lunes, 4 de enero de 2016

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” - Ganador de la Categoría D: Ernesto Bollini Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El papelito

En el papelito en cuestión podía leerse una sola palabra, hiriente, pecaminosa, encuadrada, para colmo de males, entre signos de admiración y en letra de imprenta: “¡VAGINA!” Un celador demasiado celoso lo había hallado en el pasillo que da al aula de quinto B, y se lo había llevado a la carrera, untuoso y solícito, al mismísimo señor Rector. Con gesto ambiguo, entre ofendido y enojado, el señor Rector lo arrugó entre los dedos sudorosos y, a continuación, lo guardó en un bolsillo del saco.
    - Así que están excitados, los muchachos. Yo les voy a dar excitación- se dijo, rumiando una sonrisa malévola.- Aprenderán a respetar nuestra sagrada Institución, aunque sea a los golpes.
    Luego de tan sesuda reflexión, se apersonó al aula de quinto B Los alumnos, alborotados por la inminencia del viaje a Bariloche, tuvieron que hacer un esfuerzo para endurecer los rostros y ponerse de pie al contemplar su majestuoso ingreso.
    La profesora de Historia, situada a la sazón al frente de la clase, enrojeció un poco, tal vez consciente del barullo. Era, por supuesto, la más querida por todos. En su hora los chicos aprovechaban para organizar los detalles de la excursión pasándose uno a otro papelitos como los que en ese momento blandía en su mano el señor Rector. Los mensajes servían para discutir y acordar detalles nimios o importantes, según cómo se los mire: qué objetos personales habrían de llevar, quien compartiría habitación con quién, cuáles padres acompañarían al contingente, y temas por el estilo. Por eso, la sorpresa fue general cuando el señor Rector mostró el dorso de un trozo de hoja de carpeta marca Éxito, conocido por todos y más económico sin duda que el Rivadavia, y exclamó, con serena furia:
    - Señores, a causa de la vergüenza que significa para nuestro benemérito colegio la difusión de mensajes de la calaña del que porto ahora en mi mano, queda suspendido, sin fecha de realización, el viaje de egresados de quinto año B. Buenas tardes.
    El celador celoso, que lo acompañaba, fiel, cerró la puerta con estrépito, dejando en la atmósfera del aula una sensación de angustia y desconcierto que lo hubiera deleitado grandemente.
    Durante algunos minutos, el silencio fue general. Luego, cedió paso a la bronca y la locuacidad desbordada. Todos querían protestar. La profesora, asumiendo su rol natural de liderazgo, fue la primera en hablar.
    - Entiendo que las autoridades deberían clarificar un poco más la situación- dijo, con prudencia, para no aparecer abiertamente enfrentada a las autoridades.
    - ¡Es una medida tan arbitraria como injusta!- exclamó Leandro, el más dotado para la oratoria.- ¡Exigimos una explicación!
    - A mi me costó mucho reunir la plata.- Se lamentó Gina- Muchos de mis compañeros me ayudaron.... Y ahora... ¿me voy a quedar sin viajar?
    - ¿Y yo, que me había comprado los esquíes?¿Dónde me los meto ahora?- terció Gonzalo, generando una hilaridad momentánea que sirvió para aflojar un poco la angustia pero se disipó en el acto.
    En ese momento se dejó escuchar la palabra serena de la profesora:
    - Ustedes merecen hablar, sin duda. Les propongo formar una comisión que se presente a dialogar con el señor Rector. Se los está castigando sin que se conozcan con claridad los motivos.
    - ¡Grande, profe!- gritó Soledad.- ¡Yo quiero ir!
    - ¡Yo también!¡Y yo!- se dejaron oír muchas voces en tumultuosa sucesión.
    - Votemos- propuso sensatamente la profesora.
    - Eso- exclamó Juan- Voto secreto, universal y obligatorio. Ley Sáenz Peña,¿no profe?
    La profesora asintió con la cabeza, mientras dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
    - Me escuchan- se dijo, emocionada.- Parece que boludean todo el tiempo, pero me escuchan....
    Un aplauso generalizado aprobó la moción. Mientras el celador celoso espiaba por un ventanuco, la clase en pleno se movilizaba para elegir a sus delegados. Se repartieron los famosos papelitos, esta vez en blanco, para que cada alumno anotara el nombre de su candidato preferido. Germán se encargó de contar los votos, y así quedó conformado una delegación de tres: Gonzalo, Leandro y Soledad. Por un momento, la profesora pensó en aprovechar la situación para  conferenciar acerca del primer Triunvirato pero luego, considerándolo un exceso pedagógico, se llamó a silencio. Se decidió también rechazar el ofrecimiento de la profe, quien había pedido acompañarlos a toda costa, “como medida de protección y preservación de su fuente laboral”, según anunció pomposamente Graciela, la poetisa del grupo.
    Los alumnos decidieron entonces organizar un breve debate, donde se discutieron los argumentos que serían utilizados en la crucial reunión. Algunos propusieron la confección de un documento o declaración de principios, pero la mayoría rechazó la ponencia por considerar que le quitaría espontaneidad a la presentación. En un clima de tensa expectativa, el timbre que indicaba la finalización de la jornada se filtró entre las acaloradas palabras de los compañeros.     Todos acordaron que permanecerían reunidos en la puerta del aula hasta que acabara la reunión, como una manera de manifestar el apoyo general.
    Los tres delegados se peinaron como pudieron; circuló también el desodorante y cierta goma de mascar que mejora el aliento.
    Pero los acontecimientos viraron desfavorablemente: a los oídos del celador celoso llegaron las enérgicas voces de la discusión. Poner sobre aviso al señor Rector y aguardar, complacido, la citación a la profesora de Historia, fue un trámite de matemática brevedad. La docente, imposibilitada de negarse, se aprestó a concurrir al trascendente conclave, aconsejándole a los muchachos que aguardaran por novedades. El plenario montó guardia en la puerta del aula, mientras el colegio comenzaba a vaciarse por imperio de lo avanzado de la hora.
    - Quiero creer- comenzó diciendo la augusta autoridad- que no está usted incitando a la rebelión a esos jóvenes descarriados.
    - De ninguna manera- respondió con ligero temblor la profesora de Historia.- Los muchachos tan sólo quieren saber de qué delito se los acusa.
    El señor Rector extrajo el infame papelito y lo desplegó ante los ojos azorados de la mujer.
    -¿Y?¿Qué me dice ahora de sus “muchachos”? ¡En letra mayúscula! ¡Y de imprenta!
    La profesora reprimió una carcajada de alivio.
    - En fin, señor Rector, con todo respeto... Los chicos están en plena adolescencia, conociendo sus propios cuerpos y los ajenos, dándose permiso para pensar en el placer... Después de todo, se trata de una inquietud natural... No me parece tan grave. Una reprimenda será suficiente para ponerlos en caja. ¡No los prive del viaje más importante de sus vidas!
    - ¿De modo que no le parece tan grave?- explotó el señor Rector.-¿No le parece tan grave que un grupo de libertinos desbordados represente a nuestra institución en Bariloche, y que perpetre vaya uno a saber qué desmadres a vista y paciencia de la gente de bien? ¡Pues vaya sabiendo, señora profesora, que en este colegio no hay lugar para ideas estrafalarias, pecaminosas y disolventes! ¡Queda despedida! ¡Busque trabajo, si tal propósito “la conecta con el placer”, en unos de esos colegios modernosos que enseñan educación sexual con orgiásticas clases prácticas en las aulas! ¡Buenas tardes!
    La terrible parrafada fue coronada por un aplauso estertóreo de parte del celoso celador. La docente, humillada, comunicó escuetamente, al salir, la indignante decisión del rectorado a los alumnos, quienes, acusando la recepción del duro golpe, disolvieron filas mascullando su rabia y fantaseando venganzas varias que jamás serían concretadas. Fin de la historia para la profesora de Historia. Y para sus alumnos.
    Nota del autor: En cuanto al conflictivo papelito, nada se supo de su destino. Arrugado sobre el escritorio del señor Rector, acaso una corriente de aire lo haya arrojado al suelo, siendo luego barrido por un ordenanza. En dicho supuesto, ningún adulto logró jamás dilucidar su significado, ni entendió la felicidad que anónimamente manifestaba ante la evidencia de que, por fin, los chicos habían podido reunir el dinero necesario para que Gina viajara, para que se sumara a la excursión tan tristemente frustrada. Ninguno pudo participar de la alegría que, entre signos de admiración y letra mayúscula de imprenta, comunicaba al pueblo estudiantil la buena nueva: ¡VA GINA!

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