sábado, 23 de agosto de 2014

LA CANCIÓN DE LA LLUVIA Por VICENTA CASTRO CAMBÓN.

Oh, tierra!, por tu bien dejé la nube,
palacio azul que, allá, en el cielo tuve.

Perdí mi nitidez: turbia he quedado
del polvo que a las plantas he quitado...
Pero estaban con sed las avecillas
 y las hojas poníanse amarillas,
en los campos el pasto escaseaba
 y el trigal sin espigas se secaba.

¡Que madure la espiga y que florezca
 el rosal del jardín! ¡Que el pasto crezca!
¡Que renazca el verdor y la frescura!
Para ello bajé... ¡dejé la altura!

¡Alfil dejé de ser limpia por ser buena
al mezclarme a tu polvo; eso me apena.
Mas los rayos del sol han de ayudarme
 y, otra vez, a la nube he de elevarme.
Y luego, desde allí, podré, gozosa,
contemplar el botón trocado en rosa
y al trigal semejante a un mar de oro,
dando al hombre magnífico tesoro;
y, al ver fructuoso el sacrificio mío,
volveré cada noche hecha rocío.

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