Una vez le dijeron que la vida es dura pero que siempre se
puede estar mejor.
Frase que desde niño le quedó grabada y resonando en su
cabeza, sin embargo no alcanzaba a
entenderla.
Durante su niñez fue un niño feliz, o eso creía. Vivía en un
barrio tranquilo donde lo único que importaba era jugar en la placita, andar en
karting a rulemanes o en bicicleta y poner globos en los rayos para hacer ruido
y pensar que tenía una magnifica moto.
Eso era lo más aventurero que podían hacer todos juntos, como buenos amigos.
Esta maravillosa aventura tenía como único fin despertar a los vecinos de su
cálida y pasiva siesta. Sin embargo la felicidad no era eterna siempre alguno
de estos alertaban a los padres de los chicos de lo sucedido y hacían que el
reto llevara a que la felicidad se
convirtiera en días de penitencia. En
ese mismo momento el monstruo de la penitencia visitaba simultáneamente a todos
los integrantes de la banda… y por varios días la travesura quedaba comprimida
en los corazones de cada uno…
El monstruo siempre aparecía en cada casa de manera
diferente, a veces se presentaba como en el famoso “escribe 100 veces no debo
molestar a los vecinos a la hora de la siesta”, en otras ayudar a mamá con los
quehaceres domésticos durante una semana, también en no ir al cine el fin de
semana como salida que esperaban para comer pochoclos, tomar gaseosa y
disfrutar de los amigos.
Esa semana tenían prohibido una mala nota en la escuela y la
presión era enorme. Todos sabían que un desaprobado empeoraría las cosas…Si
todo salía bien, volverían a juntarse la semana siguiente para tramar un nuevo
plan y lograr a volver a divertirse como antes.
Esto se repitió durante muchos años, hasta que la famosa y lejana (o al menos eso se
creía) adolescencia golpeó la puerta y esas locas tardes de bicicletas y
karting solo quedaron atrás.
En esta etapa los obstáculos eran otros: la amada y dulce
señorita de primaria abrió su paso para dar lugar a los profesores del
secundario. Estos eran seres gigantes sin el pulcro guardapolvo blanco, en
donde los apellidos tomaban un lugar importante haciendo que los apodos y
travesuras de niños quedaran relegados en el cajón del pupitre. Los profesores
con su vestimenta formal, sus clases expositivas, el famoso “pasa al frente” y
“decime la lección” se convirtieron en esta etapa en el famoso monstruo.
Y la penitencia llegaba como un puñal en la espalda. Las
prohibiciones eran “no salís a comer pizza”, “no vas a la matinée”, ni tampoco
a los tan ansiados cumpleaños de 15 de las chicas del momento.
El grupo de amigos se fue ampliando y reduciendo a la vez,
sin embargo, lo que nunca se perdía eran las eternas juntadas en la plaza para
planificar y contarse las nuevas experiencias vividas.
Pero un día en una de esas charlas se inmiscuyó la lejana
muerte que golpeó duro a unos de los integrantes del grupo: la pérdida de su
padre; y eso sí se transformó en el gran y verdadero monstruo.
Esa tarde de invierno la vida de uno de los integrantes de
la banda dio el inesperado vuelco. Con la pérdida física de su padre ahora
aparecían las pesadas responsabilidades y obligaciones.
Las tardes de risas y charlas se cambiaron por una bicicleta
de reparto pesada, recorridas a la intemperie por calles frías y la necesidad
de formar parte del sostén de la familia. Con tantas responsabilidades y
compromisos para tan corta edad no quedó tiempo para el estudio…
Y ahora sí, el monstruo había cobrado poder y se había
convertido en un gran gigante y más monstruo que nunca.
Y en su corazón
volvió esa famosa frase que ahora resonaba más que nunca: la vida es dura pero
siempre se puede estar mejor.
Con el trascurso de los años el trabajo, el anhelo de formar
una familia propia, y el reencuentro con los integrantes de la banda fue
aplastando de a poco a ese monstruo que lo persiguió durante muchos años.
Esto dio lugar a ansiar nuevos objetivos y las charlas en la
placita dieron paso a cumpleaños infantiles donde se comparaban con sus propios
hijos y las anécdotas volvían a ser parte de sus vidas. El monstruo, envidioso,
ya pasaba a ocupar un lugar cada vez más pequeño.
Pero se sabe que el crecer es inevitable y también les tocó
crecer a sus hijos y entonces la soledad empezó a ser cotidiana y los objetivos
pendientes cada vez más relevantes.
En esta nueva etapa sus hijos lo incentivaron a dejar de
postergarse y empezar a trabajar en la superación de aquellas épocas donde el
monstruo había sido el protagonista y entonces él decidió darse la oportunidad
que por aquellos años había quedado pendiente: retomar sus estudios y aplastar
definitivamente al monstruo.
Había llegado por fin la etapa en la que definitivamente
llegaban los logros deseados. Ahora en su vida el monstruo ya no tenía lugar:
sus hijos habían logrado desterrarlo para siempre y aquella frase que tanto
resonó en su cabeza cobraba de una vez por todas el protagonismo que siempre
debió tener.
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