Son muy peligrosos y hay que cuidarse mucho, sobre todo a la hora de elegir con cuál quedarse, porque además de peligrosos son inevitables, siempre hay que optar por alguno de ellos. Viven escondidos y están siempre al acecho, tratando de prevalecer unos sobre otros. Es difícil cuidarse porque toman formas muy diversas. Hay algunos que, como los cronopios, son sólo imaginativos. Hay otros reales, pero no menos aterradores. A veces se asocian los dos los cronopios y los reales- y confunden muchísimo, porque no se los puede diferenciar.
Suelen mantener una rutina mucho tiempo, y entonces todo marcha bien, pero pareciera que ellos se hartan de su propia rutina y empiezan a moverse para volver al ataque.
Arrancan suavemente, como un vago recuerdo de un verano triste, de un amigo que no está, cierto temor a un cambio en la rutina laboral o social.
Hay circunstancias que les son especialmente favorables, como largos viajes en colectivo o noches de insomnio.
Aprovechan esos momentos para ir deslizándose por las paredes, se sujetan en los marcos de los cuadros o en los bordes de las ventanillas, o vienen desde abajo trepando por los asientos o las patas de la cama.
Son muy perseverantes. A veces parece que se los puede ahuyentar, concentrándose en un libro o una película, o fumando un cigarrillo. Pero al rato vuelven a zumbar alrededor, porque son muchos. Es como cuando uno mata un mosquito de un zapatazo y cree que va a dormir tranquilo, entonces aparece otro y otro más.
La primera reacción que producen y la que esperan es un gran desconcierto, porque uno los creía dominados, pero solo estaban adormecidos por la rutina. Atacan invocando asuntos que se habían creído dejados atrás en el tiempo, superados por cosas mejores. Producen dudas acerca de soluciones dadas por correctas. Reprochan la resignación con se ha aceptado tal o cual cosa planteando que se debiera haber luchado por ella. Crean arrepentimiento de actos realizados con el convencimiento de que eran inofensivos. Cuestionan la cuidadosa planificación de la próxima semana.
Una vez producido el desconcierto aprovechan para festejar entre ellos los cronopios y los reales- y la confusión se vuelve insoportable.
Ahí es cuando uno identifica tras el disfraz de turno, a su más empedernido desestabilizador: su propios pensamientos, entonces se encuentra en el punto crítico, el crudo, ineludible, vital, momento de elegir entre pensar lo que quiere o lo que debe.
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