Los perros ladran a lo inútil,
a las sucias monedas que caen en la calle,
al rodar de la cápsula de la bala del suicida
o al fragmento de una frase de amor trunco.
Le ladran a los papeles que naufragan en la zanja,
a las sombras que aún buscan a sus sueños
y a las lámparas quemadas que no terminan de apagarse.
Les molesta la inútil discusión de los grillos
o la cobarde quietud del pasto;
los mudos, sordos, ciegos, y todo aquello
que se esconde en la falsa seguridad de lo nocturno.
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