Todos estábamos atentos ese día. Las noticias parecían
importantes, se notaba en la cara de aflicción de mis padres cuando, a través
de la televisión, el reportero hablaba en un tono preocupado.
A partir de las tres de la tarde habrá un corte general de
energía en…
Eran las dos. No
pude escuchar más porque papá apagó la televisión.
Ajá, ¡Eso no pasa desde el 2050! Yo ni había nacido.
Exclamé con
incredulidad, después de todo, ¿quién le cree a las noticias a estas alturas?
La gente es menos manipulable, al menos por otras personas.
La hora fue
rutinaria para mí, me la pasé en el celular, como es lo normal, mirando videos
y perdiendo así el tiempo. Hablé con algunos de mis amigos por vídeo llamada,
aunque vivían cerca. ¿Para qué ir teniendo la comodidad de estar en casa?
Perdón, Bruno, pero ahora mis viejos quieren que los ayude a
cargar agua.
¿Cargar agua? ¿Qué estamos, en el siglo XIX?
No, pero ya sabés, con el corte de luz la circulación de
agua también se detiene.
Todos estaban con
eso, y yo en mi mundo; por primera vez en mucho tiempo todo el mundo se estaba
tomando una noticia en serio, ¿Realmente era tan malo? A diferencia de mis
papás nunca lo había vivido, no podía saberlo.
¡Bruno, vení, hijo, tenés que ayudar también!
Escuché a mi mamá y
apagué la computadora. ¿Tanta ayuda necesitaban? Si hoy en día las máquinas hacen
prácticamente todo.
Fue pesado, no
había hecho tanto esfuerzo en toda mi vida. Papá tuvo que preparar mucha comida
antes de que, supuestamente, el horno eléctrico dejara de funcionar. Mamá y yo
cargamos agua, entre otras cosas me tomé la pequeña libertad de ver más allá de
las ventanas.
Era un caos, la
gente que guardaba antigüedades preparaba sus arcaicos y tóxicos automóviles a
combustible, mientras que las personas normales parecían desesperadas por
terminar sus viajes antes de que la batería del coche se les acabara, otros lo
cargaban como primera prioridad. Ni los semáforos paraban a la gente, sólo se
escuchaba el estruendo de las voces y bocinas para luego colisionar en un
previsible accidente. Fuego, pánico, y después volvía a empezar. Demasiada
gente, eso es lo que pasa cuando la población no deja de crecer. Pero sólo fue
el inicio.
Unos minutos
pasaron luego de la labor cuando todo se apagó de pronto. Era impensable;
realmente no creí que fuera a suceder.
Nada funcionaba. Ni
mi computadora de escritorio, ni la heladera, ni las canillas, ni los
asistentes, nada. Sólo lo que tenía algo de batería podía persistir.
¡Es el fin, es el fin!
Escuché a un loco
gritar afuera, mientras los bocinazos y gritos desesperados de la gente se
hacían más y más sonoros. Aturdían a cualquiera.
Los servicios de
Internet también se habían detenido, la comunicación que usualmente estaba como
el aire en las calles, ahora se ausentaba, y las personas que querían estar con
sus familiares, se desesperaban más. El ruido crecía y me volvía loco.
Mis padres hablaban
entre sí y les mandaban “SMS” a algunos familiares y vecinos. No sé qué es eso,
supongo que una de sus locuras.
No quise salir de
casa, la muchedumbre era peligrosa, y el exorbitante desorden se escuchaba
afuera. Quise esperar hasta la noche, mientras mis padres parecían organizar
algo entre los vecinos más cercanos con ese sistema de comunicación tan raro.
Ese fue quizás mi peor error.
Si en la tarde no
se podía salir, a la noche menos. Los autos que se quedaron sin batería, se
detuvieron y acrecentaron el tráfico. Personas lloraban de aflicción en sus
coches y otras, ya enloquecidas, salían de ellos para correr en la oscuridad
vacía, prendiendo fuego cualquier cosa; desesperados por un poco de luz. Al
menos ya no había tantos accidentes de autos incluso sin los semáforos, y aún
con eso la cosa pintaba peor.
Los vecinos y mis
padres de pronto se encontraban armados, algunos con palos, otros con cosas más
punzantes y peligrosas. Confiscaron la calle y se formaron por turnos, no
dejaban pasar a nadie, ni a los que lloraban perdidos por no tener su
localización online, todos eran echados por la fuerza.
Me pareció una
exageración, hasta que noté el porqué. A lo lejos, pude ver el peligro con mis
propios ojos.
Era una casa
cercana, pero no de nuestra calle, así que no estaba en nuestro grupo. Conocía
a la mujer que estaba gritando del terror mientras dos asaltantes la herían de
muchas formas y le quitaban todo lo de su pertenencia. Era Alexandra, una buena
amiga de mis padres, madre joven de un pequeño, quien muchas veces venía a
compartir la cena, entonces sentí el miedo y
la impotencia en mi propia piel.
Me desesperé cuando
quise ver a los ojos a cualquier adulto, pero todos apartaban la mirada, nadie
hacía nada para ayudarla, estaba fuera del grupo. A partir de ese entonces ella
estaba por su cuenta.
La policía no
vendría, no tenían cómo transportarse, la ambulancia tampoco, y los hospitales
apenas estarían preparados para una situación así, con limitada energía.
¿Cuánta gente estaba colapsando? No podíamos soportar ninguna pérdida, como si
esto fuera la guerra misma, y yo no podía soportarlo.
Aún con todo el
bullicio, con los llantos de los niños abandonados por el pánico, con los
gritos de dolor de la gente pisoteada por el vulgo, con el olor y el sonido del
fuego deshaciendo hogares y comercios, los gritos de ayuda de Alexandra y su
bebé resonaron en mi cabeza. Me hicieron llorar y eventualmente enloquecer
junto a los demás.
Nadie durmió esa noche.
Racionaban el agua y la comida entre los vecinos y todos actuaban como si fuera
el último día de la existencia como la conocemos.
Miraba fijamente el
fuego, nuestra única fuente de luz y calor. Nadie entraba a sus casas, todos
estaban paranoicos, todos debían defenderlas y no dejar que nadie entrase,
incluso si tenían que herir a alguien más.
Dejé los
pensamientos a un lado y miré mi celular, sin Internet ya no tenía razón para
usarlo, no recibía ni una notificación, por ello tenía mucha batería.
Eran las tres de la
madrugada y aun así no sentía sueño. Mi corazón no paraba de palpitar con
velocidad como si acechara un peligro constante, y ya no confiaba en que mis
padres vinieran a ayudarme si algo me pasaba. No después de haber escuchado
callar a Alexandra y a su bebé de forma súbita en la pasada ocasión; ahora
nadie era de confianza, quizás, ni yo mismo.
Perdido, levanté
por primera vez mi mirada hacia el cielo, y mis ojos se abrieron como platos
del asombro.
La luz, ¿desde
cuándo el cielo tenía tantos puntos de luz?... Se llamaban estrellas, creo, lo
escuché en una clase de primaria. ¿Así era como se veía el cielo sin la luz de
la ciudad? Era hermoso, inevitablemente mi primera reacción fue sacarle una
foto y luego contemplar. Tan inverosímil, me daba algo de paz, al fin algo
bueno pasaba en toda esta desgracia.
Sólo el alba las
hizo desaparecer, y hasta entonces yo seguía estando atónito. Contemplé esa
otra belleza al ver salir el sol; el cielo era celeste, naranja y amarillo a la
vez. ¿Qué pasaba? Me asusté al inicio, pero al sentir el aire de la mañana
comprendí que nada ocurría.
El transcurso de
las horas pasó, y algunas personas inevitablemente se quedaron dormidas luego
de las doce del mediodía, el cansancio era mucho, pero algunos lo soportamos,
yo entre ellos. Vi a mis padres dormir, y sólo entonces quise separarme del
grupo.
Caminé por las
calles sucias y destruidas. Luego de la noche no había ventanas que no
estuvieran rotas, y el olor a quemado mezclado con sangre y muerte era traído
por el viento suave de primavera. Observé los autos parados, la gente que era
mejor evitar y me inundó el silencio sepulcral. Llegué a ver por primera vez un
pájaro cerca, pues sin toda la gente transitando parecían adueñarse de las
calles. Al menos la euforia inicial había pasado.
Miré mi celular,
las tres de la tarde. ¿Sólo había pasado un día? Me preparé. Entonces, el
infierno volvería a comenzar; lo asimilé, respiré hondo y...
Mi celular comenzó
a sonar.
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