Al borde de la confianza
Melina Abregú, alumna de la Escuela
Superior de Comercio “Manuel Belgrano”
Córdoba
Después del accidente, Lucas no había vuelto a ser el
mismo, como claramente se podría esperar de alguien que lleva una vida
tranquila y sus ojos de repente dejan de funcionar con toda la violencia que
puede ejercer una quemadura sobre el cuerpo blando y joven, ahora se quedaba
taciturno con la cabeza volteada a ninguna parte que él se diera cuenta y rara
vez podrías volver a sentir una risa en ese departamento que ya estaba pensando
en cambiar por otro menos céntrico y cotizado porque de todos modos ya no lo
necesitaba, tenía una licencia permanente por incapacidad, ¿para qué quería
estar cerca de su antiguo trabajo?
Vivía sobrecogido bajo la tristeza, se palpaba las
venas buscando el pulso en su muñeca para corroborar que todavía estaba vivo y
se rasguñaba para estar seguro de que no estaba dentro del sueño más lúcido que
había tenido en su vida, pero ya nada le
generaba nada porque sus compañeros de trabajo nunca volvieron a contactarlo y
sus amigos estaban en otras partes, conociendo gente nueva, lo habían olvidado
como a un juguete de la infancia. Había empezado a preguntarse tan seriamente
sobre el significado de la vida que tuvo para obligarse a salir de casa, no
podía seguir usando de excusa su incapacidad por el resto de su vida, y fue entonces cuando
lo encontró.
Iba caminando torpemente por la calle con un bastón un
tanto improvisado y quizá demasiado corto, pero tan solo estaba yendo hacia la
plaza a dos cuadras de su casa, no creyó que importara, pero se sintió tan
indefenso, tan asustado, estaba temblando y sentía que no podía caminar de
forma recta hasta que sintió que una mano lo tomaba del brazo. El corazón se le
detuvo un momento por la incertidumbre solo para empezar a latir un poco más
fuerte y la persona empezó a hablar:
-¿Te ayudo?-. Aunque lo dijo en tono de pregunta, no
soltó su brazo, sino que hasta hizo un poco más de presión como instándolo a
aceptar. Lucas sintió un vuelco en su corazón de la ansiedad que le generaban
las intenciones de la persona.
-No hace falta, solamente estaba yendo a la plaza a
tomar un poco de aire fresco por un rato-. Y creyó que con eso ya lo había
convencido, pero no fue el caso.
-¡Genial! Te acompaño, no tengo nada que hacer y de
paso me aseguro que no te pase nada-. Podía sentir en su voz la sonrisa que
tenía en el rostro, pero sentía que a su alrededor pasaba bastante gente y él
ya sabía que esta era una vereda angosta, así que no tenía mucho tiempo para
negarse sin seguir demorando el tráfico y simplemente siguió caminando,
sintiendo aún su mano ejerciendo una débil fuerza en él.
El ambiente era incómodo y Lucas intentó llegar lo más
rápido posible a la plaza, no toleraba el silencio que se había establecido
entre él y la persona, entonces, una vez que llegaron, empezó a interrogarlo
con vehemencia, sin poder evitar sentirse desprotegido.
-Entoonces, ¿me vas a decir quién sos?
-¿Perdón?
-Eso que te dije, ¿quién sos?-. Silencio.
-...creí que habías reconocido mi voz-. Silencio-. Ay,
debo haberte asustado, perdón, en serio creí que me reconocerías. Soy Marcos,
trabajamos juntos, ¿te acordás?
Lucas no pudo decir nada, pensó que todos los habían
olvidado porque nunca llegó a formar ningún lazo fuerte con nadie, pero ahí
estaba, a su lado, agarrándole la mano sin que se diera cuenta y empezó a
llorar, sintiendo cómo las lágrimas le corrían por la cara, incapaz de ver
nada. Marcos le devolvió un abrazo en su lugar.
Desde entonces se veían seguido, Marcos lo llamaba a
diario para ver cómo se sentía, Lucas estaba mejor anímicamente y el amor
empezó a crecer en este sin que pudiera darse cuenta
Había pasado más de un mes desde que se habían
encontrado de nuevo, no entendía cómo habían pasado tanto tiempo juntos en el
mismo espacio sin hablarse y él sin saber de la existencia de Marcos cuando
conectaban tan bien, ¿qué pasaría si le decía que le gustaba? Marcos le había
dado indicios suficientes como para estar bastante seguro de que le gustaban
los chicos, pero tenía miedo porque era prácticamente todo lo que le quedaba,
porque aunque había conocido a otras personas gracias a él, tenía mucho miedo a
perderlo.
Como movido por el destino divino, su teléfono empezó
a sonar, y aunque estaba en la plaza y se le dificultaba un poco escuchar entre
todo el barullo, creyó que ya escuchaba la voz de él antes de contestar.
-¡Hola!
-¡Hola Lucas!-. Sonrió-. ¿Cómo estás?
-Bien bien, estoy en la plaza un rato, ¿vos?
-Excelente, ¿sabes por qué?- y fue entonces cuando el
tono de su voz se volvió completamente lúgubre y antipático-. Te quería
agradecer por darme la llave de tu departamento el otro día y de paso avisarte
que estoy en frente de él a punto de entrar a llevarme todo lo que tengas de
valor ¿sí?-sintió una leve risa amarga en el último monosílabo que le dio un
vuelco en el corazón-. Ah, y por cierto, no sé quién sea Marcos, pero ese no es
mi nombre y dudo alguna vez haber trabajado con vos.
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