La historia de una pareja feliz
Por Valentina Martínez
Martorello - Alumna de 1º año de la E.S. N º 3
“Carmelo Sánchez”
Era el
comienzo del año 1806, en la ciudad de Buenos Aires. Los niños jugaban a la
pelota, las damas cocinaban pastelitos, iban a buscar agua al río y pasaban
toda la tarde apostando a la payana.
Joaquín, era un
adolescente de la baja sociedad, vivía solo con su madre. El padre había muerto
en manos de soldados ingleses. Todo el tiempo, durante esos años, recordaba los
bellos momentos en los que el padre lo cargaba sobre los hombros y reía sin
parar. La mamá trabajaba vendiendo pasteles, pero los reales obtenidos no
conseguían pagar las cuentas pendientes.
Un día, caminando
por el pueblo, alcanzó a observar dos soldados convocando a más voluntarios
para combatir contra los ingleses. Sin pensarlo, Joaquín fue corriendo con
ellos a anotarse, honrando el honor de su padre.
Como realizaba muy
bien el entrenamiento, el jefe, que era un hombre de honor, lo invitó a su casa
a tomar el té. Él tenía una hija llamada Anna, era muy hermosa. De piel blanca
como la nieve, los ojos como bolitas de vidrio y manos como la porcelana más
delicada. Al instante, el joven se enamoró de la jovencita. Sentía que era la
única que podía acelerar su corazón con un simple: “hola”.La muchacha también
se enamoró de Joaquín y cada paso que daba hacia él, sentía que el corazón le
explotaba. Pero el amor era imposible. Debía seguir con los planes de la
familia. No podía dejar entrar en su vida a un simple joven que apenas podía pagar
un pan;- decía su madre.
Un día, Joaquín
intentó mandarle flores a la jovencita, pero al llegar a la puerta el padre
prevenido tomó un palo y lo persiguió por todo el jardín, repitiéndole varias
veces que se ocupara de matar ingleses y no de conquistar a su hija.
Los meses pasaron y cada día que estaban
separados, mucho más se amaban. Ambos, decidieron encontrarse a escondidas,
hasta que en la tercera salida el joven besó a Anna, dejándola sin aire. Ya no
podían seguir encontrándose porque el día del combate se acercaba y Joaquín
necesitaba concentrarse.
Al día siguiente,
era una mañana gris y fría. Los niños no se animaban a salir de las casas, los
adultos cerraban puertas y ventanas, sabían que algo malo estaba por llegar.
Esa mañana, el joven
recluta tuvo un mal presentimiento. El silencio de las calles lo aturdía
mientras caminaba a paso ligero. Se dio vuelta hacia atrás un segundo, y
terribles cañonazos empezaron a caer del cielo. Ingleses con armas de alta
calidad, soldados muertos por todos lados.
Joaquín fue
sorprendido por un enemigo desde atrás, tirándolo al piso y apuñalándolo con un
pedazo de vidrio. El dolor era muy intenso. Lo llevaron a donde atendían a los
heridos, intentaron lograr que la lesión dejara de sangrar.
Anna, enterada de
la noticia corrió escabulléndose hacia el lugar donde se encontraba, se
arrodilló en el piso, tomó su mano y le dijo que él era el hombre más fuerte y
luchador que había conocido. Que no la dejara sola, porque ella lo necesitaba Escuchando las dulces palabras de Anna,
Joaquín se levantó, la abrazó y tomó confianza para salir a defender a su
país.
Una semana después,
los jóvenes estaban a salvo y enamorados, pero no contaron nada sobre su
relación.
El padre de la
señorita estaba seguro que ambos ocultaban algo, entonces decidió seguirlos.
Ellos se dirigieron a una plaza y se escondieron detrás de un viejo ombú.
Cuando el hombre, vio que se iban a dar un beso agarró un cuchillo, dispuesto a
matar a Joaquín, pero Anna, empujó a su padre, obligando a Joaquín a correr. El
jefe no tuvo más remedio que encerrar a la hija en el cuarto, sin salir ni para
ir a comer a la mesa. El enamorado la espiaba desde la ventana, no quería que
el padre se enterara y tomara medidas peores.
Los días pasaban y
Joaquín tomó la decisión de enfrentarlo. Tocó la puerta y le expresó al
progenitor que tenía algo para decirle. Se sentaron y el sargento con mal
carácter le pidió que le contara. Joaquín, muy seguro de sí, le explicó que
amaba a Anna tal como era y si se necesitaba tener mucho dinero para poder
estar con ella, trabajaría en cinco lugares diferentes, tan sólo para verla a
la mañana despertar y sonreír. El jefe se levantó y le pidió que lo acompañara.
La condujo hacia unas escaleras estrechas. El joven estaba asustado, abrió la
puerta y allí se encontraba la dama, tan hermosa como siempre. Los enamorados
muy felices, se abrazaron y corrieron a darle las gracias.
Se dice que
desde entonces, nunca más, nada ni nadie, intentó impedir su amor.
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