Se había hecho de noche.
La oscuridad acentuaba las aristas más sórdidas de aquel
paisaje urbano, y por momentos hasta otorgaba al ambiente un aspecto pavoroso.
Unos chicos, agrupados junto a un cantero de la Plaza Grigera soplaban adentro
de una bolsita de plástico y aspiraban los vahos del pegamento contenido
en su interior. Reían, sin comprender aquello que ocurría en su cuerpo. A pocos
pasos, en el local de lo que otrora fue una “entidad bancaria” y donde escasos ahorristas habrían podido
escapar al saqueo masivo de sus
depósitos, algunas personas, apenas cubiertas con trapos
mugrientos para mitigar el frío inminente, intentaban dormir sobre
el alféizar de cada ventanal.
Cruzó la avenida
Hipólito Irigoyen con lentitud. Las
líneas blancas de la senda peatonal
estaban casi borradas. En algunas calles ni siquiera habían existido jamás. De
todos modos, aunque estuvieran recién
pintadas tampoco se podía confiar mucho en ellas, o mejor dicho, en el debido respeto al caminante, o al prójimo. ¡Cómo había cambiado todo! ¿Cuánto
tiempo había tenido que pasar para que
Lomas de Zamora dejara de ser aquel lugar limpio y ordenado? ¿Cuarenta años?
¿Cincuenta?....
Avanzó por la acera mientras contemplaba las copas de los
árboles añosos moviéndose en consonancia con las ráfagas del viento otoñal. Un
centenar de metros más adelante, se detuvo frente al kiosco pintado de rojo, al
lado del viejo edificio del vaciado diario “La
unión”, pero no exactamente como si buscara que lo atendieran, sino como
esperando algo o tal vez a alguien. La luz de la lámpara suspendida bajo el
toldo de aluminio le daba de lleno sobre la cabeza. Tanto que se resaltaban los rasgos duros, inteligentes, nobles de su rostro. Era alto y aunque
parecía entrado en años su contextura física lucía excelente.
Un pibe estaba parado en la vereda, apartado del dúo que
hacía malabares frente a los autos con pelotitas multicolores cuando los
conductores se detenían en el semáforo. Sostenía con la mano derecha un balde
de plástico y un secador. Con la izquierda
llevaba una gaseosa a sus labios….
Se animó a entrometerse en su vida, y adoptando una
expresión de ternura le habló.
- Vos tendrías que estar embuchando una sopa caliente a esta hora.
El menor de edad se encogió de hombros.
-¿No tenés frío?
Fastidiado, el limpiador de parabrisas respondió…
-¿Y qué quiere que haga don…? Tengo que laburar.
- Sí, bueno, pero también hay que cuidar la máquina.
El chiquilín guardó silencio. Resultaba evidente que le
importaba poco y nada la opinión del extraño.
- ¿Te comerías unas porciones de pizza en el boliche de
enfrente? Invito yo.
Miró con desconfianza. Le habían prometido cada
disparate…Volvió a levantar los hombros.
- De onda
- ¿En serio?
- ¡Claro!
Meditó su respuesta un momento interminable...
- Bueno… ¡Ya vuelvo
Ramón! ¡Cuidame las cosas!
Sin más, comenzaron a cruzar la avenida. Un grupo de
cartoneros pasó con los carritos repletos de mercadería. La cosecha había
estado buena. Pero igual faltaba mucho para el descanso…
- ¿Cuánto hace que estás en esa esquina?
- Un par de meses.
- ¿Y antes?
- Antes andaba por la barrera. O por la esquina de
Colombres. Después vinieron unos grandotes y nos sacaron carpiendo…
El diálogo se cortó hasta entrar en la pizzería. Se ubicaron
en una mesa apartada. El mozo los miró,
pero era como si no le importara nada de nada.
-¡Un grande de muzzarela! Cuatro fainá’. Dos jugo’ de
naranja’ exprimida’…
El anfitrión miró hacia la cocina.
-Tengo un hambre que me comería un baúl lleno de pizza.
El chico sonrió, pero no desaparecía de su faz un gesto de desconfianza. En el fondo
mantenía la certeza de que el tipo ocultaba algo.
-¿Siempre limpiaste vidrios, o también vendiste cosas
por la calle?
- No. También hice algunas changas.
- Ah, ¿Sí? ¿Cuáles? ¿Cuál viene mejor?
¿Quién era el tipo ese? Había algo familiar. Como si lo
conociera de antes. Como si toda la vida hubiera andado por ahí, y él no lo recordara. Por primera vez lo miró de frente. Directo a los
ojos… Entonces se ablandó un poco. Se
le ocurrió que el supuesto desconocido esperaba escuchar algo que solo él
podía decir.
- Un día vino un hombre. Me dijo que tenía un laburo para
mí. Tenía una jeta fulera, era melenudo, rengo, pero con unos brazos fuertes y
unas manos enormes. - ¿Y yo que puedo hacer? -le dije- Me
contestó que todos podemos hacer algo. Al toque, casi gritó.
–Además... todos debemos hacer algo.-
-¿Y qué te ofreció?
- Me llevó a una herrería. Era por acá. Al principio me
perdí porque dimos una de vueltas tremendas…
Cuando llegué quería masticar algo. Tenía hambre. Él se avivó y
llamó a una mujer. ¡No sabe don! Era re-linda. La vi y me quedé mudo.
Nunca había conocido una tipa así de fuerte. ¡Seguro que no debe existir en todo el mundo nadie
igual!
Hizo una pausa, demorando aquellas imágenes que llegaban desde el abismo más profundo de su
mente y a las que no quería dejar
escapar. Luego, prosiguió.
- La tipa me dio un vaso con
un líquido riquísimo. Me lo mandé de un saque y se me pasó el brean -¿Quién será? -Dije yo. Después supe que
era la jermu. Incluso, una vez me contó el rengo que tuvo un bolonqui tremendo
con ella. No me batió bien cuál. Pero
estuvieron re-peleados. ¡Claro! ¡También! Con una mina así...
El mozo acercó las copas repletas con el jugo de frutas.
-¡Salud amigo!
- Salud.
-¿Y entonces...?
- Yo medio le desconfiaba. Parecía chiflado. Tenía la idea
de hacer una estatua conmigo. Después
le creí. Me hizo posar y empezó a yugar. Enseguida prendió una llama a una pila de carbón que estaba en
la fragua y empezó a mover un fuelle gigante. Cuando armó un fuego tremendo
puso bronce a derretir y también calentó hierro. Esperó a que el material
se pusiera casi blanco y entonces volcaba el líquido de un crisol a otro, o lo
golpeaba con una maza enorme sobre el yunque. ¡Tenía una fuerza descomunal!
- Te voy a contar un secreto.
-Me dijo- Cualquier
escultura, por sí sola no es una obra de arte. Las estatuas solo son obras de arte si llaman a la reflexión
sobre algo que está mal.
- ¿Eso te dijo…?
- Sí. Yo no entendía nada. Igual me siguió explicando -Para
eso, nada mejor si un espíritu
bienhechor las anima ¿Me ayudás? -Yo seguía sin
entender…
-Yo fundo el bronce. Vos le infundís lo
demás...
El mozo trajo la bandeja con la pizza, sirvió las porciones en los platos y se
retiró.
-Trabajaba a una velocidad terrible. Las chispas saltaban de
un lado a otro y él ni se mosqueaba. Si hubiera visto cuando terminó don ¡Era
yo!
Estaba agachado, vestido en camisa y pantalones cortos, con la mirada fija en mi
mano donde tenía un gorrión muerto. En mi cara había grabado una expresión de tristeza absoluta…Atrás, en el
piso, estaba abandonada la gomera infame con que lo había bajado.
- Ahí me di cuenta que no estaba con un dolobu. ¡No! Era un
artista. Logró moldear en el metal la imagen de la desconsolación… Abajo puso
un cartel, como escrito a mano: El arrepentimiento, decía.
Quedé flasheado. No podía reírme ni llorar... Entonces, dio
como una orden, pero no exactamente a mí…
- Entrá. ¡Llenala de vida!
- Di un salto adelante, a la estatua, y entré nomás. No sé
cómo, pero me sentía rebién adentro.
Podía salir cuándo quería, pero ahí estaba cómodo. Hasta me divertía. Y no tuve
más hambre ni necesité nada hasta que
salí. Debió ser eso que me dieron de
tomar.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de líquido. El chico aun
no había probado la cena. Recién cuando
lo invité, comenzó a comer.
- Al otro día la
llevó a unos chabones. Cuando la vieron, se quedaron con la boca
abierta. Les dijo- No cobren por su
exhibición. Es para que todos la observemos y pensemos en nuestros actos.
Aunque sea un poco nomás, no sea que a alguno le salga humo del balero.
-¿La regaló?
- Sí.
Me pusieron en la plaza, justo frente a la iglesia.
Al principio andaba todo bien, la gente se acercaba y
me miraba. Había quién se conmovía y
después iba derecho a confesar sus pecados.
Pero un día la cosa fue cambiando. Creo que al principio o a
mediados de los setenta.
Fue como si el odio ganara
todo. Por esos tiempos llegaron unos tipos y dijeron- ¿Y esto? -Yo me hacía el sordo, pero los
escuchaba. - ¡Qué arrepentimiento ni qué
pelotas! ¡Justo ahora! ¡Hay que hacerlo desaparecer!
Me sacaron de ahí.
Primero me escondieron. Después, como nadie chilló, capté que me iban a fundir.
Calladito me las tomé. ¡Vaya a saber que pensaron los giles!
Cuando salí de ahí, noté que todo había cambiado bastante,
más de lo que parecía. Pero yo no. Estaba casi igual. Mucho no me importó.
Total, casi siempre estuve solo. Ahora
mismo, me doy cuenta que hay pibes que
se hacen veteranos de un día para el otro, y veteranos que se pasan a jovatos
en un santiamén, pero en mí es todo más lento. Una vez pasó un conocido y
cuando me vio puso una cara de pelandrún
imposible, como si estuviera en curda. Ni me preguntó nada. Siguió de
largo. ¡Me dio risa! Casi lo saludo para ver qué decía.
¿Sabe don? Yo laburé años ahí, chupando frío, bancándome
solazos… lluvias… ¿Para qué estuve tanto tiempo así, inmóvil, si nadie parece
arrepentido de nada?... Mire cómo está todo.
Eso sí, sigo viendo algunas
situaciones que se repiten. Ese ir y venir, de un edificio a otro donde están los capos.
Entrar a la Iglesia y rezar. Levantar la bandera y cantar el himno. Pero en
cuánto se dan vuelta….Se les cae la careta. ¡Las cosas que escuché! Cuando
venían a fumarse un pucho a la sombra, al lado mío y pensaban que estaban solos.
-…
-Dígame maestro ¿Usted me cree?
-Por supuesto.
-Una vez le conté esto a los pibes, pero
no me creyeron ni media palabra. Se me
cagaron de risa y me preguntaron cuántos tetra me había
bajado.
Yo estaba remal. Hasta el rengo había desaparecido. Empecé a
laburar vendiendo peines, jabones…
-¿No apareció más?
-Era un misterio. Fui hasta el taller, me dio trabajo pero
lo encontré. Estaba cerrado. Pregunté por él. Nadie sabía nada. O no querían
contarme.
Estaba medio colifa, pero yo lo apreciaba. Y a la mujer...
¡Ni hablar!
…Al principio los extrañé mucho... No sabía qué hacer…
¡Hasta que un día apareció por acá!
¿Qué pasó?- Le pregunté.- ¿Adónde
se metió? …Y me contó. Resulta que una mañana –en la semana cuando borraron la escultura- llegaron a la herrería inspectores de la
municipalidad. Que falta el matafuego, que no
se ve el sellito de la oficina correspondiente…El rengo se rayó mal…
-¡Vayan a
laburar chorros de mierda!- Les dijo- En vez de vivir a costilla de la
gente...
Y tenía razón don, mire si no ¿Por qué no van a
clausurar desarmaderos truchos? ¿O a buscar quién le vende paco a los pibes? Si
los están matando…
-…
Cuando me vino a ver, me puso una mano en la sabiola y dijo – Pibe,
no creas en todo lo que ves. A
diferencia tuya, yo me puedo ir de acá
y también volver Vos todavía no. Aguantá ¿Sabés? El tiempo, algunos lo miden
en años…Otros por etapas. Si aguantas hasta que esta etapa cambie…y si cambia
para bien…Entonces, seguro, zafás… ¡Trabajá para eso!
Y ya ve… Ahora ando con esto de limpiar los vidrios de los
autos… ¿Vio? Pero yo no estoy con los que afanan a la gente, ni con aquellos que la vuelven pirucha…
Habían terminado de cenar. Cuando el mozo cobró y retiró los platos se levantaron. Salieron a
la calle, alumbrada solo por las luces artificiales de las luminarias, las
vidrieras, los semáforos y los autos…
-¿De veras jefe, me cree?
-Claro. Yo también lo ando buscando.
-Ah… Lo conoce....
-Una vez estuvo en mi casa.
Hace mucho tiempo. Cuando era un chico, casi
como vos... y lo habían echado de su hogar...
-¿En serio?
-En serio. Por favor. Si lo ves, decile que tengo un mensaje
para él.
-¿De quién?
-De alguien que desea disculparse, por haberle quitado parte
de su fuego una vez.
-¿Y usted cómo se llama?
Giró la cabeza y sonrió. El viento apartó el largo mechón de
cabello gris, despejando su frente
ancha y altiva, acentuando su antigua elegancia.
-Nereo
El chico volvió a su
balde, a su secador y a su difusa ocupación de limpiador de parabrisas. La
única posible para muchos, en el tortuoso presente de la humanidad. El dios
regresó sobre sus pasos pensando en las posibilidades de lograr el postergado
encuentro con el habilísimo Hefestos. Tal vez, de ser posible reconstruir
antiguas amistades, también podría volver a componerse aquello que quedó
trunco, esos planes alocados que
trazaron juntos para la tutela de los débiles mortales, allá lejos, en su casa,
él, las nereidas, y algunos tercos personajes expulsados del Olimpo, como el
benemérito Prometeo, miles de años atrás.
PD: Según algunos
estudiosos de la mitología griega, el anciano Nereo brindó asilo a
Hefesto en su palacio situado en las profundidades del océano, cuando sus
padres lo arrojaron del Olimpo a causa de su fealdad. Este dios cojo pero
extraordinariamente hábil en la industria de metales contrajo matrimonio con
Afrodita (la más hermosa de las diosas) a instancias de su madre, para reconciliarse por el hecho de abandonarlo en su niñez. En
Grecia era venerado por haber enseñado artes y oficios a la humanidad.
Cierta tradición asegura que Prometo,
también con el propósito de ayudar a los mortales, hurtó su fuego sagrado para
darlo a las criaturas de la tierra,
pero esto ocasionó la ira de Hefesto y el posterior enfrentamiento entre
ambos.
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