Felicidades por
tu último cumpleaños
Malena Bottega,
alumna de la E.E.S. y T N° 1 “Lucas Kraglievich”
Siete meses antes:
Camila
estaba durmiendo. En eso escuchó que hablaban en la cocina y se levantó, se
puso atrás de la puerta como de costumbre porque ella sabía que en asuntos
familiares no la incluían. Todos preocupados, silencios incómodos, preguntas
cortas, raras, inentendibles como si no quisieran nombrar alguna palabra. Hasta
que la nombraron, dijeron esa palabra clave que nadie quiere escuchar, ni
decir, esa palabra que rompe ilusiones, que aturde al sonido, que inunda los
ojos; cáncer. El cáncer había vuelto.
Después
de escuchar lo que no tenía ni tampoco quería, dio pasos hacia atrás y se volvió
a acostar. Cerró los ojos creyendo que quizás había oído mal y culpándose por estar donde no debía. Se
hizo la dormida hasta que alguien de su familia fue a despertarla para
almorzar. Ella sabía que en el almuerzo se lo iban a contar. Y así pasó. Lo único
que preguntó fue cuan avanzado estaba y de qué tipo era.
-Voy
al baño- dijo. Cuando cerró la puerta comenzó a llorar y buscó por el celular
en internet, era una bomba de tiempo. Leyó lo que tampoco quería leer, era un
tipo de cáncer extraño e intratable para la edad y sus antecedentes. También, era
algo muy invasivo, iba a ser doloroso y cruel.
El
cáncer es jodido, se cree que es solo una enfermedad, pero el cáncer es muerte
o eso pensaba Camila. Si no es muerte ahora, lo sería más adelante. Cuando alguien
se salva de cáncer sabe que es solo por unos años porque luego vuelve. El
cáncer es como esa relación tóxica, o como el boomerang que lo tiras y pensas
que lo perdiste, pero cuando te das vuelta ¡boom! te pega en donde más te
duele, no lo ves venir, te sorprende y te deja nocaut.
Cinco meses antes:
A su
abuela le costaba caminar, tenía miedo de caerse, miedo de quedarse tirada sola
en el piso sin que nadie fuera en su ayuda Entonces Camila la acompañaba
agarrándola del brazo, sosteniéndola hasta llegar y asegurarse de que no se iba
a caer
Una
tarde luego de haber ido a hacer las compras, su abuela preparó el mate como
siempre: lavado y no apto para diabéticos, pero con mucho amor también. Sus
mates tenían amor y un amor incondicional ,en especial cuando se los cebaba a
sus nietos. Cuando cebó el primer mate, ella se la quedó mirando fijo, va, en
realidad, ambas se miraron fijo. Aunque Camila se hiciera la fuerte hay cosas
que la superaban emocionalmente, y comenzó a llorar; se le caían lágrimas de
dolor que no acompañaban a ningún llanto, solo eran lagrimas armoniosas que
caían una tras otra. Y dio vuelta la cara, no quería que su abuela la viera
así, llorar por ella y por su horrible cáncer. Pero la vio.
-¿Qué
te pasa nena? ¿Estás mal? ¿Es por mí?- preguntó la abuela preocupada. A Camila
no se le da bien hablar de sentimientos tampoco, pero algo la exorcizó e hizo
que responda “si”.
-¿Vos
decís que es muy grave lo que tengo? ¿Es para tanto?- Y se comenzó a preocupar
por ella. En ese instante Camila se dio cuenta que su abuela no sabía la verdad
de la milanesa o que prefería ignorarla. Le dijo que estaba sensible y no la
quería ver mal pero no era tan grave en si lo que tenía. Aunque lo era.
Paréntesis:
La abuela no era de esas personas amorosas que
desparramaban besos o palabras cursis, todo lo contrario; era más bien
negativa, un tanto amarga y nada sentimental pero aunque no lo digiera ni
expresara, ella hacia todo por amor, por mucho amor, del incondicional, siempre
y cuando habláramos de algún tercero. Todo el amor que le faltó o que no se
tenía a ella misma lo desparramaba a su alrededor,. Dedicó su vida a sus hijos,
y sobre todo a sus nietos, ellos eran su debilidad (aunque hay que reconocer
que había favoritismo, no hay que juzgarla). Quizás ella no es de las personas
que te dan un abrazo si estas llorando, pero te alcanzaría un pañuelo o quien
dice un mate lleno de sentimientos. A ella no se le cae un “te quiero” ni por
casualidad, y eso no quiere decir que no quiera. Quiere, siente, y mucho.
Un mes antes:
La
abuela desmejoró tanto que a nadie le gustaba verla así. Ya estaba en cama y no
había nada clínicamente posible para hacer. Todos querían que dejase de sufrir,
que estuviera tranquila y en paz. Pero nadie quería, paradójicamente, que
muriera.
Ella
sabía que estaba mal, pero se hacia la que no para despreocupar a su familia,
aunque su familia sabia más que ella misma. Ella sabía; sabía su estado, sabía
lo que iba a pasar, sabía que todos estaban mal, sabía. Tanto sabía que ideó un
plan; quiso festejar su cumpleaños. Lo que desconcertó a todos porque nunca
había querido festejar nada jamás (excepto navidad), ni mucho menos su
cumpleaños.
Un día antes:
-Vos
querida anota: los pancitos, 500 de paleta, 500 de queso, dos potes de dulce de
leche de los baratos, no gastes mucho, merengues para el relleno, y alguna que
otra lata de duraznos para arriba de la torta. Ahh, y el bizcochuelo obvio.-dijo
la abuela con un tono de mandato.- Y si te queda de pasada, algunos globos,
pero no muchos porque a mi esas cosas no me gustan.
Quizás
nadie entendía porqué estaba tan emocionada por su cumpleaños, o nadie quería
entender pero todos le seguían el juego. Decoraron su cuarto y le prepararon la
torta.
El día:
La
pasaron a saludar muchos. Por alguna razón extraña todos estaban conmovidos y nostálgicos,
pero felices, festejando. Quién iba a decir que dejaría que festejen su
cumpleaños, era algo ilógico en su lógica. Pasaron un lindo día, se sacaron
muchas fotos, recordaron muchas anécdotas, se rieron y cuánto se rieron. Fue un
día divertido de los que ya no había en esos últimos meses. Parecía como si las
ilusiones y alegría habían hecho desaparecer el cáncer
La noche:
La
abuela comenzó a respirar mal, con sonidos raros y ella nunca roncaba ni mucho
menos despierta. La alegría que corría en el hogar por su cumpleaños se esfumó
en un instante. Llamaron al médico contándoles los síntomas y este, como buen
profesional y humano que es, pasó a verla.
-De
un momento a otro, dejó de reírse y comenzó a respirar mal, pensamos que estaba
ahogada pero tomaba agua y no se le pasaba. No se le pasaba. No sé qué tiene,
como que ronca pero está despierta, no habla, esta pálida. Le juro doctor que
recién estaba joya.
-No
me tiene que jurar nada.-dijo el médico.- el cáncer es así.- E hizo una mirada
que todos vieron. Desgarradora, una mirada de final, de “es ahora”.
A
todos les cambió la cara. La abuela en su estado de inconsciencia llamó a uno
por uno para que estuviera con ella un rato. No podía hablar, pero de vez en
cuando, en todo el silencio decía algo, algo que duele más que un puñal y que
sana más que el vodka; palabras de despedida.
Al
nieto mayor le confesó que era su favorito y le pidió que se reciba, al menor
le dijo que no se enoje tanto por todo, a Camila le dijo que sea fuerte, y a la
menor de todas que sea simplemente ella. A su hija le dijo que cuide de sí
misma como ella nunca lo había hecho consigo.
Un
nieto, le dijo “Gracias por poner tu vida sobre la nuestra, y aunque no lo
comparto, aprendí a no juzgar. Te quiero, descansa.”
Cuando
todos le dijeron que descanse, que iban a estar bien sin ella y que dejase de
preocuparse, ella lentamente, respiración a respiración, con todos sus seres a
los que amó más que si misma a su alrededor…dejó de respirar. Así de lento, de
fugaz, de triste y a la vez aliviador; ya no sentía más dolor porque el cáncer
se la llevó. Se olía mucha tristeza en el aire, una luz se apagó.
Y
aunque esto es muy personal, un nieto se atrevió a susurrarle “Felicidades por
tu último cumpleaños”. Ella les había regalado toda su vida; desde su último
cumpleaños hasta sus últimos segundos.
Una
vez más fallé como narrador omnisciente porque debo confesar que se me está
cayendo una lágrima, como la que se cayó a Camila aquella vez. Quizás es,
porque Camila soy yo, “el narrador”.
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