El soldado perdido
Por María Milagros Lima - Alumna de 1º año de E.S.N1º 3 “Carmelo Sánchez”
Un soldado sajón sobreviviente de la guerra contra los normandos se encaminaba un día hacia su comarca. Tomó por olvidados senderos, se adentró en un bosque y se perdió. Pero no se dio por vencido y continuó hasta que sus piernas no dieron más. Decidió sentarse a descansar entre unos arbustos para mantenerse a salvo de cualquier enemigo que merodeara. Rato después, unos extraños ruidos llamaron su atención y alertado se arrastró más en la espesura y aunque no había sido herido, estaba dolorido y no pudo evitar emitir un quejido. Se arrepintió, pero ya era demasiado tarde; unos diez hombres se abrieron paso entre las plantas. Iban vestidos con una especie de túnicas rojas y en sus manos llevaban lanzas. Lo tomaron del brazo y le cubrieron la cabeza con una manta. Después de caminar largo rato, se detuvieron y lo arrojaron dentro de una cueva. Dos hombres se pusieron delante de la entrada cubriendo el paso.
Los
desconocidos hablaban entre ellos, pero él no lograba comprender lo que decían;
era un dialecto hermético, ancestral…
Tirado en el
piso frío de piedra, tratando de recuperarse, logró ver una joven mujer de
largos cabellos que se aproximaba a uno de los que estaban tapando la abertura
y les dijo algo indescifrable. Caminó hacia adentro y se acercó cautelosamente.
Miró al soldado y preguntó su nombre. Sin decir palabra, regresó donde estaban
los seres misteriosos y les habló algo incomprensible. Observó al muchacho, se
acercó lentamente y le extendió la mano. Éste la tomó y salió de la cueva.
-Soy Jeremy
–dijo el forastero.
El militar
estaba aturdido, no comprendía por qué la desconocida había hecho eso. Ella,
era distinta a los que andaban por allí. Tenía la piel más clara y sus ojos
eran verdes y grandes, En cambio, los extranjeros tenían la piel oscura y los
ojos muy negros, el cabello largo, enmarañado y áspero.
La
mujer se comunicó y él comprendió sus palabras.
Vivía con ellos desde que los sajones quemaron la aldea Normanda,
desde pequeña. Estas personas la
cuidaron y la protegieron. Su nombre era Emily. El joven soldado la miró y
supo que no estaba equivocado, la muchacha era bella. Al día
siguiente, ella le mostró el asentamiento y sus integrantes.
Al llegar la
noche, decidió hablar con el jefe para pedirle que dejara en libertad al
prisionero, sin embargo, éste se negó. No iba a correr riesgos. Tanto los
sajones como los normandos torturaban a la tribu cuando tenían la oportunidad. Por esta causa,
debían vivir a escondidas como animales, en su propia tierra.
Pronto lo matarían,
se sentían en peligro con el extranjero allí. Era en vano continuar con la
conversación. La decisión estaba tomada. Emily le explicó esto a su amigo y él
se asustó mucho.
Esperaron la noche
siguiente, escondidos de los seres olvidados y ayudados por la oscuridad,
salieron cautelosamente mientras todos dormían. Se internaron en el bosque.
Ella lo conocía muy bien. Caminaron silenciosos por un sendero estrecho con
mucha vegetación durante horas. Lo hacían despacio. La oscuridad era casi
completa y el silencio aterrador, desgarrado sólo por los aullidos de los
lobos. Cerca del amanecer, escucharon un murmullo inexplicable que provenía de
atrás de unos arbustos. El sajón y Emily
observaron alarmados entre la vegetación. Hallaron un hombre herido en el
suelo. El muchacho se acercó y le hizo algunas preguntas, era uno de sus
compañeros de combate .Jeremy lo cargó en sus hombros y él los guió por la
senda hasta el valle cercano al mar. Una vez allí, los demás soldados se
aproximaron a Jeremy y asistieron al militar herido. Los sajones habían
triunfado en la batalla y debían abandonar rápidamente ese horrible
lugar.
El
soldado buscó con la vista a la chica; sus amigos, el humo y la confusión
le tapaban la visión. Eran cientos. Subieron a las naves ancladas en la costa
francesa y cruzaron veloces el Canal de la Mancha hasta Britania. Allí celebrarían la
victoria; pero, los enviaron en partidas distintas.
Emily no
estaba por ninguna parte. Se había esfumado.
Había pasado
un año desde aquella matanza contra los normandos. La buscó sin éxito. Nadie sabía,
nadie recordaba qué camino había tomado la mujer.
Ahora, se
encontraba caminando solo, mirando los puestos de fruta y carne seca del
mercado de la plaza. En ese momento, por su distracción, chocó con alguien que
cargaba una bolsa de frutas. Éstas se desparramaron por el piso. La persona se
dio vuelta, antes de que Jeremy se pudiera disculpar. Era Emily…
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