Muchos discípulos de distintas partes de Japón se reunían alrededor del maestro Bankéi, para recibir sus enseñanzas.
Durante de esos encuentros, uno de los discípulos fue sorprendido hurtando. Se informó del asunto al maestro, con el reclamo de que se expulsara al culpable. Bankéi no hizo caso a la petición.
Más tarde, el mismo discípulo fue sorprendido en un acto similar y de nuevo el maestro pasó por alto el suceso. Esto irritó a los otros, que redactaron una petición muy dura solicitando que el ladrón fuera expulsado y declarando que, si no, se irían todos juntos.
Cuando Bankéi leyó el petitorio los convocó, elogiándolos porque los consideraba sensatos, ya que comprendían lo que está bien y lo que no lo está. Les dijo que podían irse a otra parte a estudiar, si así lo querían. Pero que el acusado aún no sabía distinguir ni siquiera entre el bien y el mal.
-¿Quién le enseñará si yo no lo hago? reflexionó-. Lo tendré aquí conmigo aún si el resto se marcha.
Los discípulos siguieron recibiendo sus enseñanzas y el acusado no volvió a hurtar.
(Texto extraído de ¨Colección de Piedra y Arena¨, un libro del siglo XIII del maestro japonés Muju).
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