión personal. El primero que abrace el palo mayor de tal buque enemigo, ése será el más bravo y habrá vencido al otro. ¡El testigo del duelo será Dios; el premio, la gloria; el juez, yo!
Cuando, a la mañana siguiente, se trababa de nuevo el combate, el buque enemigo que Brown había designado se veía simultáneamente acometido por babor y estribor, por los barquichuelos que mandaban Espora y Rosales.
Era inútil el esfuerzo de las naves brasileñas que venían en protección del buque atacado, Parecía que las dos embarcaciones argentinas desafiaran todos los peligros y volasen en alas de un propósito.
Por uno y otro costado se acercan, en medio del fuego del cañón y los fusiles, las naves de Espora y Rosales.
Éste logra amurar primero por babor y exclama:
- ¡Al abordaje, muchachos!
Y saltando sobre la cubierta del buque brasileño, le grita a Espora, que ya lega también por estribor:
- ¡He vencido! ¡Soy el primero!
Y Espora le replica:
- ¡Aún no! ¡La cita es en el palo mayor!
La tripulación de ambos buques se bate sobre la cubierta del buque brasileño. Espora y Rosales luchan cuerpo a cuerpo, al arma blanca, con cuanto se opone a su paso por llegar al palo mayor de la nave abordada.
Espora avanza por un costado, Rosales por el otro. Hay momentos en que el combate les acerca, y las tripulaciones que obedecen a uno y a otro se prestan mutua protección en aquel abordaje tremendo.
De pronto, el enemigo arría su bandera. El buque brasileño está tomado. Sus gentes se entregan , rendidas. Los compañeros de Rosales y Espora les llaman y les buscan para que se hagan cargo de los vencidos, pero antes han corrido hacia el palo mayor del buque tomado.
Llegan jadeantes, juntos, cubiertos de sangre propia y ajena, derramada en el combate horrendo, y al ir a precipitarse sobre aquel mástil, sitio anhelado de la cita, se encuentran... con el almirante Brown que, cruzado de brazos y dando órdenes, espera allí a sus dos héroes, seguro que sólo la muerte les habría impedido llegar a aquella cta de gloria.

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