Cada noche, ella se quedaba en la
misma pose de siempre, tiesa, erguida frente a un espejo, callada, pero en su
mente no había silencio. Las palabras de todos pasaban como flashes sin
direcciones, rebotando por toda su cabeza, como si sus pensamientos le
pertenecieran a alguien más.
Ella era una persona normal,
estatura promedio, cabello rubio y largo, tez blanca, ojos café. En su mente se
escuchaban ecos repitiendo siempre lo mismo: "gorda, fea”. No era gorda,
todos tenían un leve peso extra, pero no para considerarla así; ella no era
fea, pero nunca se consideró la persona más linda del lugar. Entonces ¿por qué
las burlas? Nunca se los nombró como celos, aunque el maltrato era excesivo. En
conclusión: ¿cuál era la necesidad?
Un día, se encontraba de nuevo
frente al espejo, de nuevo las lágrimas corrían por sus mejillas, de nuevo
estaba sola en la inmensidad de su hogar; sus padres visitando familiares…
Se había cansado, estaba agotada,
estresada, con todo el peso del mundo inmerso en discriminaciones sobre su
aspecto. Optó por tomar un nuevo rumbo. Su mente, destruida y corrompida por el
dolor y el odio hacia esos seres de los cuales venían las burlas, provocaron
que ella ya no fuera la misma. Su cuerpo se volvió el reflejo de su alma, un
alma pequeña y marchita como sus sentimientos, ahogada en un mar de
discriminación. En sus brazos, unas raíces negras brotaban de sus muñecas, y
las venas de sus ojos se tornaban hinchadas y enrojecidas, dándole un aspecto aterrador.
Simplemente tomó uno de los
perfumes de su madre y lo aventó contra el espejo, llenando de grietas esa
pieza cristalina que tanto aborrecía; caminó a su cuarto con pasos firmes que
resonaban por el vacío del lugar. Las voces se estaban callando…
En su cuarto rompió el espejo que se encontraba en su
tocador, su espejito de mano y empezó una “remodelación” de su habitación.
Tiraba cortinas, adornos, todas esas piezas coloridas en bolsas de consorcio, y
de ahí ya les deparaba un destino…
Al día siguiente, ella ya se
encontraba cambiada. Durante la noche cambió todo su aspecto. En su cabello
tiñó mechas de su pelo dorado con la tintura negra de su madre; labial y
delineador negro. Aún se encontraban en sus brazos esas raíces negras, las
cuales se hacían más largas. Llegó a la escuela y apenas la veían se hacían a
un lado, nadie se atrevía a dirigirle la palabra. Temblaban como ella en aquel
tiempo…
Se sentía relajada, sin
resentimiento de sus actos, ni de sus planes. Cambiar su aspecto no era cambiar
su rutina; apenas llegó al salón de clases dejó su mochila en la típica silla
desocupada y comenzó a leer. Hasta que apareció el primer victimario, y ahora
también nueva víctima.
- Miren nada más, al fin se miró
al espejo la rubiecita, y parece que su “nuevo aspecto” no cambia las tonterías
que hace siempre – dijo él con el mismo tono burlón de siempre.
Este chico era el más suave, sólo
palabras y maltrato a su material escolar, pero ella no sería suave solamente
por ser éste el menor de sus problemas. Lo tomó del cuello con fuerza, quedando
parada en la silla donde anteriormente se encontraba su mochila. No le quitaba
el aire, pero lo mantenía quieto y atento a sus palabras.
- Miren nada más, parece que
iremos de menor a mayor – Sostuvo ella.
En ese momento sacó de su bolsillo una navaja, y por cada
movimiento que realizaba su primera víctima, ésta le apretaba un poco más el
cuello cortando levemente su respiración.
Primera víctima terminada, partes
de su cabeza quedaron calvas y otra con el cabello irregular. Una voz callada.
Cuando lo miró, notó que en su cuello se habían marcado levemente las raíces de
sus brazos, las cuales no lo dañaban, pero no le permitían hablar.
Sonrió, sin mostrar sus dientes,
mirando a todos en el salón. Sólo un par de alumnos fueron los testigos de su
primera venganza. Se quedó plácidamente en su asiento leyendo. Por primera vez
no habían aventado su libro a la basura y sus cosas no estaban rotas o
desparramadas por el piso.
Paso una hora, luego de las
tareas vio de reojo sus brazos y con su mente confundida volvió a ver a la
primera víctima. Las raíces disminuían por cada víctima que se encontraba y
hacia callar. No sabía cuánto duraba o si tenía control sobre ellas, pero la
tranquilidad recorría su mente en ese momento y eso la relajaba.
Segunda víctima hallada: un chicle había aterrizado en su
cabello y las risas del lugar no se hicieron esperar. La profesora rápidamente
se acercó y le retiro el chicle de la cabeza. Ella se dio vuelta y confirmo que
era una del equipo de animadoras; ya la tenía captada. Se quedó esperando al
recreo y como estaba previsto no fue solo un chicle, fueron tres en total en
esa hora, todos retirados por la profesora. Empezó a comer unos de varios
sabores de su bolso, preparando su jugada.
- Vaya linda, ¿te encuentras
bien? – se acercó la animadora, entre las risitas de sus compañeras.
Sólo optó por leer y comer su chicle, en silencio.
- Te estoy hablando rubia, o la
tintura te tapa las orejas – unas risas al unísono se escucharon rebotar en el
salón.
Ella solo guardó su libro,
tranquilamente se acercó a la capitana del equipo (también la francotiradora de
chicles) y la miró de reojo de arriba abajo.
- ¿Te quejás de mí, mientras que
vos venís obligada como una morita chillona?
- ¿Disculpa? Éste es mi uniforme
– su rostro ruborizado de rabia era un poema. Como si éste no fuera un día
atípico para todos, pensó.
Escena repetida, tomó a la capitana por el equipo del cuello
haciéndola callar; sacó la bola de chicles, todos de distintos sabores de su
boca y la aplastó en la cabeza de la animadora, desparramándolo por todo su
pelo. Aún manteniéndola del cuello, sacó una lata de pintura en aerosol, color
negro, la agitó con fuerza y pintó todo el uniforme, dejando por resultado uno
completamente inútil y destruido.
- Bien dicho, es TU uniforme,
original y hecho a tu medida, disfrutálo.
La soltó y miró sus brazos. Las
raíces de nuevo bajaron, ella solamente sonreía.
Con el pasar de las horas todas sus víctimas fueron
acalladas, todas las voces silenciadas. Ella sólo sonreía. Era feliz, ¿y cómo
no? Por fin había logrado la hermosa venganza que por tanto tiempo había estado
esperando. Se sentía tan extraña: su cuerpo se tambaleaba sin cesar; en su
alrededor, las paredes, todo se estaba derritiendo y moviendo por sí solo; flotaban
todos los muebles. Sentía como si estuviera por desmayarse, y justo ahí.
Se despertó.
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