viernes, 28 de junio de 2013

El limpiavidrios de la calle Grigera -Por Gerardo Barbieri

Se había hecho de noche.
La oscuridad acentuaba las aristas más sórdidas de aquel paisaje urbano, y por momentos hasta otorgaba al ambiente un aspecto pavoroso. Unos chicos,  agrupados junto a un  cantero de la Plaza Grigera soplaban adentro de una bolsita de plástico y aspiraban los vahos del pegamento contenido en  su interior. Reían, sin comprender  aquello que ocurría en su cuerpo. A pocos pasos, en el local de lo que otrora fue una “entidad bancaria” y  donde escasos ahorristas habrían podido escapar  al saqueo masivo de sus depósitos,  algunas  personas, apenas cubiertas con trapos mugrientos para mitigar el frío inminente, intentaban dormir  sobre  el alféizar de cada ventanal.
Cruzó  la avenida Hipólito Irigoyen  con lentitud. Las líneas blancas de la  senda peatonal estaban casi borradas. En algunas calles ni siquiera habían existido jamás. De todos modos, aunque estuvieran  recién pintadas tampoco se podía confiar mucho en ellas, o mejor dicho, en el  debido respeto al caminante, o al  prójimo. ¡Cómo había cambiado todo! ¿Cuánto tiempo había tenido que pasar  para que Lomas de Zamora dejara de ser aquel lugar limpio y ordenado? ¿Cuarenta años? ¿Cincuenta?....
Avanzó por la acera mientras contemplaba las copas de los árboles añosos moviéndose en consonancia con las ráfagas del viento otoñal. Un centenar de metros más adelante, se detuvo frente al kiosco pintado de rojo, al lado del viejo edificio del vaciado diario “La unión”, pero no exactamente como si buscara que lo atendieran, sino como esperando algo o tal vez a alguien. La luz de la lámpara suspendida bajo el toldo de aluminio le daba de lleno sobre la cabeza. Tanto que se resaltaban los  rasgos duros, inteligentes,  nobles de su rostro. Era alto y aunque parecía entrado en años su contextura física lucía excelente.
Un pibe estaba parado en la vereda, apartado del dúo que hacía malabares frente a los autos con pelotitas multicolores cuando los conductores se detenían en el semáforo. Sostenía con la mano derecha un balde de plástico y un secador. Con la izquierda  llevaba una gaseosa a sus labios….
Se animó a entrometerse en su vida, y adoptando una expresión de ternura le habló.
- Vos tendrías que estar embuchando una sopa caliente  a esta hora.
El menor de edad se encogió de hombros.
-¿No tenés frío?
Fastidiado, el limpiador de parabrisas respondió…
-¿Y qué quiere que haga don…? Tengo que laburar.
- Sí, bueno, pero también hay que cuidar la máquina.
El chiquilín guardó silencio. Resultaba evidente que le importaba poco y nada la opinión del extraño.
- ¿Te comerías unas porciones de pizza en el boliche de enfrente? Invito yo.
Miró con desconfianza. Le habían prometido cada disparate…Volvió a levantar los hombros.
- De onda
- ¿En serio?
- ¡Claro!
Meditó su respuesta un momento interminable...
-  Bueno… ¡Ya vuelvo Ramón! ¡Cuidame las cosas!
Sin más, comenzaron a cruzar la avenida. Un grupo de cartoneros pasó con los carritos repletos de mercadería. La cosecha había estado buena. Pero igual faltaba mucho para el descanso…

- ¿Cuánto hace que estás en esa esquina?
- Un par de meses.
- ¿Y antes?
- Antes andaba por la barrera. O por la esquina de Colombres. Después vinieron unos grandotes y nos sacaron carpiendo…
El diálogo se cortó hasta entrar en la pizzería. Se ubicaron en una mesa apartada.  El mozo los miró, pero era  como  si no le importara nada de nada.
-¡Un grande de muzzarela! Cuatro fainá’. Dos jugo’ de naranja’ exprimida’…
El anfitrión miró hacia la cocina.
-Tengo un hambre que me comería un baúl lleno de pizza.
El chico sonrió, pero no desaparecía de su faz  un gesto de desconfianza. En el fondo mantenía la certeza de que el tipo ocultaba algo.
-¿Siempre limpiaste vidrios, o también vendiste cosas por  la calle?
- No. También hice algunas changas.
- Ah, ¿Sí? ¿Cuáles? ¿Cuál viene mejor?
¿Quién era el tipo ese? Había algo familiar. Como si lo conociera de antes. Como si toda la vida hubiera andado  por ahí, y él  no lo recordara. Por primera vez lo miró de frente. Directo a los ojos… Entonces  se ablandó un poco. Se le ocurrió que el supuesto desconocido esperaba escuchar algo que solo él podía  decir.
- Un día vino un hombre. Me dijo que tenía un laburo para mí. Tenía una jeta fulera, era melenudo, rengo, pero con unos brazos fuertes y unas manos enormes. - ¿Y  yo que puedo hacer? -le dije- Me contestó que todos podemos hacer algo. Al toque, casi gritó.
 –Además... todos debemos hacer algo.-
-¿Y qué te ofreció?
- Me llevó a una herrería. Era por acá. Al principio me perdí porque dimos una de vueltas tremendas…  Cuando llegué quería masticar algo. Tenía  hambre. Él se avivó y  llamó a una mujer. ¡No sabe don! Era re-linda. La vi y me quedé mudo. Nunca había conocido una tipa así de fuerte. ¡Seguro que  no debe existir en todo el mundo nadie igual!

Hizo una pausa, demorando aquellas imágenes que  llegaban desde el abismo más profundo de su mente y a  las que no quería dejar escapar. Luego, prosiguió.
- La tipa me dio un vaso con un líquido riquísimo. Me lo mandé de un saque y se me pasó el brean -¿Quién será? -Dije yo. Después supe que era la jermu. Incluso, una vez me contó el rengo que tuvo un bolonqui tremendo con ella. No me batió bien  cuál. Pero estuvieron re-peleados. ¡Claro! ¡También! Con una mina así...
El mozo acercó las copas repletas con el jugo de frutas.
-¡Salud amigo!
- Salud.
-¿Y entonces...?
- Yo medio le desconfiaba. Parecía chiflado. Tenía la idea de  hacer una estatua conmigo. Después le creí. Me hizo posar y empezó a yugar. Enseguida prendió  una llama a una pila de carbón que estaba en la fragua y empezó a mover un fuelle gigante. Cuando  armó un fuego tremendo  puso bronce a derretir y también calentó hierro. Esperó a que el material se pusiera casi blanco y entonces volcaba el líquido de un crisol a otro, o lo golpeaba con una maza enorme sobre el yunque. ¡Tenía una fuerza descomunal!
- Te voy a contar un secreto. -Me dijo- Cualquier escultura, por sí sola no es una obra de arte. Las estatuas solo  son obras de arte si llaman a la reflexión sobre algo que está mal.
- ¿Eso te dijo…?
- Sí. Yo no entendía nada. Igual me siguió explicando -Para eso, nada mejor  si un espíritu bienhechor las anima ¿Me ayudás? -Yo seguía sin entender…
-Yo fundo el bronce. Vos le infundís lo demás...
El mozo trajo la bandeja con la pizza,  sirvió las porciones en los platos y se retiró.
-Trabajaba a una velocidad terrible. Las chispas saltaban de un lado a otro y él ni se mosqueaba. Si hubiera visto cuando terminó don ¡Era yo!
Estaba agachado, vestido en camisa y  pantalones cortos, con la mirada fija en mi mano donde tenía un gorrión muerto. En mi cara había grabado una  expresión de tristeza absoluta…Atrás, en el piso, estaba abandonada la gomera infame con que lo había bajado.
- Ahí me di cuenta que no estaba con un dolobu. ¡No! Era un artista. Logró moldear en el metal la imagen de la desconsolación… Abajo puso un cartel, como escrito a mano: El arrepentimiento, decía.
Quedé flasheado. No podía reírme ni llorar... Entonces, dio como una orden, pero no exactamente a mí…
- Entrá. ¡Llenala de vida!
- Di un salto adelante, a la estatua, y entré nomás. No sé cómo, pero me sentía rebién  adentro. Podía salir cuándo quería, pero ahí estaba cómodo. Hasta me divertía. Y no tuve más hambre ni  necesité nada hasta que salí. Debió  ser eso que me dieron de tomar.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de líquido. El chico aun no había  probado la cena. Recién cuando lo invité, comenzó a comer.
-  Al otro día  la  llevó a unos chabones. Cuando la vieron, se quedaron con la boca abierta. Les dijo-  No cobren por su exhibición. Es para que todos la observemos y pensemos en nuestros actos. Aunque sea un poco nomás, no sea que a alguno le salga humo del balero.
-¿La regaló?
-  Sí.  Me pusieron en la plaza, justo frente a la iglesia.
Al principio andaba todo bien, la gente se acercaba y me  miraba. Había quién se conmovía y después iba derecho a confesar sus pecados.

Pero un día la cosa fue cambiando. Creo que al principio o a mediados de los setenta.
Fue como si el odio ganara  todo. Por esos tiempos llegaron unos tipos y dijeron- ¿Y esto? -Yo me hacía el sordo, pero los escuchaba. - ¡Qué arrepentimiento ni qué pelotas! ¡Justo ahora! ¡Hay que hacerlo desaparecer!
Me sacaron  de ahí. Primero me escondieron. Después, como nadie chilló, capté que me iban a fundir. Calladito me las tomé. ¡Vaya a saber que pensaron los giles!
Cuando salí de ahí, noté que todo había cambiado bastante, más de lo que parecía. Pero yo no. Estaba casi igual. Mucho no me importó. Total, casi  siempre estuve solo. Ahora mismo, me doy cuenta que  hay pibes que se hacen veteranos de un día para el otro, y veteranos que se pasan a jovatos en un santiamén, pero en mí es todo más lento. Una vez pasó un conocido y cuando me vio puso una cara de pelandrún  imposible, como si estuviera en curda. Ni me preguntó nada. Siguió de largo. ¡Me dio risa! Casi lo saludo para ver qué decía.
¿Sabe don? Yo laburé años ahí, chupando frío, bancándome solazos… lluvias… ¿Para qué estuve tanto tiempo así, inmóvil, si nadie parece arrepentido de nada?... Mire cómo está todo.
Eso sí, sigo viendo algunas  situaciones que se repiten. Ese ir y venir, de un  edificio a otro donde están los capos. Entrar a la Iglesia y rezar. Levantar la bandera y cantar el himno. Pero en cuánto se dan vuelta….Se les cae la careta. ¡Las cosas que escuché! Cuando venían a fumarse un pucho a la sombra, al lado mío  y pensaban que estaban solos.
-…
-Dígame maestro ¿Usted me cree?
-Por supuesto.
-Una vez le conté esto a los pibes, pero no me creyeron ni media palabra. Se me
cagaron de risa y me preguntaron cuántos tetra me había bajado.
Yo estaba remal. Hasta el rengo había desaparecido. Empecé a laburar vendiendo peines, jabones…
-¿No apareció más?
-Era un misterio. Fui hasta el taller, me dio trabajo pero lo encontré. Estaba cerrado. Pregunté por él. Nadie sabía nada. O no querían contarme.
Estaba medio colifa, pero yo lo apreciaba. Y a la mujer... ¡Ni hablar!
…Al principio los extrañé mucho... No sabía qué hacer… ¡Hasta que un día apareció por acá!
¿Qué pasó?- Le pregunté.- ¿Adónde se metió? …Y me contó. Resulta que una mañana –en  la semana cuando  borraron la escultura- llegaron a la herrería inspectores de la municipalidad. Que falta el matafuego, que no se ve el sellito de la oficina correspondiente…El rengo se rayó mal…
Vayan a  laburar chorros de mierda!- Les dijo-  En vez de vivir a costilla de la gente...
Y tenía razón don, mire si no ¿Por qué no van a clausurar  desarmaderos truchos? ¿O  a buscar quién le vende paco a los pibes? Si los están matando…
-…
La cuestión es que se armó un despelote terrible. A los pocos días, bajó la persiana,  se puso el sobretodo y se rajó.
Cuando me vino a ver, me puso una mano en la sabiola y  dijo – Pibe, no creas en  todo lo que ves. A diferencia tuya, yo me  puedo ir de acá y también volver Vos todavía no. Aguantá ¿Sabés? El tiempo, algunos lo miden en años…Otros por etapas. Si aguantas hasta que esta etapa cambie…y si cambia para bien…Entonces, seguro, zafás… ¡Trabajá para eso!
Y ya ve… Ahora ando con esto de limpiar los vidrios de los autos… ¿Vio? Pero yo no estoy con los que afanan a la gente,  ni con aquellos que la vuelven pirucha…
Habían terminado de cenar. Cuando el mozo cobró y  retiró los platos se levantaron. Salieron a la calle, alumbrada solo por las luces artificiales de las luminarias,  las  vidrieras, los semáforos y los autos…
-¿De veras jefe, me cree?
-Claro. Yo también lo ando buscando.
-Ah… Lo conoce....
-Una vez estuvo en mi casa. Hace mucho tiempo. Cuando era un chico, casi  como vos... y lo habían echado de su hogar...
-¿En serio?
-En serio. Por favor. Si lo ves, decile que tengo un mensaje para él.
-¿De quién?
-De alguien que desea disculparse, por haberle quitado parte de su fuego una vez.
-¿Y usted cómo se llama?
Giró la cabeza y sonrió. El viento apartó el largo mechón de cabello gris,  despejando su frente ancha y altiva, acentuando su antigua elegancia.
-Nereo
El chico volvió  a su balde, a su secador y a su difusa ocupación de limpiador de parabrisas. La única posible para muchos, en el tortuoso presente de la humanidad. El dios regresó sobre sus pasos pensando en las posibilidades de lograr el postergado encuentro con el habilísimo Hefestos. Tal vez, de ser posible reconstruir antiguas amistades, también podría volver a componerse aquello que quedó trunco, esos planes  alocados que trazaron juntos para la tutela de los débiles mortales, allá lejos, en su casa, él, las nereidas, y algunos tercos personajes expulsados del Olimpo, como el benemérito Prometeo, miles de años atrás.

PD: Según algunos  estudiosos de la mitología griega, el anciano Nereo brindó asilo a Hefesto en su palacio situado en las profundidades del océano, cuando sus padres lo arrojaron del Olimpo a causa de su fealdad. Este dios cojo pero extraordinariamente hábil en la industria de metales contrajo matrimonio con Afrodita (la más hermosa de las diosas) a instancias de su madre,  para reconciliarse por  el hecho de abandonarlo en su niñez. En Grecia era venerado por haber enseñado artes y oficios a la humanidad. Cierta  tradición asegura que Prometo, también con el propósito de ayudar a los mortales, hurtó su fuego sagrado para darlo a las criaturas de la tierra,  pero esto ocasionó la ira de Hefesto y el posterior enfrentamiento entre ambos.

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