Érase una vez una niña llena de
imaginación. Su nombre era Julieta, y a pesar de ser pequeña, de su cabeza
podían llegar a salir miles de ideas llenas de color y de vida. Creaba muchas
cosas, principalmente dibujos. En ellos solía retratar tantos seres, tantos
escenarios, tantos mundos... Era simplemente una maravilla.
Ella era feliz con lo que hacía,
hasta podría decirse que les daba vida a sus personajes cada vez que los
dibujaba; pero ella tenía un problema en especial... Su autoestima era
realmente baja. Jamás había recibido una crítica hiriente, y era normal, era
una niña después de todo, nadie se pondría a corregirle todos esos errores
habituales en una persona de tan corta edad. Pero, como a todos nos pasa, ese
momento hiriente siempre llega, ese momento en el que alguien rompe nuestras
esperanzas.
- ¡Qué
feo! ¿Y así pensás ser dibujante? ¡Te vas a morir de hambre!
Julieta estaba creando un nuevo personaje, haciendo un
boceto simple y con bastantes errores, pero a la vez, perfecto a su manera,
cuando escuchó esas palabras venir de su hermana mayor.
– ¡Estás haciendo todo mal! No
tienes el talento para esto.
"No tienes talento" esa
frase resonó en la cabeza de Julieta. De pronto, se sentía triste, mal, pero no
físicamente como podría estar acostumbrada a los pequeños golpes que se daba al
jugar. No, ella estaba sintiendo que la lastimaban por dentro.
Julieta, miró por unos momentos aquel boceto que estaba
haciendo, tan simple... Tan feo... Todo lo que ella había querido alguna vez de
repente causaba desaprobación, todo por un simple comentario ajeno.
Ella lo intentó, una y otra vez,
borraba el dibujo, comenzaba desde cero, y lo volvía a hacer, pero no importaba
qué hiciera, sólo se enfocaba en aquellos errores que siempre estarían
presentes. Quería buscar la perfección que jamás iba a alcanzar.
Agobiada, solo lograba
angustiarse más y más, hasta que finalmente se rindió. Dejando aquel boceto sin
terminar, cerró su libreta de dibujos, y la guardó en un cajón al fondo de su
ropero, con la idea de no volver a abrirla nunca más.
Aquel “boceto”, aquel mundo sin
terminar, se encontraba desconcertado por el repentino abandono que había
tenido.
“¿Cómo era esto posible?” El
personaje sin terminar de aquel triste mundo, se preguntó. Era consciente de
todos los proyectos que aquella libreta de la niña contenía, todos estaban tan
vivos, tan llenos de color... ¿Por qué él no era así?
En un mundo blanco, él no tenía
nombre, no tenía personalidad, era simplemente un par de rayones en una hoja
que jamás iban a llegar a nada. No tenía color, no tenía emociones, a excepción
de una; la angustia. Esa tristeza profunda que su creadora había presentado
antes de dejarlo en el olvido, esa tristeza que ahora él sentía al ver a su
alrededor vacío.
El pequeño personaje sin
identidad alguna, no hacía más que sentirse peor conforme pasaba el tiempo.
Cada vez que veía a los otros dibujos juntarse, cada vez que los veía reír,
sentirse felices, cada vez que los veía experimentar millones de emociones, se
preguntaba por qué él no era como ellos, acaso... ¿Tenía algún propósito su
creación?
Todo parecía indicarle que la respuesta era un simple
"no".
Excluido, deprimido, agobiado, no
soportaba esa sensación de dolor constante que tenía. Él solo quería ser
alguien, quería sentirse vivo, quería aprender a sonreír.
Pasaron meses, años, y la
esperanza de aquel personaje se iba desvaneciendo. Dejando atrás su etapa de
negación, finalmente comprendió. Él realmente no estaba destinado para ser ese
alguien que tanto anhelaba ser. Él no estaba destinado a tener un mundo,
amigos, él no estaba destinado a sentir felicidad.
Entonces, comenzó a llorar, lloraba con desesperación.
¿Por qué era siquiera que jamás le habían dado una
oportunidad?
Se sentía solo, vacío, no podía
soportarlo más. A esas alturas, solo deseaba que quemaran aquel papel en el que
su ser sin propósito se mantenía sollozando.
No se merecía sufrir así, o al menos eso pensaba. ¿Habría
hecho algo malo, acaso…?
Sus palabras comenzaban a carecer de sentido, y poco a poco
iba perdiendo su cordura. El llanto incesante, el dolor agobiante, parecía que
no iban a detenerse jamás.
Pero luego, ocurrió algo. Algo casi nuevo, que hizo
reaccionar al boceto en un instante; era eso a caso... ¿Luz?
Julieta estaba comenzando a
preparar sus maletas. Después de tantos años ella se había convertido ya en
toda una adolescente, y por cuestiones de mudanza, estaba incluso entrando en
contacto con cosas que no habían sido movidas de lugar desde hacía un largo
tiempo.
Entre aquellas cosas, en un cajón
olvidado, al fondo de su ropero, una pequeña libreta colorida llamó su atención
y, dejando todo lo que estaba haciendo, por pura curiosidad, fue a
inspeccionarla.
Cada vez que pasaba una página,
una pequeña sonrisa venía a su rostro; tantos caballeros, monstruos, seres
mágicos, personas, princesas, y todo lo que cualquiera podría imaginarse estaba
allí. Retratados con un estilo infantil, con un estilo que tenía varios
errores, pero era perfecto a su manera. ¿Por qué a caso había dejado de
hacerlos?
Si le hacía tan feliz...
Los recuerdos de su frustración
vinieron a su cabeza cuando llegó a la última hoja que había utilizado.
Allí se encontraba un boceto
triste y realmente vacío, que reflejaba de forma más que perfecta el cómo ella
se había sentido en aquella ocasión.
Recordó, más no por ello se sintió nuevamente mal; ella ya
había crecido, ya había formado su carácter.
– ¡No puedo creer que le haya
hecho caso!
Fue lo primero que se dijo Julieta, al mirar aquel personaje
sin acabar.
– ¡Si sos asombroso! –
refiriéndose a su propio dibujo.
Olvidó de todo lo que estaba haciendo, y sacando los útiles de la escuela, sonrió con
alegría.
Lápiz, lapicera, colores...
A la vez que comenzaba a utilizar cada uno de estos
materiales para el bien creativo, sentía algo especial, como si volviese a nacer.
Era una felicidad potente que no había sentido desde que era una pequeña niña.
Aquel boceto, tras ver aquella
luz que brindaba el exterior, se encontraba desconcertado. Sus pies, sus manos,
su rostro. ¿Acaso estaban comenzando a tomar forma?
– ¡Si sos asombroso! –, escuchó
por primera vez desde que había sido creado. De pronto, sus lágrimas cesaron, y
algo aún más extraño comenzaba a suceder.
Sus ojos, su ropa, su cabello, su mundo... Todo lo que veía,
todo lo que alguna vez había sido la nada misma, ahora estaba tomando una
variedad de colores tan intensa que simplemente lo dejaron sin habla alguna.
Azul. Él aún podía sentir la tristeza.
Celeste. Miró al cielo, se sentía tan esperanzador, tan
liberador...
Amarillo. ¡De pronto tenía su propia fuente de luz! Una bola
extraña, que se sustentaba en el aire. Era tan cálido pero a la vez algo
molesto, si se atrevía a verlo de forma directa.
Rojo. Verde. Violeta. Naranja... Cada vez que un color se
posaba en él y en su mundo, una nueva emoción aparecía, y penetraba en el
dibujo sin nombre: enojo, calma, pereza, felicidad...
No podía parar de mirarse a sí mismo. Por primera vez
presenciaba tanto brillo, por primera vez se sentía tan vivo... ¡Él se sentía
perfecto! ¡Era perfecto a su manera!
– Wow, voy a empezar a hacer esto
más seguido... A lo mejor después le haga un hermano… Pero no tan fastidioso
como la mía. – pensó Julieta en voz alta, mirando su obra con total orgullo.
– Qué colorido... ¡Creo que tengo
el nombre perfecto para vos!
Aquel dibujo casi terminado, pudo notar cómo, sobre la
frágil superficie de papel, unas letras comenzaban a aparecer.
– ¡Halo!
Exclamó Julieta con felicidad.
Halo, aquel anillo similar a un arcoíris, que es capaz de aparecer incluso en la oscura noche
siempre que esté acompañado de un pequeño rayo de luz lunar.
Ese era su nombre impuesto, ese
era el nombre que finalmente lo había hecho alguien, ese alguien que tanto
quería ser.
Halo finalmente se vio terminado.
Había tanta belleza que no sabía siquiera a dónde dirigir la mirada. Todo era
incluso mejor a como él jamás lo hubiera imaginado.
Una de sus nuevas emociones
comenzó a manifestarse más que cualquier otra. Se sentía tan feliz, tan
agradecido...
Contempló aquel paraíso que alguna vez había sido su
infierno, y luego solo decidió sentarse, a esperar aquello que su creadora
había mencionado con anterioridad.
– ¿Qué será un hermano?
Se le añadía la curiosidad y la
emoción al momento. Sentía, por primera vez, que su vida tomaba un rumbo, que
realmente tenía un futuro deseado.
Sintió, además, cómo su rostro comenzaba a formar una mueca
algo extraña de forma casi inconsciente.
Y se permitió, por primera vez,
una sonrisa plena de alegría.
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