LA PRINCESA
OLIVIA
Pablo Álvarez,
alumno de CENS 451
Cuentan en la antigüedad, que las princesas que han
dejado este mundo se convirtieron en ángeles, y que vagan por el universo, en
distintas dimensiones, esperando el momento adecuado para dejar de ser ángeles
y volver a nacer en carne y hueso; ya no serán princesas, pero a cambio,
cumplirán una misión muy importante en la Tierra.
¿Cuándo sucedería esta metamorfosis?
En realidad, nadie lo sabe, porque no es una cuestión
de tiempo, sino de elección de parte de ellas mismas.
Esta es la historia de una princesa en particular,
hija única del Rey Tobías y de la reina Safira. Su nombre era Olivia.
Desde niña mostró ser especial, su mente y
especialmente su facilidad de palabras llamó la atención de todo el reino. Los
reyes la enseñaban como un trofeo, orgullosos de ella, a pesar de su espíritu
rebelde. Sus enormes ojos marrones, su pelo oscuro y su gran altura rompían los
moldes de todos aquellos que imaginaban a las princesas de cabello dorado y
ojos azules. Y como si estos atributos no bastaran, llevaba una marca de
nacimiento del lado derecho de su rostro, tenía una forma muy similar a una
corona; como si fuera una señal de lo que vino a hacer a este mundo.
Pero ella tenía otros planes para su vida, y no eran,
precisamente, el de seguir el linaje y reinar cuando sus padres dejaran este
mundo, tampoco pensaba en formar una familia y, mucho menos, porque así lo
manda la tradición. Entonces, luego de una fuerte discusión con sus padres, una
noche de verano, de esas que no poseen luna, aprovechando la oscuridad y bajo
un hermoso manto de estrellas, tomó su caballo y huyó del reino. Cabalgó toda
la noche sin temor. Al amanecer, encontró una humilde cabaña abandonada, casi
al borde de derrumbarse, la que ella misma refaccionó; y con otra identidad
comenzó allí una nueva vida.
En su soledad, se dedicó a la música, la pintura, la
jardinería y a producir sus propios alimentos. Era feliz, sentía que por fin
podía ser ella misma.
Pero un día la delataron, su belleza y sus talentos
hicieron que, finalmente, alguien sospechara cuando la escuchaban cantar, o
tocar un instrumento, o decorar su choza con bellas esculturas y pinturas. Fue
apresada, y llevada ante sus padres. La falta de comprensión en el reino, y
empecinados por mantener aquellas ridículas costumbres, provocó la ira de los
reyes; fue condenada a permanecer en su habitación en el castillo hasta que sus
padres encontraran un esposo acorde a sus intereses.
Al cabo de unos meses, cuando un sirviente fue a
llevarle el almuerzo a su habitación, notó demasiado silencio, y que aún
permanecía sobre el suelo la charola con la cena anterior, lo que llamó
profundamente la atención del siervo, y
temiendo que a la princesa le hubiese pasado algo malo, abrió la puerta sin
dudarlo, y su sorpresa fue mayor al ver la habitación vacía, Olivia no se
encontraba allí. Inmediatamente, apoyó la comida en el suelo y corrió a darles
la desagradable noticia a sus padres. Los reyes, furiosos, ordenaron ejecutar
al sirviente y subieron a la habitación de su hija para ver con sus propios ojos
lo sucedido, la verdad estaba frente de ellos: una habitación vacía pero cálida
porque aún permanecía encendido el fuego de la chimenea, como si su hija se
hubiese marchado recientemente, aunque, no pudo haber sido así, ya que, de ser
cierto, tuvo que haberlo hecho durante el día y pasar delante de toda su
guardia. Pero no había tiempo que perder en como lo hizo, sino en buscar a la
desobediente princesa.
Una docena de soldados marcharon tras ella por orden
de los reyes. Su primer escondite fue la meta, aquella cabaña que ella misma
reparó, pero ésta se encontraba deshabitada. Y buscaron por sus alrededores y
luego más allá, hasta los confines del reino, pero no la pudieron hallar.
Los días pasaron y nadie supo nada acerca de la
Princesa Olivia. Un mes después, los reyes ofrecieron una recompensa para el
que la encontrara, pero ella seguía sin aparecer, como si se hubiese ido, no
del reino, sino de este mundo.
Muy pronto comenzaron a temer por su vida; la furia
que había provocado su rebeldía se transformó en dolor y culpa por parte de sus
padres. Pero el tiempo pasó y la princesa jamás apareció.
Muchos años más tarde, siendo los reyes muy ancianos,
habiendo enfermado y estando ambos en su
lecho, cuando ya no queda más remedio que recibir a la muerte, una dama se les
apareció en su aposento, era su hija.
Ella no sólo había regresado a despedirse sino a
reparar las cosas antes de que los ojos de sus padres se cerraran para siempre;
pero el rey, a pesar de su estado, se negó a asumir su parte de culpa, así como
el aceptar las disculpas de su hija. El orgullo fue mayor que su amor, ante la
mirada triste de la reina. Y allí exhalaron, ambos reyes, su último aliento,
mientras Olivia derramaba sus lágrimas en silencio. Pocos años más tarde, ella
también dejaría este mundo.
Dicen que las princesas, al morir, se convierten en
ángeles, y que vagan por el universo, en distintas dimensiones, esperando el momento adecuado para dejar de
ser ángeles y volver a nacer en carne y hueso; y cumplirán una misión muy
importante en la Tierra. Pero aquellas princesas que dejaron este mundo con
asuntos pendientes, sólo regresarán cuando su nombre sea invocado por las
personas ideales. Ya no podrán elegirlo ellas.
La historia que se convirtió en leyenda, con el paso
del tiempo se fue extinguiendo, muchos la olvidaron y otros tantos la negaron.
Sólo unos pocos se atrevieron a sostenerla. Algunos pocos como yo.
Mientras tanto, una niña nació mucho tiempo después,
con enormes ojos marrones, pelo oscuro y una marca en el lado derecho de su
rostro con forma de corona. Su nombre hacía eco en la mente de sus padres mucho
antes que la gestaran, inclusive, antes de que ellos se conocieran, como si
alguien se los hubiera dicho al oído todo el tiempo de manera insistente.
Y a esa niña la llamaron Olivia. Cariñosamente le
decían «princesa».
No hay comentarios:
Publicar un comentario