domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría B: “El boceto” Por Jazmin Milagros Piriz , alumna de 4to año de la E.E.S. Nº 71 de Mar del Plata


Érase una vez una niña llena de imaginación. Su nombre era Julieta, y a pesar de ser pequeña, de su cabeza podían llegar a salir miles de ideas llenas de color y de vida. Creaba muchas cosas, principalmente dibujos. En ellos solía retratar tantos seres, tantos escenarios, tantos mundos... Era simplemente una maravilla.
Ella era feliz con lo que hacía, hasta podría decirse que les daba vida a sus personajes cada vez que los dibujaba; pero ella tenía un problema en especial... Su autoestima era realmente baja. Jamás había recibido una crítica hiriente, y era normal, era una niña después de todo, nadie se pondría a corregirle todos esos errores habituales en una persona de tan corta edad. Pero, como a todos nos pasa, ese momento hiriente siempre llega, ese momento en el que alguien rompe nuestras esperanzas.
             - ¡Qué feo! ¿Y así pensás ser dibujante? ¡Te vas a morir de hambre!
Julieta estaba creando un nuevo personaje, haciendo un boceto simple y con bastantes errores, pero a la vez, perfecto a su manera, cuando escuchó esas palabras venir de su hermana mayor.
– ¡Estás haciendo todo mal! No tienes el talento para esto.
"No tienes talento" esa frase resonó en la cabeza de Julieta. De pronto, se sentía triste, mal, pero no físicamente como podría estar acostumbrada a los pequeños golpes que se daba al jugar. No, ella estaba sintiendo que la lastimaban por dentro.
Julieta, miró por unos momentos aquel boceto que estaba haciendo, tan simple... Tan feo... Todo lo que ella había querido alguna vez de repente causaba desaprobación, todo por un simple comentario ajeno.
Ella lo intentó, una y otra vez, borraba el dibujo, comenzaba desde cero, y lo volvía a hacer, pero no importaba qué hiciera, sólo se enfocaba en aquellos errores que siempre estarían presentes. Quería buscar la perfección que jamás iba a alcanzar.
Agobiada, solo lograba angustiarse más y más, hasta que finalmente se rindió. Dejando aquel boceto sin terminar, cerró su libreta de dibujos, y la guardó en un cajón al fondo de su ropero, con la idea de no volver a abrirla nunca más.
Aquel “boceto”, aquel mundo sin terminar, se encontraba desconcertado por el repentino abandono que había tenido.
“¿Cómo era esto posible?” El personaje sin terminar de aquel triste mundo, se preguntó. Era consciente de todos los proyectos que aquella libreta de la niña contenía, todos estaban tan vivos, tan llenos de color... ¿Por qué él no era así?
En un mundo blanco, él no tenía nombre, no tenía personalidad, era simplemente un par de rayones en una hoja que jamás iban a llegar a nada. No tenía color, no tenía emociones, a excepción de una; la angustia. Esa tristeza profunda que su creadora había presentado antes de dejarlo en el olvido, esa tristeza que ahora él sentía al ver a su alrededor vacío.
El pequeño personaje sin identidad alguna, no hacía más que sentirse peor conforme pasaba el tiempo. Cada vez que veía a los otros dibujos juntarse, cada vez que los veía reír, sentirse felices, cada vez que los veía experimentar millones de emociones, se preguntaba por qué él no era como ellos, acaso... ¿Tenía algún propósito su creación?
Todo parecía indicarle que la respuesta era un simple "no".
Excluido, deprimido, agobiado, no soportaba esa sensación de dolor constante que tenía. Él solo quería ser alguien, quería sentirse vivo, quería aprender a sonreír.
Pasaron meses, años, y la esperanza de aquel personaje se iba desvaneciendo. Dejando atrás su etapa de negación, finalmente comprendió. Él realmente no estaba destinado para ser ese alguien que tanto anhelaba ser. Él no estaba destinado a tener un mundo, amigos, él no estaba destinado a sentir felicidad.
Entonces, comenzó a llorar, lloraba con desesperación.
¿Por qué era siquiera que jamás le habían dado una oportunidad?
Se sentía solo, vacío, no podía soportarlo más. A esas alturas, solo deseaba que quemaran aquel papel en el que su ser sin propósito se mantenía sollozando.
No se merecía sufrir así, o al menos eso pensaba. ¿Habría hecho algo malo, acaso…?
Sus palabras comenzaban a carecer de sentido, y poco a poco iba perdiendo su cordura. El llanto incesante, el dolor agobiante, parecía que no iban a detenerse jamás.
Pero luego, ocurrió algo. Algo casi nuevo, que hizo reaccionar al boceto en un instante; era eso a caso... ¿Luz?
Julieta estaba comenzando a preparar sus maletas. Después de tantos años ella se había convertido ya en toda una adolescente, y por cuestiones de mudanza, estaba incluso entrando en contacto con cosas que no habían sido movidas de lugar desde hacía un largo tiempo.
Entre aquellas cosas, en un cajón olvidado, al fondo de su ropero, una pequeña libreta colorida llamó su atención y, dejando todo lo que estaba haciendo, por pura curiosidad, fue a inspeccionarla.
Cada vez que pasaba una página, una pequeña sonrisa venía a su rostro; tantos caballeros, monstruos, seres mágicos, personas, princesas, y todo lo que cualquiera podría imaginarse estaba allí. Retratados con un estilo infantil, con un estilo que tenía varios errores, pero era perfecto a su manera. ¿Por qué a caso había dejado de hacerlos?
Si le hacía tan feliz...
Los recuerdos de su frustración vinieron a su cabeza cuando llegó a la última hoja que había utilizado.
Allí se encontraba un boceto triste y realmente vacío, que reflejaba de forma más que perfecta el cómo ella se había sentido en aquella ocasión.
Recordó, más no por ello se sintió nuevamente mal; ella ya había crecido, ya había formado su carácter.
– ¡No puedo creer que le haya hecho caso!
Fue lo primero que se dijo Julieta, al mirar aquel personaje sin acabar.
– ¡Si sos asombroso! – refiriéndose a su propio dibujo.
Olvidó de todo lo que estaba haciendo, y sacando  los útiles de la escuela, sonrió con alegría.
Lápiz, lapicera, colores...
A la vez que comenzaba a utilizar cada uno de estos materiales para el bien creativo, sentía algo especial, como si volviese a nacer. Era una felicidad potente que no había sentido desde que era una pequeña niña.
Aquel boceto, tras ver aquella luz que brindaba el exterior, se encontraba desconcertado. Sus pies, sus manos, su rostro. ¿Acaso estaban comenzando a tomar forma?
– ¡Si sos asombroso! –, escuchó por primera vez desde que había sido creado. De pronto, sus lágrimas cesaron, y algo aún más extraño comenzaba a suceder.
Sus ojos, su ropa, su cabello, su mundo... Todo lo que veía, todo lo que alguna vez había sido la nada misma, ahora estaba tomando una variedad de colores tan intensa que simplemente lo dejaron sin habla alguna.
Azul. Él aún podía sentir la tristeza.
Celeste. Miró al cielo, se sentía tan esperanzador, tan liberador...
Amarillo. ¡De pronto tenía su propia fuente de luz! Una bola extraña, que se sustentaba en el aire. Era tan cálido pero a la vez algo molesto, si se atrevía a verlo de forma directa.
Rojo. Verde. Violeta. Naranja... Cada vez que un color se posaba en él y en su mundo, una nueva emoción aparecía, y penetraba en el dibujo sin nombre: enojo, calma, pereza, felicidad...
No podía parar de mirarse a sí mismo. Por primera vez presenciaba tanto brillo, por primera vez se sentía tan vivo... ¡Él se sentía perfecto! ¡Era perfecto a su manera!
– Wow, voy a empezar a hacer esto más seguido... A lo mejor después le haga un hermano… Pero no tan fastidioso como la mía. – pensó Julieta en voz alta, mirando su obra con total orgullo.
– Qué colorido... ¡Creo que tengo el nombre perfecto para vos!
Aquel dibujo casi terminado, pudo notar cómo, sobre la frágil superficie de papel, unas letras comenzaban a aparecer.
– ¡Halo!
Exclamó Julieta con felicidad.
Halo, aquel anillo similar a un arcoíris, que es capaz  de aparecer incluso en la oscura noche siempre que esté acompañado de un pequeño rayo de luz lunar.
Ese era su nombre impuesto, ese era el nombre que finalmente lo había hecho alguien, ese alguien que tanto quería ser.
Halo finalmente se vio terminado. Había tanta belleza que no sabía siquiera a dónde dirigir la mirada. Todo era incluso mejor a como él jamás lo hubiera imaginado.
Una de sus nuevas emociones comenzó a manifestarse más que cualquier otra. Se sentía tan feliz, tan agradecido...
Contempló aquel paraíso que alguna vez había sido su infierno, y luego solo decidió sentarse, a esperar aquello que su creadora había mencionado con anterioridad.
– ¿Qué será un hermano?
Se le añadía la curiosidad y la emoción al momento. Sentía, por primera vez, que su vida tomaba un rumbo, que realmente tenía un futuro deseado.
Sintió, además, cómo su rostro comenzaba a formar una mueca algo extraña de forma casi inconsciente.
Y se permitió, por primera vez, una sonrisa plena de alegría.

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