LA RUBIA DE KENNEDY
Por Munir Eduardo Eluti Cueto - Chile
Una de las versiones
de la leyenda de “La Rubia
de Kennedy”, del folclor chileno urbano contemporáneo.
Corría el año 1979,
en Santiago de Chile y Verónica, como cual fantasma metafísico, se aparecía por
la autopista en las noches dejando a los automovilistas atónitos por su
brillante y pálida hermosura. Vestida con su largo abrigo de piel y vestido
blancos, que la hacía parecer una novia errante y perdida en el tiempo y el
espacio, con su delicioso perfume importado; además de ese gran orgullo que
tenía, propio de la sangre alemana que corría por sus venas; hacía dedo a los conductores para que la llevaran en
sus coches por las precisas esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo
Vespucio y Gerónimo de Alderete. Supuestamente para que la fueran a dejar a un
supermercado cercano. Dicho acontecimiento no era inadvertido, porque salía
todo el tiempo en los periódicos nacionales que circulaban en Santiago, la
capital de Chile. Este hecho hubiera pasado totalmente sin pena ni gloria, pero
lo que lo hacía mágicamente extraordinario; era que cuando Verónica abordaba un
vehículo, le decía a su chofer, “despacio, no tan rápido”, para luego,
desaparecer por el aire. Había choferes, entre ellos taxistas; que le relataban
a los periodistas dichos encuentros nocturnos con tan misteriosa dama; y por la
ubicación local en donde se aparecía, los diarios la apodaron: “La rubia de
Kennedy”. A muchos conductores también les ocurría el mismo hecho, y se
deslumbraban con su hermosura, pero al tiempo después que ella se subía a sus
vehículos, desaparecía en el aire; dejando una gran estela de su delicado
perfume, y una gran luminosidad de bellísimas luces de colores. En muchas
ocasiones los conductores, no recordaban qué les había ocurrido en realidad,
hasta tiempo después cuando les venía un vago recuerdo a la mente, al pasar
nuevamente por dicha avenida. Y todos concordaban en la misma versión: que en
el luminoso arco iris nocturno por el cual transitan los automovilistas, había
un mágico ser encantado, que era una belleza de otro país, por sus rasgos
germánicos que les hacía dedo, para luego desaparecer en el aire, una vez que
estaban en el interior de los vehículos; ya que ésta era una experiencia mágica
para todos los conductores. Sin embargo, algunos decían que con su infinito
encanto, se habrían podido fácilmente… enamorar de ella. Y había un conductor,
que camino a su trabajo siempre pasaba por dicha avenida. Era un banquero, se
llamaba Francisco , de descendencia alemana,
un hombre joven, de 27 años, formal, sus compañeros de trabajo le comentaban
este hecho, pero él, como era ateo no creía y se negaba a aceptarlo. Hasta que
empezó a familiarizarse con las apariciones de la rubia de Kennedy, porque en
la oficina de su despacho, empezaron a llegar los periódicos con los titulares
de tan impactante noticia. De modo que Francisco, empezó a interesarse por el
tema, al leer una y otra vez, en su escritorio, las noticias que le hablaban de
tan mágico fenómeno. Y lo que más le llamó la atención fue que era por las calles en donde él pasaba,
con su vehículo Chevrolet Opala rojo año 1979 todos los días. Claro que la hora
exacta de dichas apariciones de la rubia de Kennedy, no aparecían en los
diarios. Pero lo que sí era una certeza, y que ningún conductor ponía en duda,
era que sus apariciones eran nocturnas. Nadie parecía saber más acerca del
fantasma de la rubia de Kennedy, sólo lo que aparecía en los diarios, que no
dejaba de alarmar a la opinión pública, sin embargo, hubo un rasgo que a
Francisco le llamó profundamente la atención, -aparte del fenómeno en sí y de
su belleza, claro está,- y era que; por la descripción que daban los
periodistas, parecía que el fantasma de la rubia de Kennedy, era germánica. De
esta forma, Francisco acudió a la casa de su tío Sergio, que era profesor de antropología,
en la universidad de Santiago; para consultarle sobre este fenómeno. Y éste le
contó que efectivamente, hacía 200 años había una princesa alemana de 25 años
de edad; que según contaba la leyenda, no pudo consumar su amor con su novio,
que también era un joven alemán de 27 años, porque su padre se lo impidió.
Francisco se estremeció al escuchar la edad del novio, y recordó también su
descendencia; pero luego se tranquilizó a sí mismo pensando en todos los
hombres que tienen su edad, y están en el mundo esperando su amor desde esa
época. Luego Sergio le dijo que el novio al no poder estar con su amor;
prefirió la muerte; y ante ese hecho la princesa que supo posteriormente que la
muerte se había llevado a su amor, la desafió para luego rechazarla; y se cuenta
que desde ese entonces, la princesa vaga por la tierra buscando ese gran amor. Rápidamente
Francisco dedujo que la princesa Alemana
tendría 200 años, por lo que contaba la leyenda,
- Sí - le respondió su tío Sergio.
- Pero tío, por lo
que aparecen en los diarios, la rubia de Kennedy es hermosa y no parece tener
más de 25 años”. – agregó Francisco
- Sí eso he visto en
los diarios, sobrino- le contestó Sergio-
y eso es todo lo que te puedo acotar, o al menos es lo que yo sé de la leyenda
de Verónica.
- ¿Cómo? - exclamó Francisco- ¿la princesa se llamaba
así?,
- Sí- afirmó Sergio.
Francisco le
agradeció la historia contada a su tío y se despidió para regresar con mucho
miedo a su casa; ya que el camino era entre las avenidas Kennedy con Américo Vespucio
y Jerónimo de Alderete. Pero lo que no sabía Sergio, era que la princesa
alemana aparte de ser princesa, era una bruja centenaria con un poder
extremadamente grande, que radicaba en su belleza y en su cabellera dorada,
logrando engañar a la muerte, con rituales y conjuros que ella realizaba. El
mismo día en que su amor se entregó a ella, ganó tener la ansiada inmortalidad; además de
poseer el don de aparecer y desaparecer en cualquier sitio a su entera voluntad
y antojo. Estando vestida con un abrigo y un vestido blancos, porque ese era el
color pre-nupcial matrimonial, con su príncipe amado. Y su boda se la había
negado el padre del novio, al saber que ella era una bruja centenaria.
Francisco había empezado a creer en dicho
fenómeno, y como era de esperarse una noche que regresaba de su trabajo, se le
apareció la rubia de Kennedy. Francisco, sospechaba que era ella, de modo que
por miedo no dudó ni un instante en detener su Chevrolet Opala rojo del año
1979. Ella se acercó, efectivamente estaba vestida con su abrigo y vestido
blancos, caminó hacia Francisco que vio una gran incandescencia de luces que
nunca antes había visto, y sintió un perfume que no conocía, pareciéndole el
mejor que había sentido en su vida.
- Hola - le dijo
- Hola - le respondió ella- ¿Me puedes llevar?
- Sí claro - le dijo
Francisco,
- ¿Adónde vas?
- Al supermercado que
esté más cerca
Francisco estaba
aterrado, porque se había encontrado cara a cara con el fantasma de la rubia de
Kennedy. Por un momento quiso huir, pero pensó rápidamente que ella tendría
poderes especiales y le podría hacer algún daño, entonces, tratando de
disimular su miedo, le dijo: “claro sube
yo te llevo”, y ella se iba a subir cuando Francisco agregó, “sube
adelante,”. Ella se negó ya que prefería
el asiento trasero, “bueno como quieras”, contestó Francisco; que no podía disimular su
nerviosismo, porque sabía en el problema que estaba involucrado, y recordó la
leyenda que le había contado su tío, de que el prometido de la princesa alemana
había muerto, y en más de un momento, llegó a pensar que él podía correr la
misma suerte. Para tratar de alejar un poco su miedo, le preguntó a su
misteriosa pasajera, así inocentemente:
- ¿Eres de por acá, linda?
- No precisamente
- ¿Cómo, no eres de Santiago?
- La verdad, es que es una historia muy larga de contar
Entretanto
Francisco sacó un cigarrillo y le dijo:
- Disculpa soy un
descortés, antes que nada me presento me llamo Francisco- , le da la mano, y le
ofrece un cigarrillo, ella lo toma, sonriendo
- No te preocupes, yo
también debí hacerme presentado, me llamo Verónica.
Francisco se estremeció
al escuchar su nombre. De esta forma le había quedado más que clara la leyenda
que le había contado su tío, y pensó, “este es el fin”. Entonces le dijo:
- Es un agrado
conocerte Verónica, me has caído muy bien - y con el nerviosismo Francisco aceleró la
velocidad -
- Por favor no corras.
Más despacio, más despacio”- dijo Verónica
- Sí claro - afirmó Francisco que con sus nervios no pudo
encender su cigarrillo- me estabas contando que no eres de Santiago
- Así es, ¿y tú de
donde eres?”, le preguntó Verónica
- Yo sí soy de Santiago, pero tengo descendencia
alemana - y cuando le iba a pasar su
encendedor para prenderle su cigarrillo, se dio cuenta que Verónica no estaba
en su auto, entonces Francisco se detuvo, inspeccionó su vehículo y lo único
que pudo encontrar, fue su perfume tan delicioso, esparcido por el interior del
su Chevrolet Opala rojo año 1979. Luego regresó a su hogar, totalmente
sorprendido por la experiencia que le había vivido, bebió su acostumbrada
cerveza como buen descendiente de alemán, y se acostó plácidamente. Al otro día
en su trabajo, compró los diarios pero vio que no salió ninguna noticia sobre
las apariciones de la rubia de Kennedy, y para su sorpresa, se dio cuenta que
de la noche anterior, no pudo recordar nada, sólo que regresó de su trabajo a
su casa como cualquier día normal. Pasaron de este hecho alrededor de una
semana y a Francisco, ya se le había olvidado; sólo sabía de las apariciones de
tan misterioso fantasma, por lo que cotidianamente leía en los diarios.
Mientras tanto a Verónica, sólo le bastó saber que Francisco tenía descendencia
alemana, para saber que era el pariente lejano de su príncipe alemán, con el
cual su padre no la había dejado casarse. Entonces el ritual se repitió: En la
avenida Kennedy con Américo Vespucio y Jerónimo de Alderete, pasó Francisco
como cualquier día de la semana, regresando de su trabajo, conduciendo su
Chevrolet Opala rojo año 1979, y logró ver a una señorita rubia, vestida de
blanco, que le hizo dedo para que la
llevase. Francisco inocentemente, detuvo su vehículo, porque le pareció una
novia, se le acercó y le dijo:
- “Hola, ¿me puedes
llevar?”
- “Hola, sí claro,
encantado”.- respondió Francisco, entonces
ella se subió a su vehículo, y Francisco que no recordaba casi nada de su
encuentro, solo tenía un vago recuerdo le volvió a preguntar su nombre- “¿Cómo te llamas?”
- “Verónica” –
contestó ella sonriendo, porque sabía que lo había encantado para que recordara
sólo lo que ella deseara-
- “Es un agrado
conocerte Verónica, yo me llamo Francisco. ¿Y adónde vas?”, le preguntó
Francisco.
- Al supermercado que
esté más cerca
Francisco trataba
de recordar por más esfuerzos que hacía, y le parecía que esa situación ya la
había vivido antes, hasta que violentamente recordó la historia que le había
contado su tío, y pensó que estaba con la rubia de Kennedy; lo invadió un
inesperado nerviosismo, que para tratar de encubrirlo, le preguntó a Verónica:
- “¿Y de dónde eres
Verónica?”, entonces, ella sonriente, le dice,
- “No soy de
Santiago, es una historia muy larga de contar”- dijo sonriente - “¿Y tú de dónde
eres?”- sabiendo Verónica la respuesta,
y tratando de anticipar sus movimientos.
- Yo soy de Santiago,
pero tengo descendencia alemana. Y así como yo te voy contando mi vida, ¿Tú me
contarías la tuya, Verónica?, te lo pregunto porque te encuentro muy simpática
- Sí - le dijo
Verónica.
Entonces Francisco,
armándose de valor, y sabiendo los riesgos de la leyenda que le había contado
su tío sobre la princesa alemana
- Qué te parece si me cuentas tu vida, pero no aquí sino en
otro lugar, Verónica, ¿Saldrías a cenar conmigo esta noche?”
- Sí, acepto
- “¿Pero y tus
compras del supermercado?”- preguntó Francisco entre regocijado y calmado-
- Las dejo para otro día - respondió Verónica.
Ambos se dirigieron al restaurante más cercano, y en
el desarrollo de la velada, Verónica le contó que tenía 25 años y Francisco le
dijo que tenía 27. Verónica le contó que ella es alemana, y hacía un tiempo
atrás, estaba comprometida para casarse,
pero que el padre de su prometido, impidió la boda porque a ella no la
encontraba una mujer ideal.
- “Pero Verónica de
lo poco que te voy conociendo, me pareces encantadora, y siento que te conozco
desde hace mucho tiempo – aseguró Francisco
- Sí, quizás de otra
vida- dijo ella sonriente.
- ¿Y tú tienes novia, o eres casado?
- No soy soltero, lo
que pasa es que mi padre es muy estricto conmigo, con la selección de mis
novias”.
Verónica, cayó en
un profundo silencio, que opacó su característica simpatía, y Francisco pensó
que se había enojado, ya que le parecía que se estaba enamorando de ella…
Entonces en un acto de prudencia:
- Creo que es un poco
tarde, ¿te llevo a tu casa? – preguntó Francisco
- Sí - respondió Verónica.
- ¿Dónde vives?
- En las calles entre
la Avenida Kennedy ,
con Jerónimo de Alderete y Américo Vespucio
- Yo paso por ahí
todo el tiempo – encantado le aseguró Francisco
Emprendieron el
viaje una vez que terminaron la cena, y ella esta vez no se sentó en el asiento
trasero, de ésta forma siguieron conversando animadamente. Francisco pensaba en
dos opciones: O era verdad que ella era alemana, y realmente había tenido una
Cita con la rubia de Kennedy; o era una farsante que se había aprovechado de
él. Para salir de su duda, Francisco la invitó a Verónica, para que se vuelvan
a encontrar mañana en la misma esquina, y a la misma hora, “Claro”, le dijo
Verónica, “ahí estaré”. Por su naturaleza de ateo, Francisco, no creía en la
primera opción, hasta que vio sacar a Verónica de su bolso un perfume que se lo
aplicó en su cuello, y le refrescó su memoria: Era el mismo perfume que había
impregnado su vehículo la otra noche, y cuando le iba a preguntar adonde lo
había comprado, Verónica había desaparecido. Esta vez sí logró recordar lo que
le había ocurrido, cada detalle, sabía que no era un sueño, y se dio cuenta que
lo que había vivido era verdad…había tenido un encuentro con la rubia de
Kennedy; y ¿por qué negarlo?, se había enamorado de ella. En sus aposentos
Verónica sufriendo la más amarga de las tristezas, y decepciones, se sacó su
peluca doraba, y quedó con su natural cabello negro, como la más oscura de las
noches; que en su ya lejana y perdida juventud de hace 200 años, se había
tornado blanco, y posteriormente negro, y ese era el rasgo que hacía que los
hombres se enamoraran de ella; porque su poder radicaba en su cabello, rubio en
su juventud, pero en la actualidad de 1979, estaba negro como las más oscuras
tinieblas, claro que no había perdido su belleza, ni tampoco sus poderes.
Verónica no fue a la cita acordada con
Francisco, y de esta forma, no pudo consumar su amor; entonces en Santiago de Chile,
se ve a un conductor errabundo, que maneja un Chevrolet Opala rojo por la
avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y Jerónimo de Alderete; que pasa todas
las noches esperando encontrar a una señorita que lleva vestido y abrigo
blancos, es rubia, y tiene rasgos de princesa alemana.
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