viernes, 20 de marzo de 2020

“CONTATE UN CUENTO XII” - Mención de Honor Categoría E: Reminiscencia Por Patricia Cavaiani de Balcarce


La noche cae fría, oscura, insondable…
  Bajo el frondoso árbol se acobacha el hombre cuya imaginación traspasó los límites de la cordura.
   Por el gran ventanal de la cocina observa a la mujer que, afanosa, realiza los quehaceres domésticos. Una gran olla sobre el fuego emana olor a hierbas. Ella, diligente y segura, espera al hijo mayor con la sola convicción que le proporciona su poder adivinatorio. El joven llegará sin anunciarse y la casa se llenará de risas, amigos y mujeres. Todo lo relacionado con él es exagerado, abundante, excesivo. Tan distinto a su hermano menor que, encerrado en su habitación, relee mapas y anotaciones ajados por el tiempo con la certeza del descubrimiento de alguna ciudad desconocida, de algún templo sagrado, de alguna ruta ignota,
  El primer hijo se lanza a la aventura, el segundo la busca en los estantes polvorientos y atestados de libros de su estrecho cuarto.
  Al día siguiente llega el primogénito confirmando la premonición de su madre. La abraza, la cubre de exclamaciones altisonantes y se siente a la gran mesa llena de variados manjares que devora sin esperar a los demás comensales. En su piel nuevos tatuajes dan fe de sus múltiples aventuras. Al rato entra Iván y, sin saludar a nadie, pone algunas verduras en su plato y se apresura para volver a la quietud de su refugio. En el aire se siente un raro vacío, una distancia palpable. La madre conoce esos rencores, sabe que los lazos sanguíneos no fueron suficientemente sólidos, no consiguieron zanjar la distancia impuesta por las diferencias de carácter, de humor, de intereses. Son hermanos, sí, en los papeles, en la vida son totales desconocidos.
  El menor se retira a su habitación, nada interrumpe el vaivén de sus pensamientos, nada lo conmueve, solo la obsesión de descubrir,  quién sabe qué, en esos viejos pergaminos. Planea hacer un largo viaje exploratorio. No hay aparentes urgencias en su vida que sobresalten su cuerpo ni su espíritu.
  El hombre solo bajo el castaño comienza a inquietarse, vagas sensaciones anticipan el inevitable desenlace. Quiere desamarrar sus manos, salir de la oscuridad que nubla su mente atormentada, pero todo intento resulta  vano.
  Al anochecer la casa se puebla de risas escandalosas, de mujeres, de música estridente que llena los ambientes y se cuela como un rayo punzante en todas las habitaciones, rompiendo con la paz que imperaba antes de la llegada del libertino.
  El hijo introvertido, callado, ve invadida su privacidad, no puede concentrarse, no sabe cómo actuar. Se dirige hacia la cocina y, con voz ruda, le dice al hermano que necesita volver a la normalidad, que su presencia todo lo altera, que allí no hay espacio para tanta algarabía, que el padre está muriendo olvidado en algún rincón del patio, que regrese a su vida disipada lejos del hogar. Aquel no registra los reclamos, no nació para escuchar a nadie…
  El padre, presa de una alucinación final, vislumbra el futuro cercano. Hilos de baba blanca caen de su boca mustia junto con las palabras:- Caín y Abel, Caín y Abel, Caín…

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