Me encanta leer, siempre estoy buscando algo nuevo para
conocer por medio de los libros. Soy muy curiosa y trato de dar una explicación
a todo lo que sucede a mí alrededor. Por eso, siempre cuando tengo una duda o
no entiendo algo recurro al “mataburros”, como lo llama mi profe de Literatura.
Hace unos días, leyendo una novela para el colegio encontré una
palabra. No sabía su significado; por lo que decidí averiguarlo en el
diccionario. Me sorprendí cuando no lo vi en la repisa de mi cuarto, junto a la
enciclopedia de ciencias naturales que me había regalado mi abuela al cumplir
10 años. ¡Qué raro!, pensé; si la última vez que lo usé lo dejé allí. Bajé las
escaleras corriendo hasta el escritorio de mi padre pero todo fue en vano. Lo
esperé a que volviese del trabajo para preguntarle. Al llegar a casa, le consulté dónde estaba.
-En el lugar de siempre-, me
respondió cansado.
-No lo he hallado-, contesté
insistente, pero me fui porque se me hacía tarde para ir al colegio. Incluso
salí sin almorzar. Entré directo a la
biblioteca para buscar esa palabra.
Cuando llegué y me acerqué al estante, me di cuenta que el diccionario no estaba. La bibliotecaria tampoco sabía qué
había pasado con él. Ingresé a clase junto con mis compañeros y le comenté lo
sucedido a mi mejor amiga.
-¿Por qué estás tan alterada?,
¡Tanta historia por un diccionario!!- comentó Agustina.
-Es que hace tiempo que lo busco
y no lo puedo encontrar, me está preocupando demasiado- le aclaré bastante
enojada.
-No pasa nada, ¡Ahora con
internet lo tienes todo, lo googleas y listo!- me dijo con tono irónico.
No me conformé con su comentario. Me retiré del colegio y regresé
a casa un poco enfadada. La radio estaba encendida. A los pocos minutos, una
noticia me llamó la atención: “La tecnología avanza cada vez más y los libros
están desapareciendo”. Qué curioso. Cené y me fui a mi cuarto muy pensativa. Al
otro día, desayuné un yogurt con cereales y me propuse salir a la calle a
investigar lo que sucedía.
Caminé hacia la plaza de mi barrio y a la gente que cruzaba le
preguntaba: ¿Dónde viste por última vez
tu diccionario?, ¿Siempre lo usas?, ¿Es indispensable para vos?. Y me
respondían: Ni me acordaba que tenía uno. Hace mucho que no lo uso. No sé si
queda alguno en mi casa.
Me agoté, la gente no me ayudaba y no sé
si me servía de algo. Estaba cansada, caí desmayada en mi cama. Me dormí quince
minutos y un ruido procedente del conducto de la ventilación de la calefacción
me sobresaltó. Quizás tenía algo que ver con la desaparición de mi
“mataburros”. Sonaba tonto pero, ¿quién sabe?. Me colé en el conducto y vi una
tenue luz. Avancé hacia ella. Después de un buen rato, arrastrándome y
llenándome de porquería, observé algo asombroso. Había un montón de conductos
que llevaban a un mismo sitio. Lo más curioso fue ver unos extraños
duendecillos con largas barbas, un poco raros. Eran muy graciosos. Estos seres
arrastraban unos carritos llenos de libros. Los persiguí con mucho cuidado para
no ser descubierta. De pronto, tropecé y caí a un pozo que
parecía no tener fin. Pensé que moriré allí mismo, cayendo sin parar o,
finalmente, aplastada, pero aterricé en una inmensa jungla, cuya vegetación era palabras y el suelo
hojas de libros. Vi letras, más palabras, páginas. Seguí caminando y me di cuenta que todo estaba
hecho con caligramas. Los árboles eran contornos de letras que formaban la
palabra árbol, como así también las piedras, las nubes. En el interior de las
figuras había adjetivos que calificaban a cada una de ellas.
Todo era maravilloso, no podía dejar de asombrarme; cuando de
repente me choqué contra algo. Los duendecillos se habían parado. Uno me
lanzaba una mirada, como si me saludase. Estaba delante de un enorme libro - edificio.
No sé, imagino que un edificio con forma de libro. La portada se abrió y el
interior era una inmensa sala decorada con miles de palabras, y los
duendecillos entraban e iban colocando los libros de los carros en estantes,
identificados por sus nombres. Uno se llama Atlas, otros Mapas, Diccionarios.
Qué alegría me dio cuando visualicé a los diccionarios. Los duendes guardaban
allí todos los diccionarios del mundo. Observé también que otros llenaban las
estanterías con libros de cuentos populares que ya no se contaban.
Alguien me llamó, un hombre, con una voz suave y de tono honesto.
– ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – me
preguntó
-Soy Alicia- respondí. Estoy aquí
porque han desaparecido todos los diccionarios del planeta, aunque vi que están
desapareciendo más cosas.
– Entonces, ¿tú querías recuperar
los diccionarios?- me dijo el duende.
-Supongo- respondí con timidez.
Esto es muy impactante.
-Bien, entonces te explicaré el
porqué de todo esto. El hombre, un señor mayor, muy parecido a los duendecillos
pero más alto que yo, me contó que la gente antes usaba mucho los libros, leía,
exploraba los mapas, diccionarios. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, todo
eso se había perdido. No hacían falta mapas ni atlas, al ser reemplazados por
el Google Maps. La gente estaba muy ocupada para leerles a sus hijos, y los
jóvenes preferían salir y escuchar
música antes que abrir un libro y algunos pocos optaban por el wattpad. Por
eso, se llevaban todo, fundando su propio mundo, al que solo se podría entrar
si él lo autorizaba.
– ¡Pero a mí me gusta leer! Y
busco en el diccionario, quiero seguir leyendo y explorar libros–, dije
suplicante.
–De acuerdo. Pondré una clave para entrar, y solo lo podrá hacer
el que sepa descubrir la magia de los libros y únicamente en este espacio podrás
apreciarlos de verdad-, aclaró el duendecillo.
De repente hubo un destello. Esa luz que vi antes, ahora con
más fuerza, hacía que cerrara los ojos. Cuando los volví a abrir permanecía en
mi habitación, acostada en la cama. Me levanté corriendo para comprobar si
estaban todos los libros. ¡Mi diccionario!, ¡Bien!. Ya puedo buscar esa
palabra: “Transportar”. Eso es lo que yo hago, me transporto. Cada vez que leo
un libro vuelvo al mundo de las palabras, donde todo cambia según lo que se
lea, y me meto en otro lugar diferente, donde pasan días que apenas son
segundos, donde nadie ni nada puede molestarme. Y, por suerte, tengo a mi
“mataburros” al que consulto en caso de
necesidad.
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