Revoloteando en torno al
colmenar, las abejas zumbaban cada vez más furiosas al comprobar que faltaba
mucha miel de la que ellas habían fabricado. Eran como las tres de la tarde y a
esa hora acostumbraban a estar de muy mal humor y más aún con el robo que
estaban descubriendo.
A la distancia sentado pero
alerta, un gran oso las observaba desde un montículo.
- A mí no me miren, porque yo no
he sido-. les dijo.
- El único por estos parajes que
acapara miel sin permiso eres tú-. zumbó una de las abejas mayores.
- ¡Es verdad! -, afirmaron otras
más jóvenes como gimiendo de rabia.
- ¡Un momento! – rugió el oso
poniéndose de pies .- No vengan otra vez con sus ataques en montonera sin tener
pruebas de quien ha sido.
- ¡Quién más si no tú!
Desvergonzado.
- Más respeto a mi categoría
animal…
Las abejas siguieron revoloteando
en torno al colmenar pero con más energía y ruido. El oso pensó que era
prudente retirarse. Pero antes de hacerlo se le ocurrió un argumento habilidoso
para convencer a aquellas pequeñas pero duras cabezas.
- ¡Veamos! - dijo el oso como un
profesor persuasivo, armado de una rama en la mano para gesticular sobre lo que
hablara .- ¿ acaso está destruido así sea parcialmente algún panal? ¿Hay
pedacitos de celdas por el suelo?
- Es una jugarreta distractora.
No lo escuchen-. Advirtió una de las abejitas.
El oso continuó: “Además, ¿alguna ve picaduras en mi nariz;
o mis ojos u orejas están inflamados?”.
Las pequeñas voladoras disminuyeron el zumbido y algo
desconcertadas lo miraron a él y a las colmenas.
-Diré lo que ha estado
sucediendo: resulta que unos seres extraños de pieles gruesas y blancas, de
cabezotas también blancas y de un solo ojo enorme de forma cuadrada, se acercan
a ustedes y con columnas de humo las
hacen dormir hasta cuando ellos quieren. Normalmente sólo se retiran cuando han recogido suficiente miel para
ellos.
El silencio se hizo más profundo.
Sintieron algo de miedo.
- Pero tú, con esa enorme masa de
pelos y tu cuerpo abultado, puedes hacer algo por nosotras -, afirmó una de las
abejas veteranas.
- ¿Cómo qué? – preguntó el oso
desconfiadamente.
- Pues como enfrentarlos y
expulsarlos de aquí, cuando se acerquen a nuestras colmenas.
- Já! -. exclamó el oso en forma
de rugido de burla.
Las abejas lo miraron fijamente y aumentaron el zumbido.
-¡Está bien! Está bien…- gruñó
agitando las palmas de sus manos como haciendo las paces.-Lo intentaré, pero
nada prometo . Pero, ¿qué obtendré a cambio? – preguntó antes de retirarse
- El ser estimado como un buen
vecino-, afirmó una.
- No es suficiente. Si recibiera
una buena cantidad de miel…
- Eso es imposible. Todo está
organizado en torno a nuestra reina madre.
- Entonces no habrá trato-.
Aseguró el oso dando la espalda.
Una de las veteranas lanzó un
fuerte zumbido, antes de hacer una última contrapropuesta : “Tendrás la miel
que obtengas desde el pequeño agujero que hagas para introducir tu trompa en un
panal. Sólo la trompa. No toda tu cabezota.”
-¿Cabezota? ¿Qué habíamos dicho
del respeto a las otras especies…?
-Bueno! ¡Bueno..! – corrigió la
veterana. -Cabeza! Como se debe definir y decir.
-Eso ya cambia las cosas…- gruñó
amistosamente el oso- el agujero será el equivalente a mi trompa y no al de mi
inteligente cabeza-, recalcó. Luego se llevó una de sus manotas al pecho como
en señal de compromiso antes de retirarse.
Los días pasaron y las abejas
siguieron su labor de llevar polen y néctar para procesarlo dentro de sus
respectivas colmenas, situadas todas sobre una larga estructura que habían habilitado
los granjeros.
Hasta que en una mañana,
aparecieron los temibles seres envueltos en vestiduras blancas de enormes
cabezotas y un solo ojo cuadrado, grande. Traían en sus manos unas lámparas
ridículas que desprendían humo, de tal forma que a los diez minutos
consiguieron que casi todas las abejas durmieran. Entonces, súbitamente
apareció el oso agitando los brazos y lanzando fuertes rugidos. Los seres de
blanco presas del pánico huyeron torpemente lejos del colmenar tirando por el
camino los sahumerios.
Seguro y orgulloso de su triunfo
el oso continuó lanzando rugidos y dando saltos cada vez más enormes, hasta que
sin quererlo tropezó contra el parapeto que sostenía las colmenas de las que se
desprendieron muchos panales contra el suelo. De ellos surgieron furiosas las
abejas emprendiéndola contra el gran animal, picándolo por todos los sitios
donde no tuviera pelos.
Indefenso el enorme oso no tuvo
más remedio que emprender la huida sacudiéndose como podía la nube de abejas y
dando grandes alaridos, los cuales en su lenguaje significaban algo así como :
“¡No vale! ¡No vale! ¡Eso no fue lo pactado…!!!
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