domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría C: “Dolor en amor” Por Malena Bottega alumna de 5º año de la E.E.S y T Nº 1 “Lucas Kraglievich


Así como llora de felicidad una mujer que está pariendo a su primera hija, así como llora una mujer que está pariendo a su primera hija producto de una violación, así, se sintió mi mamá cuando me dio a luz. Así pero hace diecisiete años atrás…
              Hoy es 14 de agosto, y cumplo 17 años, la verdad no me emociona mucho festejarlo, pero lo hago para complacer a mi mamá y a mi abuela, me hacen una torta para que los veinte y ocho homosapiens que tengo como compañeros me canten el feliz cumpleaños y sacarme fotos con cada uno de ellos. Mi familia ama los cumpleaños así que después, como siempre, a la tarde, vienen mis amigas y familiares a tomar mate a casa.
             Mamá empezó a charlar con mis familiares, con su hermano que ve cada muerte de obispo y con mis primos. También vino su tía, Rosita le dicen. La conocí hoy, nunca antes la había visto en persona, siempre escuché que la nombraban en anécdotas, pero no es lo mismo. Cuando mi mamá la vio entrar por la puerta hizo una cara que nunca antes había visto en ella. Me sorprendí. Rosita habló con todos mis familiares. Charla va, charla viene, le tiro un comentario a mamá.
-¿Vos te acordás de cuando te fuiste a vivir al campo conmigo embarazada?
             Mi mamá asintió con la cabeza y se quedó callada. Más tarde, le hizo una seña para ir a fumar un cigarrillo al patio. Las seguí. Estaban discutiendo, vi a mi mamá tan enojada como nunca antes la había visto. Me sorprendí. Ella es muy alegre, no lo entiendo. Me acerqué a escuchar. Rosita le pedía perdón por tocar el tema del embarazo y ella sólo quería que se callara y se vaya.
              Rosita tomó sus cosas, dijo que tenía cosas para hacer en el centro, me dio un beso y se retiró. Mamá se quedó rara pero volvió a la normalidad en cuestión de minutos. Había un secreto detrás de todo eso.
             Mi cumpleaños terminó, eran  las tres de la mañana y ya tenía oficialmente 17 años. No me podía dormir, daba vueltas de un lado para el otro, daba más vueltas que una calesita, más vueltas que mi amiga con su novio, o su ex, ya ni sé qué son, imagínate. No podía dejar de pensar  porqué mamá se enojaría tanto. Siempre fui curiosa o chusma, aunque preferiría autodenominarme curiosa pero nunca tuve tanta intriga como para no poder dormir. Pensaba y pensaba, llegué a una conclusión: soy adoptada.
             A mamá no le habría molestado que nombrara el embarazo, pero sí de uno que nunca existió. Claro, soy adoptada. En definitiva, es algo normal hoy en día. “Es algo normal, es algo normal, es algo…” eran las únicas palabras que podía repetir en mi cabeza. Una y otra vez. No sé si lo pensaba o era un consuelo para no sentirme mal. Es algo normal, sí, pero no me lo esperaba.
             No estaba como para seguir durmiendo como si nada con un descubrimiento semejante, así que me levanté a tomar agua. Pasé por la habitación de mi mamá, y vi que dormía, ¿cómo me pudo mentir así? Llegué a la cocina y me serví agua. Mientras tomaba agua decidí buscar evidencias, digo, si es que soy adoptada lo tendría que decir la partida de nacimiento. Fui a la habitación vieja, de esas que están todas desordenas y sólo se guardan cosas.  Busqué y busqué hasta que la encontré. Hallé mi partida de nacimiento, ¡al fin!  El que busca encuentra, pero no siempre lo que está buscando.
             En la partida bien decía que ella es mi mamá biológica, fue como un alivio; la verdad. Me volvía loca la idea de pensar que no comparto sangre con ella y que me había mentido. Odio las mentiras, odio no ser lo suficientemente importante para alguien como para que me mientan, así que si, fue un alivio saber que mi mamá no me había mentido.
             En la caja donde estaba la partida, llena de tierra y olor a encierro, había fotos, en blanco y negro, y también a color, y un libro de aspecto extraño con sus páginas rotas como si alguien las hubiese arrancado, y cuando vi que estaba escrito a mano, comprendí que era un diario íntimo. El diario de mi mamá.
             ¿Qué es lo que tiene que hacer una chica de diecisiete años si encuentra el diario de su madre? Leerlo o no leerlo…esa es la cuestión, diría un viejo amigo, Shakespeare. No, mejor no lo leo. ¿O sí? Lo leí.
             Eran ya casi las cinco de la mañana del quince de agosto y seguí leyendo, y leí lo peor que una hija podía leer de su madre.
             Opté por irme a dormir porque ya era tarde y al otro día tenía que emprender un pequeño viajecito. Una vez ya descansada, me desperté a las diez en punto, me bañé y cambié, desayuné con mamá y le dije que tenía que acompañar a una amiga al velorio del papá de su novio en Monte Hermoso. Hizo una cara de desconfianza, pero me terminó creyendo. Agarré el bolso y fui a la terminal. Emprendí viaje a la casa de Rosita. A su casa del campo.
               Entonces llegué. Con mucha confianza abrí la tranquera, caminé ya no sé cuánto, y entré por fin a la casa. La verdad, tenía con que presumir su campo, pero para mi gusto faltaban animales para que le dieran un poco más de color. Claro que no abrí la puerta de la casa, sino que toqué dos o tres veces. Me hizo pasar y me convidó un té con tostadas y mermelada de tomate casera.
-¿Qué te trae por acá chiquita? ¿pasó algo de ayer a hoy? ¿me tengo que preocupar? –preguntaba y enseguida comenzaba a dramatizar la situación.
-No, Rosita, está todo bien en casa. Quise venir para que me saques un par de dudas. Dudas que no me dejen de atornillar la cabeza y necesito saber la verdad de la verdad, nada de verdad a medias Rosita, por favor, es una cuestión de vida, literalmente. Cuestión de mi vida. – dije remarcando el “mi vida” – ¿Qué pasó acá cuando mamá estaba embarazada de mi?
              A Rosita le cambió la cara completamente. Comenzó a tartamudear y no sabía en dónde esconderse. Las palabras que salieron de su boca fueron “¿Qué es lo que vos sabes?” Yo soy bastante directa así que fui al grano. Le dije que leí que a mamá la habían violado, justo un tiempo antes de quedar embarazada de mí, se lo dije mirándola a los ojos de mujer a mujer. Me ganó la emoción y mientras mis lágrimas corrían por mi cara, con una mano oprimiéndome el pecho, con la otra tratando de contener el pulso, y con la voz entrecortada le dije si yo, si mi vida fue resultado de una violación.
             Rosita no podía creer mi transparencia al hablar y en el poco tiempo que he estado con ella pude verla por primera vez vulnerable, también emocionada como si algo le doliera en el pecho igual que a mí, y me respondió. No sólo que leí lo peor que una chica puede leer de su madre, sino que escuché lo peor que una chica podría escuchar de sí misma. La habían violado, y sí, yo soy su resultado. Siempre creí que mi mamá había tenido un touch and go con alguien que después no se quiso hacer cargo y así me hicieron, pero nunca imaginé esto. No puedo creer tener los genes de un violador. ¿Cómo puede haber vida después de un delito semejante?
             Ella me seguía contando detalles que no me interesaban, y lloraba desconsoladamente. Yo estaba en shock, no derramé ni una gota de lágrima, y casi que no entendía lo que me decía. Me pidió perdón, muchas veces.
-Querida, tu mamá te está esperando afuera de la tranquera. La llamé porque me pareció lo mejor, perdóname. – dijo Rosita al rato.
             Sin decir ni una palabra, me paré, abrí la puerta y caminé hasta el auto. Me subí y por instinto abracé a mi mamá, tan fuerte como nunca lo había hecho antes. Ella rápidamente entendió que ya sabía. Y le pregunte por qué…
- Porque si, hija. Porque te amo y sos lo mejor que me pasó en la vida. 
             Ese mismo día, mamá me contó todo. Cuando le hicieron lo que le hicieron, mi abuelo, que en paz descanse, quería que se hiciera un aborto pero ni mi abuela, ni Rosita, y la más importante; mi mamá tampoco quiso. Era una deshonra para la familia quedar embarazada a tan corta edad y que la criatura no tuviera padre, así que se fue a pasar el embarazo al campo. Por lo que cuenta, yo viví ahí hasta mis dos años más o menos. Me había contado todo pero seguía sin entender ¿por qué me tuvo, por qué me podía querer como su hija, y por qué le gustaba tanto festejarme el cumpleaños?, era un recordatorio de lo peor que le pasó en la vida.
               Mamá sufrió mucho como para irle con estos planteos, así que me los guardé para mí, pero años más tarde crecí, y cuando fui madre lo comprendí. Comprendí que así como llora de felicidad una mujer que está pariendo a su primera hija, su primera hija producto de una violación (o producto del amor) así es como se siente la felicidad plena y comprendí que sí, que pude haber nacido producto de una violación, y no sólo que soy una persona más, sino que soy una persona más que convirtió el dolor en amor (como dice mi mamá).

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