domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría A: “El oso y las abejas” Por Manuela Ramírez Rangel de Cali, Colombia


Revoloteando en torno al colmenar, las abejas zumbaban cada vez más furiosas al comprobar que faltaba mucha miel de la que ellas habían fabricado. Eran como las tres de la tarde y a esa hora acostumbraban a estar de muy mal humor y más aún con el robo que estaban descubriendo.
A la distancia sentado pero alerta, un gran oso las observaba desde un montículo.
- A mí no me miren, porque yo no he sido-. les dijo.
- El único por estos parajes que acapara miel sin permiso eres tú-. zumbó una de las abejas mayores.
- ¡Es verdad! -, afirmaron otras más jóvenes como gimiendo de rabia.
- ¡Un momento! – rugió el oso poniéndose de pies .- No vengan otra vez con sus ataques en montonera sin tener pruebas de quien ha sido.
- ¡Quién más si no tú! Desvergonzado.
- Más respeto a mi categoría animal…
Las abejas siguieron revoloteando en torno al colmenar pero con más energía y ruido. El oso pensó que era prudente retirarse. Pero antes de hacerlo se le ocurrió un argumento habilidoso para convencer a aquellas pequeñas pero duras cabezas.
- ¡Veamos! - dijo el oso como un profesor persuasivo, armado de una rama en la mano para gesticular sobre lo que hablara .- ¿ acaso está destruido así sea parcialmente algún panal? ¿Hay pedacitos de celdas por el suelo?
- Es una jugarreta distractora. No lo escuchen-. Advirtió una de las abejitas.
El oso continuó: “Además, ¿alguna ve picaduras en mi nariz; o mis ojos u orejas están inflamados?”.
Las pequeñas voladoras disminuyeron el zumbido y algo desconcertadas lo miraron a él y a las colmenas.
-Diré lo que ha estado sucediendo: resulta que unos seres extraños de pieles gruesas y blancas, de cabezotas también blancas y de un solo ojo enorme de forma cuadrada, se acercan a  ustedes y con columnas de humo las hacen dormir hasta cuando ellos quieren. Normalmente sólo se retiran  cuando han recogido suficiente miel para ellos.
El silencio se hizo más profundo. Sintieron algo de miedo.
- Pero tú, con esa enorme masa de pelos y tu cuerpo abultado, puedes hacer algo por nosotras -, afirmó una de las abejas veteranas.
- ¿Cómo qué? – preguntó el oso desconfiadamente.
- Pues como enfrentarlos y expulsarlos de aquí, cuando se acerquen a nuestras colmenas.
- Já! -. exclamó el oso en forma de rugido de burla.
Las abejas lo miraron fijamente y aumentaron el zumbido.
-¡Está bien! Está bien…- gruñó agitando las palmas de sus manos como haciendo las paces.-Lo intentaré, pero nada prometo . Pero, ¿qué obtendré a cambio? – preguntó antes de retirarse
- El ser estimado como un buen vecino-, afirmó una.
- No es suficiente. Si recibiera una buena cantidad de miel…
- Eso es imposible. Todo está organizado en torno a nuestra reina madre.
- Entonces no habrá trato-. Aseguró el oso dando la espalda.
Una de las veteranas lanzó un fuerte zumbido, antes de hacer una última contrapropuesta : “Tendrás la miel que obtengas desde el pequeño agujero que hagas para introducir tu trompa en un panal. Sólo la trompa. No toda tu cabezota.”
-¿Cabezota? ¿Qué habíamos dicho del respeto a las otras especies…?
-Bueno! ¡Bueno..! – corrigió la veterana. -Cabeza! Como se debe definir y decir.
-Eso ya cambia las cosas…- gruñó amistosamente el oso- el agujero será el equivalente a mi trompa y no al de mi inteligente cabeza-, recalcó. Luego se llevó una de sus manotas al pecho como en señal de compromiso antes de retirarse.
Los días pasaron y las abejas siguieron su labor de llevar polen y néctar para procesarlo dentro de sus respectivas colmenas, situadas todas sobre una larga estructura que habían habilitado los granjeros.
Hasta que en una mañana, aparecieron los temibles seres envueltos en vestiduras blancas de enormes cabezotas y un solo ojo cuadrado, grande. Traían en sus manos unas lámparas ridículas que desprendían humo, de tal forma que a los diez minutos consiguieron que casi todas las abejas durmieran. Entonces, súbitamente apareció el oso agitando los brazos y lanzando fuertes rugidos. Los seres de blanco presas del pánico huyeron torpemente lejos del colmenar tirando por el camino los sahumerios.
Seguro y orgulloso de su triunfo el oso continuó lanzando rugidos y dando saltos cada vez más enormes, hasta que sin quererlo tropezó contra el parapeto que sostenía las colmenas de las que se desprendieron muchos panales contra el suelo. De ellos surgieron furiosas las abejas emprendiéndola contra el gran animal, picándolo por todos los sitios donde no tuviera pelos.
Indefenso el enorme oso no tuvo más remedio que emprender la huida sacudiéndose como podía la nube de abejas y dando grandes alaridos, los cuales en su lenguaje significaban algo así como : “¡No vale! ¡No vale! ¡Eso no fue lo pactado…!!!


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