domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría D: “El diccionario” Por Mariela Rendino , Balcarce


Me encanta leer, siempre estoy buscando algo nuevo para conocer por medio de los libros. Soy muy curiosa y trato de dar una explicación a todo lo que sucede a mí alrededor. Por eso, siempre cuando tengo una duda o no entiendo algo recurro al “mataburros”, como lo llama mi profe de Literatura.
              Hace unos días, leyendo una novela para el colegio encontré una palabra. No sabía su significado; por lo que decidí averiguarlo en el diccionario. Me sorprendí cuando no lo vi en la repisa de mi cuarto, junto a la enciclopedia de ciencias naturales que me había regalado mi abuela al cumplir 10 años. ¡Qué raro!, pensé; si la última vez que lo usé lo dejé allí. Bajé las escaleras corriendo hasta el escritorio de mi padre pero todo fue en vano. Lo esperé a que volviese del trabajo para preguntarle. Al  llegar a casa, le consulté dónde estaba.
-En el lugar de siempre-, me respondió cansado.
-No lo he hallado-, contesté insistente, pero me fui porque se me hacía tarde para ir al colegio. Incluso salí sin almorzar.  Entré directo a la biblioteca para buscar  esa palabra. Cuando llegué y me acerqué al estante, me di cuenta  que el diccionario no estaba. La bibliotecaria tampoco sabía qué había pasado con él. Ingresé a clase junto con mis compañeros y le comenté lo sucedido a mi mejor amiga.
-¿Por qué estás tan alterada?, ¡Tanta historia por un diccionario!!- comentó Agustina.
-Es que hace tiempo que lo busco y no lo puedo encontrar, me está preocupando demasiado- le aclaré bastante enojada.
-No pasa nada, ¡Ahora con internet lo tienes todo, lo googleas y listo!- me dijo con tono irónico.
              No me conformé con su comentario. Me retiré del colegio y regresé a casa un poco enfadada. La radio estaba encendida. A los pocos minutos, una noticia me llamó la atención: “La tecnología avanza cada vez más y los libros están desapareciendo”. Qué curioso. Cené y me fui a mi cuarto muy pensativa. Al otro día, desayuné un yogurt con cereales y me propuse salir a la calle a investigar lo que sucedía.
               Caminé hacia la plaza de mi barrio y a la gente que cruzaba le preguntaba: ¿Dónde  viste por última vez tu diccionario?, ¿Siempre lo usas?, ¿Es indispensable para vos?. Y me respondían: Ni me acordaba que tenía uno. Hace mucho que no lo uso. No sé si queda alguno en mi casa.
             Me agoté, la gente no me ayudaba y no sé si me servía de algo. Estaba cansada, caí desmayada en mi cama. Me dormí quince minutos y un ruido procedente del conducto de la ventilación de la calefacción me sobresaltó. Quizás tenía algo que ver con la desaparición de mi “mataburros”. Sonaba tonto pero, ¿quién sabe?. Me colé en el conducto y vi una tenue luz. Avancé hacia ella. Después de un buen rato, arrastrándome y llenándome de porquería, observé algo asombroso. Había un montón de conductos que llevaban a un mismo sitio. Lo más curioso fue ver unos extraños duendecillos con largas barbas, un poco raros. Eran muy graciosos. Estos seres arrastraban unos carritos llenos de libros. Los persiguí con mucho cuidado para no  ser descubierta.  De pronto, tropecé y caí a un pozo que parecía no tener fin. Pensé que moriré allí mismo, cayendo sin parar o, finalmente, aplastada, pero aterricé en una inmensa jungla,  cuya vegetación era palabras y el suelo hojas de libros. Vi letras, más palabras, páginas. Seguí  caminando y me di cuenta que todo estaba hecho con caligramas. Los árboles eran contornos de letras que formaban la palabra árbol, como así también las piedras, las nubes. En el interior de las figuras había adjetivos que calificaban a cada una de ellas.
               Todo era maravilloso, no podía dejar de asombrarme; cuando de repente me choqué contra algo. Los duendecillos se habían parado. Uno me lanzaba una mirada, como si me saludase. Estaba delante de un enorme libro - edificio. No sé, imagino que un edificio con forma de libro. La portada se abrió y el interior era una inmensa sala decorada con miles de palabras, y los duendecillos entraban e iban colocando los libros de los carros en estantes, identificados por sus nombres. Uno se llama Atlas, otros Mapas, Diccionarios. Qué alegría me dio cuando visualicé a los diccionarios. Los duendes guardaban allí todos los diccionarios del mundo. Observé también que otros llenaban las estanterías con libros de cuentos populares que ya no se contaban.
               Alguien me llamó, un hombre, con una voz suave y de tono honesto.
             – ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – me preguntó
-Soy Alicia- respondí. Estoy aquí porque han desaparecido todos los diccionarios del planeta, aunque vi que están desapareciendo más cosas.
– Entonces, ¿tú querías recuperar los diccionarios?- me dijo el duende.
-Supongo- respondí con timidez. Esto es muy impactante.
-Bien, entonces te explicaré el porqué de todo esto. El hombre, un señor mayor, muy parecido a los duendecillos pero más alto que yo, me contó que la gente antes usaba mucho los libros, leía, exploraba los mapas, diccionarios. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, todo eso se había perdido. No hacían falta mapas ni atlas, al ser reemplazados por el Google Maps. La gente estaba muy ocupada para leerles a sus hijos, y los jóvenes preferían salir y  escuchar música antes que abrir un libro y algunos pocos optaban por el wattpad. Por eso, se llevaban todo, fundando su propio mundo, al que solo se podría entrar si él lo autorizaba.
– ¡Pero a mí me gusta leer! Y busco en el diccionario, quiero seguir leyendo y explorar libros–, dije suplicante.
 –De acuerdo. Pondré una clave para entrar, y solo lo podrá hacer el que sepa descubrir la magia de los libros y únicamente en este espacio podrás apreciarlos de verdad-, aclaró el duendecillo.
     De repente hubo un destello. Esa luz que vi antes, ahora con más fuerza, hacía que cerrara los ojos. Cuando los volví a abrir permanecía en mi habitación, acostada en la cama. Me levanté corriendo para comprobar si estaban todos los libros. ¡Mi diccionario!, ¡Bien!. Ya puedo buscar esa palabra: “Transportar”. Eso es lo que yo hago, me transporto. Cada vez que leo un libro vuelvo al mundo de las palabras, donde todo cambia según lo que se lea, y me meto en otro lugar diferente, donde pasan días que apenas son segundos, donde nadie ni nada puede molestarme. Y, por suerte, tengo a mi “mataburros” al que  consulto en caso de necesidad.

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