Conocí a Martín una cálida tarde de primavera, cuando de
camino a un Congreso, me desvié de la ruta buscando un lugar donde comprar una
bebida refrescante. Apenas recorrí unos kilómetros por calles de tierra,
encontré una hermosa plaza, con árboles altos de anchos troncos cuyas ramas
caían vencidas hasta el suelo como cansadas de darle pelea al viento. No había
juegos en aquel lugar, pero estaba repleto de flores y de coloridos bancos que
ofrecían reposar bajo la suave brisa de enormes sauces. Dejándome tentar por
ese paisaje, me senté bajo la sombra y cerré mis ojos para concentrarme en el
aroma de aquel lugar. Sólo me percaté que alguien se había acercado a mí, cuando oí una dulce voz que me saludaba.
Martín se presentó ante mí con sus grandes ojos negros, una tierna sonrisa y
una historia inolvidable…
Era el menor de
ocho hermanos. Sus padres trabajaban muy duro para poder darles lo que
necesitaran. No tenían una vida de lujos, pero se amaban profundamente y eran
muy felices. Su familia era cristiana, todos los fines de semana concurrían
juntos al culto, y a Martín le encantaba la Escuelita Bíblica ,
porque se encontraba con sus amigos para jugar y cantar mientras aprendían la Palabra de Dios.
A Martín otra de
las cosas que más le gustaba era andar en bicicleta. Cerca de su casa, había un
circuito de mountain bike en el que todas las tardes veía a los niños hacer
grandes saltos entre las montañas de tierra. Entre ellos, Felipe, un
compañerito de la escuela que solía burlarse de él cuando pasaba a las coleadas
por su casa.
Martín tenía una
bicicleta que había heredado de sus hermanos mayores, a la que le faltaban los
pedales y parte del manubrio, y gracias a ello era un experto conduciendo con
una sola mano. Anhelaba poder tener una bicicleta liviana, con cambios y un
manubrio completo. Sus padres conocían su deseo, pero esas bicicletas eran
demasiado costosas para cualquier familia, y era un gasto que ellos no podían
realizar.
Las ganas de tener una
bici nueva eran tales, que él soñaba siempre con ello. Pero una noche tuvo un
sueño especial. Soñó que llegaba a la plaza del pueblo, y había un gran festejo
con globos y banderines que colgaban entre las calles, música que sonaba en
todos los rincones y un gran cartel que anunciaba la inauguración de un nuevo
comercio. Al acercarse al tumulto de vecinos, pudo ver que se trataba de un
local de ventas de bicicletas y, allí en la vidriera, estaba ella. Iluminada
con luces de colores exponían una bicicleta con 27 cambios, cuadro
ultraliviano, computadora, llantas súper brillantes y con los colores favoritos
de Martín, verde y azul.
Entró corriendo al local buscando al vendedor para preguntar
el precio, pero quedó maravillado al ver el resplandor de una hermosa bicicleta
blanca. Era más blanca que la leche, que el algodón, la nube y que la ropa de
la publicidad de jabón en polvo. El empleado le contó a Martín que ese era un
modelo especial, y no estaba a la venta. Era un diseño hecho a pedido expreso
de Dios, y que sus ángeles pasarían a recogerla en cualquier momento, sólo
faltaba estampar el cuadro con la leyenda que el “señor” había solicitado.
En ese momento sonó la alarma del teléfono de la mamá y toda
la familia se despertó. Era tiempo de ir a la escuela.
Esa mañana, cuando
la maestra de Práctica del Lenguaje les pidió que elaboraran un cuento, él
narró su sueño; y en la hora de Plástica, separó presuroso los lápices verde y
azul para dibujar su bicicleta.
Olvidé por un momento
mis horarios, mi Congreso y hasta lo sedienta que estaba. Escuchaba con
atención el relato de aquel niño y me pregunté porqué razón compartía conmigo,
una desconocida, sus aventuras y un sueño que había tenido una vez. Pero volví
rápidamente a zambullirme en su historia cuando escuché que lo mejor estaba por
venir.
Aquel día, cuando
volvió rápidamente de la escuela toda la familia lo esperaba reunida y, al
entrar a su casa encontró la bici de sus sueños, la de 27 cambios con el cuadro
ultraliviano verde y azul, computadora, además de un enorme moño de regalo. Sus
padres y hermanos habían estado ahorrando y la habían mandado a pedir a una
ciudad vecina. Martín no podía esperar y luego de abrazar a los suyos salió a
toda velocidad hacia el circuito de mountain bike. Mientras sus amigos
admiraban el regalo, él notó que Felipe venía a lo lejos caminando. Salió a su
encuentro y su compañero le contó entre lágrimas, que haciendo unas pruebas
había sufrido una caída y su bicicleta había quedado destruida, justo en ese
momento en que su papá había perdido el trabajo. Martín abrazó a Felipe y lo
consoló diciéndole que no se preocupara porque él le regalaba su bici. La cara
de Felipe se transformó cuando vio que no se trataba de la vieja y desarmada,
sino que era una “súper” bicicleta. Allí advirtió que había sido injusto al
tratar tan mal a ese niño y pactaron que aunque la bicicleta sería de Felipe,
la compartirían todas las tardes para saltar por el circuito. Martín regresó caminando a su casa cuando ya
estaba anocheciendo, y al momento de orar por los alimentos, contó a su familia
lo ocurrido. Sus padres pidieron por la familia de Felipe.
A la mañana
siguiente, la alarma volvió a despertar a la familia. Martín abrochó apurado
las tachas de su guardapolvo, tomó su mochila y emprendió su marcha hacia la
escuela. Pero al salir de su casa lo sorprendió un resplandor que le resultaba
familiar. Cuando se acercó a la vereda quedó maravillado al ver la bicicleta
blanca.
Más blanca que la leche, el algodón, las nubes y la ropa de
la publicidad de la tele. No tenía moños ni tarjeta, sólo la inscripción en el
cuadro que decía “Para vos, Martín”. Nadie puso explicar nunca de dónde había
salido aquella bicicleta. Todos quedaron sorprendidos. Todos menos Martín,
quien de camino a la escuela, sólo repetía una y otra vez: “Gracias Señor”.
Dios. Él no sólo cumple nuestros sueños, sino que
cumple aquellas cosas que Él soñó para nosotros, que son mucho más grandes y
maravillosas de lo que pudiéramos imaginar.
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