domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría C: “Despierta” Por Sofía Guillen, alumna de 5° año de E.E.S. Nº 1 “Antonio González Balcarce


Cada noche, ella se quedaba en la misma pose de siempre, tiesa, erguida frente a un espejo, callada, pero en su mente no había silencio. Las palabras de todos pasaban como flashes sin direcciones, rebotando por toda su cabeza, como si sus pensamientos le pertenecieran a alguien más.
Ella era una persona normal, estatura promedio, cabello rubio y largo, tez blanca, ojos café. En su mente se escuchaban ecos repitiendo siempre lo mismo: "gorda, fea”. No era gorda, todos tenían un leve peso extra, pero no para considerarla así; ella no era fea, pero nunca se consideró la persona más linda del lugar. Entonces ¿por qué las burlas? Nunca se los nombró como celos, aunque el maltrato era excesivo. En conclusión: ¿cuál era la necesidad?
Un día, se encontraba de nuevo frente al espejo, de nuevo las lágrimas corrían por sus mejillas, de nuevo estaba sola en la inmensidad de su hogar; sus padres visitando familiares…
Se había cansado, estaba agotada, estresada, con todo el peso del mundo inmerso en discriminaciones sobre su aspecto. Optó por tomar un nuevo rumbo. Su mente, destruida y corrompida por el dolor y el odio hacia esos seres de los cuales venían las burlas, provocaron que ella ya no fuera la misma. Su cuerpo se volvió el reflejo de su alma, un alma pequeña y marchita como sus sentimientos, ahogada en un mar de discriminación. En sus brazos, unas raíces negras brotaban de sus muñecas, y las venas de sus ojos se tornaban hinchadas y enrojecidas, dándole un aspecto aterrador.
Simplemente tomó uno de los perfumes de su madre y lo aventó contra el espejo, llenando de grietas esa pieza cristalina que tanto aborrecía; caminó a su cuarto con pasos firmes que resonaban por el vacío del lugar. Las voces se estaban callando…
En su cuarto rompió el espejo que se encontraba en su tocador, su espejito de mano y empezó una “remodelación” de su habitación. Tiraba cortinas, adornos, todas esas piezas coloridas en bolsas de consorcio, y de ahí ya les deparaba un destino…
Al día siguiente, ella ya se encontraba cambiada. Durante la noche cambió todo su aspecto. En su cabello tiñó mechas de su pelo dorado con la tintura negra de su madre; labial y delineador negro. Aún se encontraban en sus brazos esas raíces negras, las cuales se hacían más largas. Llegó a la escuela y apenas la veían se hacían a un lado, nadie se atrevía a dirigirle la palabra. Temblaban como ella en aquel tiempo…
Se sentía relajada, sin resentimiento de sus actos, ni de sus planes. Cambiar su aspecto no era cambiar su rutina; apenas llegó al salón de clases dejó su mochila en la típica silla desocupada y comenzó a leer. Hasta que apareció el primer victimario, y ahora también nueva víctima.
- Miren nada más, al fin se miró al espejo la rubiecita, y parece que su “nuevo aspecto” no cambia las tonterías que hace siempre – dijo él con el mismo tono burlón de siempre.
Este chico era el más suave, sólo palabras y maltrato a su material escolar, pero ella no sería suave solamente por ser éste el menor de sus problemas. Lo tomó del cuello con fuerza, quedando parada en la silla donde anteriormente se encontraba su mochila. No le quitaba el aire, pero lo mantenía quieto y atento a sus palabras.
- Miren nada más, parece que iremos de menor a mayor – Sostuvo ella.
En ese momento sacó de su bolsillo una navaja, y por cada movimiento que realizaba su primera víctima, ésta le apretaba un poco más el cuello cortando levemente su respiración.
Primera víctima terminada, partes de su cabeza quedaron calvas y otra con el cabello irregular. Una voz callada. Cuando lo miró, notó que en su cuello se habían marcado levemente las raíces de sus brazos, las cuales no lo dañaban, pero no le permitían hablar.
Sonrió, sin mostrar sus dientes, mirando a todos en el salón. Sólo un par de alumnos fueron los testigos de su primera venganza. Se quedó plácidamente en su asiento leyendo. Por primera vez no habían aventado su libro a la basura y sus cosas no estaban rotas o desparramadas por el piso.
Paso una hora, luego de las tareas vio de reojo sus brazos y con su mente confundida volvió a ver a la primera víctima. Las raíces disminuían por cada víctima que se encontraba y hacia callar. No sabía cuánto duraba o si tenía control sobre ellas, pero la tranquilidad recorría su mente en ese momento y eso la relajaba.
Segunda víctima hallada: un chicle había aterrizado en su cabello y las risas del lugar no se hicieron esperar. La profesora rápidamente se acercó y le retiro el chicle de la cabeza. Ella se dio vuelta y confirmo que era una del equipo de animadoras; ya la tenía captada. Se quedó esperando al recreo y como estaba previsto no fue solo un chicle, fueron tres en total en esa hora, todos retirados por la profesora. Empezó a comer unos de varios sabores de su bolso, preparando su jugada.
- Vaya linda, ¿te encuentras bien? – se acercó la animadora, entre las risitas de sus compañeras.
Sólo optó por leer y comer su chicle, en silencio.
- Te estoy hablando rubia, o la tintura te tapa las orejas – unas risas al unísono se escucharon rebotar en el salón.
Ella solo guardó su libro, tranquilamente se acercó a la capitana del equipo (también la francotiradora de chicles) y la miró de reojo de arriba abajo.
- ¿Te quejás de mí, mientras que vos venís obligada como una morita chillona?
- ¿Disculpa? Éste es mi uniforme – su rostro ruborizado de rabia era un poema. Como si éste no fuera un día atípico para todos, pensó.
Escena repetida, tomó a la capitana por el equipo del cuello haciéndola callar; sacó la bola de chicles, todos de distintos sabores de su boca y la aplastó en la cabeza de la animadora, desparramándolo por todo su pelo. Aún manteniéndola del cuello, sacó una lata de pintura en aerosol, color negro, la agitó con fuerza y pintó todo el uniforme, dejando por resultado uno completamente inútil y destruido.
- Bien dicho, es TU uniforme, original y hecho a tu medida, disfrutálo.
La soltó y miró sus brazos. Las raíces de nuevo bajaron, ella solamente sonreía.
Con el pasar de las horas todas sus víctimas fueron acalladas, todas las voces silenciadas. Ella sólo sonreía. Era feliz, ¿y cómo no? Por fin había logrado la hermosa venganza que por tanto tiempo había estado esperando. Se sentía tan extraña: su cuerpo se tambaleaba sin cesar; en su alrededor, las paredes, todo se estaba derritiendo y moviendo por sí solo; flotaban todos los muebles. Sentía como si estuviera por desmayarse, y justo ahí.
Se despertó.

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