Recuerdos de
azúcar
Sofía Habú,
alumna de la Escuela del Arbol , CABA
Tomás entró en su casa y cerró la puerta. Vivía solo,
así que no tenía que esperar a nadie. Entró en la cocina, repleta de frascos.
Como todas las tardes, preparó un té. Siempre lo endulzaba, en su momento lo
hacía con azúcar blanca, pero su vecina, doña Rita, le comentó , más bien le
impuso, que el azúcar integral era
mejor. No es que ella fuera médica ni nutricionista, pero era bastante
prepotente y de mayor tamaño que Tomás. Con su lento andar, se acercó al tarro
de azúcar. Era completamente de vidrio, con unas delicadas decoraciones
florales. A Tomás le gustaba, siempre le hacía pensar en el bosque, pero aquel
día… El azúcar dentro del tarro parecía un diminuto acantilado de arena.
Curioso, lo destapó. En aquel momento sintió arena entre los dientes, y una
brisa salada invadió su nariz y le golpeó el rostro. Recordó el día en que su
padre lo llevó a conocer el mar. Rápidamente abrió otro frasco. Tomillo. La
huerta de la que su madre sacaba especias. Su antigua casa. Recordó la hierba
desprolija y libre, que crecía a su alrededor. Otro frasco. Sésamo. Las
galletitas que llevaba a la laguna, y de las cuales la mitad se la comían los
patos. Romero. Lentejas. Arroz. El pimentón llegó junto con su padre. Los
fideos con su hermana. La miel con su abuela. Las chispas de chocolate con su
madre. El cacao con la escuela. Así, junto con los frascos, llegaron lugares,
personas, recuerdos… Último frasco. Laurel. El bosque. Troncos, ramas, pájaros…
y su esposa. Recordó su cabello enrulado y sus mejillas sonrosadas. Siempre
habían amado ese lugar. “¿Podré llegar ahí?” se preguntó Tomás. “No hagas
imprudencias” le había dicho doña Rita. “Imprudencias”, se dijo él, “es seguir
consejos de quien no entiende sobre magia”. Y, tomando coraje, metió la mano en
el frasco.
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