No podía creerlo. ¿Por qué a mí?
Me replanteaba una y mil veces qué había hecho mal para merecerlo. ¿Acaso era
una basura? Los peores pensamientos sobre mi persona inundaron mi mente. Me
sentía más sola que nunca. Si no hubiese discutido con mamá nada de esto
hubiera pasado, pero yo siempre soy el problema. ¿Había hecho bien en
escaparme? No lo sé, pero ya era tarde. Estaba en el medio de la ciudad, sin
saber a dónde ir, y no se me ocurría
qué hacer. Saqué mi celular del bolsillo e intente hablar con papá,
capaz que una vez en su vida me podría atender una llamada; pero ¡oh,
sorpresa!, no lo hizo. Mientras que
intentaba comunicarme con la tía Mari se apagó el celular. Me puse a pensar la
gravedad del asunto: estaba en el medio de una ciudad que conocía hace apenas
una semana, sola, no sabía las calles y encima no me podía comunicar con nadie.
Cuestionándome la vida, comencé a
caminar sin dirección alguna, llena de una mezcla de sentimientos; pero, entre
todos ellos, predominaba la tristeza y furia. Los dejé de lado y seguí
avanzando. Iba por la plaza y veía familias tan felices, tomando mate y jugando
a la pelota, unidos. Se me venía a la cabeza mi hermana Rocío, pero ella
tampoco se preocupaba por mí, no le interesaba en lo más mínimo. Al borde del
llanto, saqué de mi mochila unos pañuelos y, de paso, revisé si tenía algo de
plata. Había cincuenta pesos. Fui al kiosco y me compré una gaseosa. Había
caminado mucho y tenía bastante
sed, me senté en la vereda, al lado del
negocio de ropa en el que habíamos comprado una remera con mamá dos días atrás.
Mientras que veía los autos pasar, vi como una persona, comenzó a verme. No
podía distinguir su sexo porque su cara estaba cubierta por un gorro negro y
solo eran visibles sus ojo respecto a su físico, era alto y se veía
flaco. Sus piernas eran largas, pero tampoco lograba darme cuenta si era hombre
o mujer. Pasaron cinco minutos y
empezaba a incomodarme mucho. Solo sacaba su celular por algunos
segundos, como si quisiera ver la hora, y luego lo guardaba nuevamente, pero
seguía vigilándome. Ya preocupada, decidí irme de allí y seguir caminando.
Me empezaba a sentir amenazada,
como si cada auto y peatón me estuvieran observando. Supuse que solo estaba
dejándome llevar por ese incómodo momento y que no pasaba nada, tal vez me
observaba porque pensaba que era alguna persona conocida. Un poco más
tranquila, empecé a relajarme, pero este sentimiento duró apenas siete cuadras
porque cuando giré para ver atrás, la misma persona estaba siguiéndome. No
quise alterarme, intentaba convencerme de que seguramente esta persona tenía
que hacer el mismo camino que yo por alguna razón. Pero, ya estaba empezando a
entrar a una zona de la ciudad donde no era transitada, y por allí no había
ninguna parada de transportes, o por lo menos, eso me había dicho mamá.
Alterada, comencé a buscar algún lugar donde pudiera permanecer un rato, y
aclararme algo. Vi que a dos cuadras había una pizzería y pensé que allí podría
guarecerme.
Me apuré para llegar, el problema
era que si o si necesitaba consumir algo para quedarme ahí. Entré y pedí la
carta, para ver si había algo que podría pagar con los treinta y cinco pesos
que me habían sobrado cuando compré la gaseosa. Lo más barato eran los postres,
pero no estaba segura de que podría comprar uno sin antes haber comido aunque
sea una pizza. Le pregunté al mozo, y me dijo que no había problema, así que le
pedí una bocha de helado de vainilla. Me faltaban cinco pesos, porque salía
cuarenta, entonces le fui a preguntar a una pareja que estaba en la mesa de al
lado, si por favor me los darían. No tuvieron problema y me preguntaron porqué
estaba sola, si me sucedía algo. Me acordé que estaba ahí por una razón, y era
para escaparme de esa persona. Cuando miré por la ventana, me di cuenta que
estaba allí, sentada, nuevamente con celular. Los dos me miraron preocupados
pero les dije que estaba todo bien y les agradecí. Me quedé pensando qué podía
hacer; ya había terminado el helado y me tendría que ir de allí. Le pagué al
mozo y me armé de valor, pero un segundo antes de salir del lugar, me pregunté
por qué le había mentido a la pareja y no explicaba mi situación. Pero, volví a
pensar lo de antes, ¿de qué me serviría? Si nadie se preocupaba por mí. Mi
orgullo me ganó y no dije una palabra. Salí de la pizzería y vi que la persona
no estaba. La tranquilidad que sentí en ese momento fue inexplicable.
Caminé solo media cuadra, y
escuché que llamaban a alguien. Y sí, giré y allí estaba. Me agarró del brazo y
tapó mi boca, yo intentaba pegarle para escaparme, pero era en vano, era
demasiado fuerte. Llegó un auto con otras dos personas iguales mientras que me
ataban los pies y manos. Entre dos, me introdujeron en el baúl. Este arrancó
muy rápido, y estuve allí como por veinte minutos. Mientras lloraba, buscaba
herramientas o algún objeto para salir, pero no había nada, estaba todo oscuro.
Sentí que el auto paró, abrieron las puertas, y se acercaban. Me sacaron y
entramos a un galpón gigante y descuidado. Cuando lo vi, me sentí en una
película de terror, y las lágrimas volvieron a salir. Me llevaron a una esquina
y soltaron las sogas que me sujetaban. Ni bien lo hicieron, intenté escapar
nuevamente, pero también fracasé. Me ataron con cadenas y vi como sacaron un
arma. Me apuntaron. Dispararon. Y, de repente, me desperté por el sonido de la
alarma.
Otra vez más, lunes, la misma
rutina. Ir al colegio y aguantar a mis compañeros; pero por lo menos, tenía
literatura en las dos primeras horas de clase. Iba a contarle a mi profesora el
gran sueño que había tenido y escribirlo para hacer un cuento con él.
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