domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría A: “¿Escape?” Por Valentina Schwarz, alumna de 2º año del Instituto Bg. Martín Rodríguez de Tandil


No podía creerlo. ¿Por qué a mí? Me replanteaba una y mil veces qué había hecho mal para merecerlo. ¿Acaso era una basura? Los peores pensamientos sobre mi persona inundaron mi mente. Me sentía más sola que nunca. Si no hubiese discutido con mamá nada de esto hubiera pasado, pero yo siempre soy el problema. ¿Había hecho bien en escaparme? No lo sé, pero ya era tarde. Estaba en el medio de la ciudad, sin saber a dónde ir, y no se me ocurría  qué hacer. Saqué mi celular del bolsillo e intente hablar con papá, capaz que una vez en su vida me podría atender una llamada; pero ¡oh, sorpresa!,  no lo hizo. Mientras que intentaba comunicarme con la tía Mari se apagó el celular. Me puse a pensar la gravedad del asunto: estaba en el medio de una ciudad que conocía hace apenas una semana, sola, no sabía las calles y encima no me podía comunicar con nadie.
Cuestionándome la vida, comencé a caminar sin dirección alguna, llena de una mezcla de sentimientos; pero, entre todos ellos, predominaba la tristeza y furia. Los dejé de lado y seguí avanzando. Iba por la plaza y veía familias tan felices, tomando mate y jugando a la pelota, unidos. Se me venía a la cabeza mi hermana Rocío, pero ella tampoco se preocupaba por mí, no le interesaba en lo más mínimo. Al borde del llanto, saqué de mi mochila unos pañuelos y, de paso, revisé si tenía algo de plata. Había cincuenta pesos. Fui al kiosco y me compré una gaseosa. Había caminado mucho y  tenía bastante sed,  me senté en la vereda, al lado del negocio de ropa en el que habíamos comprado una remera con mamá dos días atrás. Mientras que veía los autos pasar, vi como una persona, comenzó a verme. No podía distinguir su sexo porque su cara estaba cubierta por un gorro negro y solo eran visibles sus ojo respecto a su físico,  era alto y se veía flaco. Sus piernas eran largas, pero tampoco lograba darme cuenta si era hombre o mujer. Pasaron cinco minutos y  empezaba a incomodarme mucho. Solo sacaba su celular por algunos segundos, como si quisiera ver la hora, y luego lo guardaba nuevamente, pero seguía vigilándome. Ya preocupada, decidí irme de allí y seguir caminando.
Me empezaba a sentir amenazada, como si cada auto y peatón me estuvieran observando. Supuse que solo estaba dejándome llevar por ese incómodo momento y que no pasaba nada, tal vez me observaba porque pensaba que era alguna persona conocida. Un poco más tranquila, empecé a relajarme, pero este sentimiento duró apenas siete cuadras porque cuando giré para ver atrás, la misma persona estaba siguiéndome. No quise alterarme, intentaba convencerme de que seguramente esta persona tenía que hacer el mismo camino que yo por alguna razón. Pero, ya estaba empezando a entrar a una zona de la ciudad donde no era transitada, y por allí no había ninguna parada de transportes, o por lo menos, eso me había dicho mamá. Alterada, comencé a buscar algún lugar donde pudiera permanecer un rato, y aclararme algo. Vi que a dos cuadras había una pizzería y pensé que allí podría guarecerme.
Me apuré para llegar, el problema era que si o si necesitaba consumir algo para quedarme ahí. Entré y pedí la carta, para ver si había algo que podría pagar con los treinta y cinco pesos que me habían sobrado cuando compré la gaseosa. Lo más barato eran los postres, pero no estaba segura de que podría comprar uno sin antes haber comido aunque sea una pizza. Le pregunté al mozo, y me dijo que no había problema, así que le pedí una bocha de helado de vainilla. Me faltaban cinco pesos, porque salía cuarenta, entonces le fui a preguntar a una pareja que estaba en la mesa de al lado, si por favor me los darían. No tuvieron problema y me preguntaron porqué estaba sola, si me sucedía algo. Me acordé que estaba ahí por una razón, y era para escaparme de esa persona. Cuando miré por la ventana, me di cuenta que estaba allí, sentada, nuevamente con celular. Los dos me miraron preocupados pero les dije que estaba todo bien y les agradecí. Me quedé pensando qué podía hacer; ya había terminado el helado y me tendría que ir de allí. Le pagué al mozo y me armé de valor, pero un segundo antes de salir del lugar, me pregunté por qué le había mentido a la pareja y no explicaba mi situación. Pero, volví a pensar lo de antes, ¿de qué me serviría? Si nadie se preocupaba por mí. Mi orgullo me ganó y no dije una palabra. Salí de la pizzería y vi que la persona no estaba. La tranquilidad que sentí en ese momento fue inexplicable.
Caminé solo media cuadra, y escuché que llamaban a alguien. Y sí, giré y allí estaba. Me agarró del brazo y tapó mi boca, yo intentaba pegarle para escaparme, pero era en vano, era demasiado fuerte. Llegó un auto con otras dos personas iguales mientras que me ataban los pies y manos. Entre dos, me introdujeron en el baúl. Este arrancó muy rápido, y estuve allí como por veinte minutos. Mientras lloraba, buscaba herramientas o algún objeto para salir, pero no había nada, estaba todo oscuro. Sentí que el auto paró, abrieron las puertas, y se acercaban. Me sacaron y entramos a un galpón gigante y descuidado. Cuando lo vi, me sentí en una película de terror, y las lágrimas volvieron a salir. Me llevaron a una esquina y soltaron las sogas que me sujetaban. Ni bien lo hicieron, intenté escapar nuevamente, pero también fracasé. Me ataron con cadenas y vi como sacaron un arma. Me apuntaron. Dispararon. Y, de repente, me desperté por el sonido de la alarma.
Otra vez más, lunes, la misma rutina. Ir al colegio y aguantar a mis compañeros; pero por lo menos, tenía literatura en las dos primeras horas de clase. Iba a contarle a mi profesora el gran sueño que había tenido y escribirlo para hacer un cuento con él.

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