Un soneto mandóle hacer Violante
y él, sin gran cavilar, lo que es discreto,
desplegó el abanico del soneto
y tras sus rimas ocultó el semblante.
En vano, la fermosa demandante
buscó, entre el varillaje, su secreto:
sólo halló un trozo de papel escueto,
mecido por la voz del consonante.
Acaso ella esperó del grande Vega
una flor de lisonja palaciega
o de amor una trova y de respeto.
Mandóle que contara. Obedecióla.
Y a Violante dejó, burlada y sola,
dentro la soledad de su soneto.
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