Los viernes iba a Mar del Plata,
en El Rápido, a la tarde, porque a la mañana siguiente comenzaba la cursada de
Locución, a las ocho. Dormía en un hotel barato muy cercano. A las catorce
terminaban mis clases y regresaba a mi casa en Balcarce, sobre las cuatro de la
tarde. No me acompañaba nadie, ya que
estaban todos ocupados.
Luego de un mes preparándome para
viajar, oí el timbre. Abrí, saludé y al pasar me dijo: “¿Querés que te
acompañe?”
-Ni loca. ¡Te vas a aburrir!
-No, tengo ganas de oír tus
clases. Vamos en mi auto, y a un hotel mejor, no a esa pocilga donde descansas.
-¿Te parece?
-Sí, salimos a las seis de la
tarde, vamos a otro hotel, cenamos, dormimos tranquilos y, a la mañana del
sábado, desayunamos y te acerco al instituto.
- Bueno, me gusta el programa.
Pero te advierto, son varias horas: voy a prueba de micrófono, a informativos,
lectura de propagandas, a idiomas y, por último, prueba de voz y cuerpo. El
profesor viene del Teatro Colón. Y ¿sabés? ¡Está re bien!
-¿A qué vas? ¿Por el profe?
-No, es un chiste.
Arrancamos en punto. Fuimos al hotel que eligió. Luego de
cenar, sobre las diez de la noche, ya estábamos en cama porque había que
madrugar. Pero antes, en el camino, le comenté que, una vez terminadas las
clases, almorzaríamos, dormiríamos una siesta corta y, si el día pintaba lindo,
quería ver vidrieras y hacer algunas compras.
-¡Hecho! Lo que quieras. ¡Si
sabés que te hago todos los gustos!
El sábado amaneció brillante.
-Vamos que no quiero llegar
tarde. Yo entro, me acredito y vos estacionas.
-¡Bueno! Pero voy a ir para ver
lo que hacés.
-¡Bien!
Se inició el ritmo de cada tema. Me seguía a cada sala de
clase. Se sentaba a un costado y, si aprobaban mi actuación, me guiñaba un ojo
y levantaba el pulgar. Así hasta el final.
-¿Te gustó? ¡Ahora cumplí con lo
pactado ayer!
Almorzamos, dormimos una siesta y a las cinco dijo:
-Vamos, ¿querés pasear por la
peatonal?
-Dale. ¡Sabés que me gusta ver
vidrieras!
Caminamos sin prisa. Y de golpe, viendo lo que me gustaba,
paramos.
-¡Acá quiero entrar!
-Listo, comprá lo que te guste.
Mientras me de la tarjeta…
Ya adentro, dos señoritas nos atendieron.
-¡Muéstrele a la señora lo que
desee!
-Quiero probarme los dos trajes
de vidriera y la blusa salmón.
-Pase al probador – dijo la
empleada- y le alcanzó las prendas.
Me pruebo un traje con la blusa, salgo y digo:
-¿Te gusta?
Estaba sentado en un mullido sillón tomando café, ofrecido
por la gerente, y yo paseaba por la pasarela.
-¡Sí! ¡Te queda bien! ¡Probate el
otro también!
-¿Te parece?
-Sí, si te gustaron los dos.
Vuelvo al probador. Salgo con el otro traje y digo:
-¿Y?
-¡Fantástico! Comprá los dos y la
blusa. Elegí algo más que te guste…
Vuelvo al probador y la empleada, con cara pícara, dice:
-¡Señora, aproveche! ¡No siempre
se tiene un amante tan generoso!
Sonreí, salí al salón con mi ropa y vi las miradas cómplices
mientras colocaban todo en elegantes bolsas y él pagaba. Dio las gracias y, al
tomarme del brazo, dijo:
-¿Te vas contenta?
-¡Por supuesto! Yo no pedí tanto.
¡Hasta luego y gracias!
Ya en la acera, lo dejo un instante en la puerta, vuelvo a
entrar y le digo a las empleadas:
-¿Vieron que flor de amante es mi
querido padre?
Primero rieron, luego se sonrojaron.
En la puerta, ambos no parábamos
de reír por lo chusma que habían sido. Pero esta escena sirvió de mucho porque
¡no olvido ese feliz día que sirvió para reencontrarnos como padre e hija,
luego de la partida de mi mamá!
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