El sentido de la razón
Yagú Guillermo Von Rola Reyes, alumno de la E.P.N° 15
Chos malal ,
Neuquen
En ese tiempo estaba todo el día tirado en la cama.
Repasando con atención todas las cosas, buenas y malas, que había hecho en mi
vida; esperando con ansiedad el fin de mi existencia; como un niño mal portado
espera sin consuelo su ración de sermones y castigos, esperaba yo la muerte.
Pensaba, pensaba, pensaba... y en ese entonces recordé.
Me recordé a mí, a mí cuando era pequeño, y mi padre
me enseñaba las cosas que para él eran esenciales. Recordé el día en que le
empecé a preguntar el porqué de todo lo que veía. el día que el universo, Dios
y el destino eligieron para que yo, incapaz de aceptar mi camino, me desviara
de él para siempre. Recordé el día en que, por primera vez para mí, el sentido
tuvo una razón y la razón un sentido; el día en que me perdí por siempre y para
siempre.
Todo comenzó en una noche de tormenta. Esa misma tarde
me había caído de un árbol golpeándome muy fuerte en la rodilla, razón, por la
cual estaba tirado en la cama sin poder moverme. Recuerdo, para mi pesadumbre,
muy claramente, cuando fuera de mí, me insulté una y otra vez, diciéndome a mí
mismo que no había ni sentido ni razón para subirme a aquel árbol. Recuerdo muy
bien los argumentos que mi padre utilizó para asegurar mis afirmaciones.
Recuerdo muy bien el momento exacto, en que él empezó a explicarme con
muchísimo detalle, el sentido de la razón. Ustedes no saben y nunca sabrán
cuánto lamento haberlo escuchado.
Todas
las noches que le siguieron a esa fueron un desperdicio, del que no me di
cuenta en el momento, un desperdicio de felicidad y alegría. No tienen ni idea
el dolor que me provocó abrir los ojos y ver todo el tiempo que había perdido.
Un
mes después de haber cumplido 13 años, mi padre murió. Nunca supe la verdadera
causa de su fallecimiento, pero sí muy bien lo que lo provocó. Mi madre
desapareció una semana después del deceso, la buscaron durante mucho tiempo,
pero no encontraron ningún rastro de ella. Yo, sabiendo de antemano lo que
pasaría después de esa segunda desgracia, me escapé. No quería ir a vivir con mis tíos, al centro
de la ciudad, así que me fui lo más lejos que pude. Caminé, caminé mucho,
muchísimo hasta que por fin llegué a un lugar que me pareció perfecto para
esconderme.
El
sitio estaba situado cerca de un rio, se conformaba de un montón de chacras
enormes, las más grandes que vi en mi vida, pude ver como los chacareros se
preparaban para la época de cosecha, pero por muy corto tiempo. Rápidamente
busqué un lugar para dormir, durante lo que quedaba del día recorrí el terreno
examinando cada pequeño rincón, hasta que por fin decidí establecer una pequeña
guarida en un arbusto debajo de un árbol de copa baja, y ese fue mi hogar
durante algún tiempo.
Esos fueron los tiempos más difíciles de mi vida,
logré sobrevivir porque aprendí a robar, la verdad me convertí en un ladrón
experto. Mi estrategia consistía en vigilar la casa que robaría durante un día,
para así al siguiente, sabiendo muy bien cuantas personas había en la casa y
cuando no había ninguna, podría robar más fácil. Cada vez que lo hacía era en
una nueva propiedad, robaba comida y ropa nada más, nunca ninguna joya o algo
parecido, no me apetecía enriquecerme. Mucho tiempo robé, y jamás lograron
descubrirme, siempre me salía con la mía, bueno casi siempre, sólo una vez me
atraparon, y sin embargo hoy en día me siento orgulloso de eso.
La persona que me encontró era de bastante edad, y
aunque tuve el deseo de salir corriendo inmediatamente cuando la vi, no lo
hice. Principalmente porque tenía un arma en la mano, y también porque no
quería escapar de la verdad, así que me paré muy firme delante de él, y acepté mi
derrota.
El viejo seguramente se sorprendió con mi actitud, no
sólo porque no me disparó, sino porque además bajó el arma. Fue entonces que me
empezó a preguntar, al comienzo cosas como mi nombre y de dónde venía, y luego
cosas un poco más serias, cómo porque un chico como yo había terminado en ese
lugar como un ladrón cualquiera. Yo respondí con pura sinceridad pensando que,
con eso, tal vez, podría cambiar lo que había hecho. Hablamos durante largo tiempo, y al final del día ya no
éramos enemigos.
Lo que pasó después fue verdaderamente increíble,
indescriptible, hermoso. El viejo me tomó como su huésped, con la condición de
que le ayudara con su cosecha. Conocí a muchas personas, de algunas hasta me
hice amigo. Me encantó vivir allí. Todos los domingos los chacareros de la zona
se juntaban a hacer un gran asado, y en las tardes de verano nos bañábamos en
el rio. El viejo nunca les dijo a sus compañeros la verdad de cómo me había
conocido, a mí me pareció mejor así, no quería que los demás me tomaran por
mala persona.
Pasó el tiempo y llegó de nuevo mi cumpleaños. Fue el mejor día de mi
vida, nunca creí que la vida podría ser tan bella, pero con lo bello viene lo
malo. Como llegó mi cumpleaños llegó el aniversario de la muerte de mi padre,
no pude contener la depresión, y la felicidad se me fue poco a poco: lloré,
lloré mucho, aunque sabía muy bien que la belleza volvería.
Esa fue la época más linda de mi vida, Me da mucha
pena pensar en lo poco que duró, y en todo lo que perdí con ella.
El fin de mis días felices comenzó y terminó en una
noche de tormenta, entraron a robar y mi nuevo padre se defendió, uno de los
ladrones recibió rápidamente una puñalada en el pecho, y el otro cayó al suelo.
Por un instante se le corrió la capucha, y pude ver con mucha claridad el
rostro de mi madre.
Quedé en estado de shock mientras las personas más
importantes de mi vida se peleaban en el suelo, un arma de fuego se deslizó desde
la pelea hasta mis pies y lo más aceleradamente que pude la agarré, pero ya era
demasiado tarde. El viejo yacía muerto en el suelo, y mi madre se acercaba
hacia mí con un cuchillo en la mano.
“Madre
soy yo, soy tu hijo” le dije una y otra vez, pero ella no me creyó, empezó a dar vueltas alrededor de mí y cuando tuvo
la oportunidad se me arrojó encima, yo apunté, cerré los ojos y disparé, al
abrirlos ya no había nadie más que yo con vida en esa habitación.
A la mañana siguiente mi sentido de la razón dijo que
me alejara de allí, pero no lo hice, en cambio llamé a la policía y les dije
todo lo que había pasado durante la tormenta. Sobrevinieron muchos procedimientos
legales, pero al final de todo no fui a la cárcel, lo había hecho en defensa
propia, no había hecho nada ilegal aquella noche. Luego de eso pude tener una
vida más o menos feliz, pero eso no es parte de esta historia, lo único que les
puedo decir sobre lo que pasó después fue que ya no volví a ser el mismo de
antes
¿Y de dónde les escribo? Ah, eso es un secreto muy
bien guardado, que se les devela sólo a los valientes, que llegan hasta el
final.
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