La noche cae fría, oscura, insondable…
Bajo el frondoso
árbol se acobacha el hombre cuya imaginación traspasó los límites de la
cordura.
Por el gran
ventanal de la cocina observa a la mujer que, afanosa, realiza los quehaceres
domésticos. Una gran olla sobre el fuego emana olor a hierbas. Ella, diligente
y segura, espera al hijo mayor con la sola convicción que le proporciona su
poder adivinatorio. El joven llegará sin anunciarse y la casa se llenará de
risas, amigos y mujeres. Todo lo relacionado con él es exagerado, abundante,
excesivo. Tan distinto a su hermano menor que, encerrado en su habitación,
relee mapas y anotaciones ajados por el tiempo con la certeza del
descubrimiento de alguna ciudad desconocida, de algún templo sagrado, de alguna
ruta ignota,
El primer hijo se
lanza a la aventura, el segundo la busca en los estantes polvorientos y atestados
de libros de su estrecho cuarto.
Al día siguiente
llega el primogénito confirmando la premonición de su madre. La abraza, la
cubre de exclamaciones altisonantes y se siente a la gran mesa llena de
variados manjares que devora sin esperar a los demás comensales. En su piel
nuevos tatuajes dan fe de sus múltiples aventuras. Al rato entra Iván y, sin
saludar a nadie, pone algunas verduras en su plato y se apresura para volver a
la quietud de su refugio. En el aire se siente un raro vacío, una distancia
palpable. La madre conoce esos rencores, sabe que los lazos sanguíneos no
fueron suficientemente sólidos, no consiguieron zanjar la distancia impuesta
por las diferencias de carácter, de humor, de intereses. Son hermanos, sí, en
los papeles, en la vida son totales desconocidos.
El menor se retira
a su habitación, nada interrumpe el vaivén de sus pensamientos, nada lo
conmueve, solo la obsesión de descubrir,
quién sabe qué, en esos viejos pergaminos. Planea hacer un largo viaje
exploratorio. No hay aparentes urgencias en su vida que sobresalten su cuerpo
ni su espíritu.
El hombre solo bajo
el castaño comienza a inquietarse, vagas sensaciones anticipan el inevitable
desenlace. Quiere desamarrar sus manos, salir de la oscuridad que nubla su
mente atormentada, pero todo intento resulta
vano.
Al anochecer la
casa se puebla de risas escandalosas, de mujeres, de música estridente que
llena los ambientes y se cuela como un rayo punzante en todas las habitaciones,
rompiendo con la paz que imperaba antes de la llegada del libertino.
El hijo
introvertido, callado, ve invadida su privacidad, no puede concentrarse, no
sabe cómo actuar. Se dirige hacia la cocina y, con voz ruda, le dice al hermano
que necesita volver a la normalidad, que su presencia todo lo altera, que allí
no hay espacio para tanta algarabía, que el padre está muriendo olvidado en
algún rincón del patio, que regrese a su vida disipada lejos del hogar. Aquel
no registra los reclamos, no nació para escuchar a nadie…
El padre, presa de
una alucinación final, vislumbra el futuro cercano. Hilos de baba blanca caen
de su boca mustia junto con las palabras:- Caín y Abel, Caín y Abel, Caín…
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