La princesa Beatriz
Por Francesca Pavan
Alumna de 1º año de E.S. Nº 3 “Carmelo Sánchez”
En el siglo VIII Europa estaba
dividida por tribus rivales en continua lucha por la supremacía. Con la llegada
de los Carolingios en Germania, se les concedió a los duques
y condes favoritos del rey, feudos temporales por los servicios al
estado. Sin embargo, todos ellos deseosos de mantener ese poder,
y viendo como la autoridad del monarca disminuía cada vez más, estos
señores adquirieron un gobierno local y convirtieron sus propiedades en
feudos hereditarios.
La codicia, el miedo y la guerra por el
poder se instaló para quedarse y se cuenta que entre los grandes secretos de la
historia está la de Beatriz, hija menor del rey Enrique II de
Baviera.
Era una joven muy bella y delicada que
amaba la música y la poesía. Desde pequeña estaba comprometida con Arnaldo
sobrino del duque Federico de Austria y aunque nunca lo hubiera visto, Beatriz
ansiaba el momento de casarse con él porque las doncellas que lo conocían lo
proclamaban como un músico extraordinario. Siempre solía decir que cuando
se casara con la princesa le cantaría todos los días…
El gran acontecimiento se aproximaba y
dentro del palacio los criados no se detuvieron en sus menesteres hasta que el
gran salón de la boda estuvo listo. Era un maravilloso lugar, decorado y
engalanado para el casorio. Tenía un descomunal mosaico de Arnaldo y su
prometida en la bóveda del recinto.
Mientras tanto, Beatriz viajaba con su padre y
la comitiva hacia el ducado. Cuando llegaron estaba dormida, así que la
llevaron a una habitación para que descansara. Al mediodía, una criada vino a
despertarla y le puso el vestido de novia con ayuda de otras mujeres.
Una hora después, la doncella se encontraba
caminando hacia el altar donde la esperaba el joven más apuesto que jamás
hubiese visto; su querido Arnaldo. Y éste miraba como se acercaba la
muchacha más bella en la que hubiera puesto sus ojos.
Beatriz y Arnaldo se enamoraron desde ese
momento, y todos los días, como había dicho, el príncipe le cantaba canciones a
su amada hasta que su garganta no pudiera más.
Un día, mientras estaba en el balcón
escuchando la melodía, llegó de visita el duque Federico. La vio con su hermosa
cabellera suelta y su frágil figura e instantáneamente se enamoró de ella.
Tanto, de hecho, que mandó matar a su sobrino y obligó a la joven viuda a
casarse con él.
La princesa se convirtió en dueña y señora de
Austria y de Baviera porque su padre fue despojado del reino sin ninguna
clemencia.
Pasó años llorando a su amor en una torre, en
la que el cruel Federico la obligó a recluirse, harto ya de su rechazo.
Pero la dama, extrañaba mucho a Arnaldo y a su
padre, ya muerto; tanto, que se arrojó por una ventana de la torre que daba al
mar y nunca más se supo de ella.
Los habitantes de la región, aseguran,
que si pasas por la rocosa playa, todavía se escuchan los cantos de Arnaldo y
la risa feliz de la princesa que se confunde con el murmullo de las olas.
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