jueves, 12 de noviembre de 2020

Menciones de honor Contate un Cuento XIII CATEGORIA E. Adultos

 

La ines

Ana Mascioni – Balcarce

La Inés vive en el barrio. Una casita modesta, rozando la precariedad. La Inés es la mamá de cinco pibes, todos seguiditos, dirían las viejas, como si la cronología en el momento de parir fuera sinónimo de algo. Los pibitos son buenos, tan buenos y mansos como las circunstancias se lo permiten. Cartonean en bicicleta de a dos y el mayor, Fernando, va siempre solo. Dice que él sabe cuidarse y que no quiere andar lidiando con pendejos en la calle. También van a la escuela, claro…cuando también ellos y las circunstancias se los permiten. La Inés dice que ella hizo hasta el 4to grado y que la escuela no le enseñó a fregar un piso ni a lavar el culo de los viejos que es con lo que ahora les da de comer a sus hijos pero que para ellos quiere otra cosa: que tengan un trabajo digno, que sean gente de bien y que no vayan a pasar miserias cuando sean adultos, eso dice siempre la Inés. Igual dice todo eso de la escuela y los culos pero sabe que las puertas que se abren con un papel que diga “egresada” no son las mismas que se abren con su humilde 4to grado.

Los hijos de la Inés también juegan a ser chicos, de vez en cuando, o mejor dicho en esas oportunidades cuando en la casa aparece con ínfulas de padre el progenitor  y tira 200 pesos sobre la mesa y los manda fuera porque él llega con “sed de hombre”. Entonces ellos risueños salen con la pelota deshilachada a patear un rato en el potrero. Y patean contentos. Patean las ganas y abstinencia de juego y de ser chicos. Patean la rabia y la bronca de poder serlo solamente de a ratos. O también, por suerte, a veces rumbean todos juntos para la pública en la que cada año la Inés los anota sintiendo que ese año será mejor que el anterior. Ella realmente desea educación para sus hijos, pero el manguito que ellos traen colabora para la economía familiar. Ese día seguro se come un guiso de pancitas de pollo y la Inés vuelve orgullosa del almacén con dos bolsas en la mano y masitas rellenas de chocolate que desaparecerán al atravesar la puerta.

Pero no es de los chicos de lo que quiero hablar, si no de la Inés.

Los vecinos la miran de soslayo, siempre con esa mirada de alguien que se cree superior, esa mirada que está entre la lástima y el desprecio y que no se sabe quién les otorgó ese derecho de mirar. La Inés es amable igual porque así se lo enseñó su abuela: “usté ante todo educadita, mija, le decía siempre que la dejaba en la puerta de la escuela”. Gracias a ella hizo hasta el 4to grado del que tan orgullosa está pero bueno… la abuela era grande y un día se murió y ahí mismo se murieron también los sueños de la Inés de terminar la escuela. Para su suerte o para su desgracia, no sé, los patrones de la abuela fueron, según ellos, solidarios y compasivos y se llevaron a la Inés a su casa. Y así fue que siendo una niña aprendió a lavar los culos y fregar los pisos que siempre menciona.

De nada se queja, la Inés. De absolutamente nada. Siempre agradecida el día del pago y feliz cuando la patrona ordena su placard. Ese día sabe que alguna pilchita liga, pero solo una, eh… ¿el resto? El resto para la feria de la plaza del sábado a la tarde. ¡Ese día sí que es una fiesta! Se juntan todas y pueden charlar a calzón quitado, dice la Inés; y la patrona se enojaba: ¡Qué expresión para una dama! Y la verdad que la Inés no entiende porque la señora tanto se enoja si su frase no dice nada malo y aparte no hay nada más cómodo que andar sin calzón. Pero bueno, si a la señora no le gusta ella intenta no decirla para no disgustarla porque ante todo el respeto a los patrones.

En sus mejores años la Inés conoció al Sergio y eso sí que fue para su desgracia porque la verdad que ese no se merece ni siquiera el oxígeno que la naturaleza le da para respirar. Lo que se puede decir de él no es demasiado y ni tampoco vale la pena perder en eso el tiempo. Solo decir que lo único que compartieron fue la cama de sábanas revueltas y la mezcla de sus ADN en los cinco chicos que tienen, bueno…en los cinco chicos que la Inés parió sola en el hospital y al último en su casa porque no había plata ni para el boleto del bondi. Porque si se habla de crianza la Inés crio a sus hijos “solita y su alma”, como dice siempre orgullosa y llevándose la mano al pecho. Y fueron cinco porque la Inés un día se cansó de estar engendrando pibitos y se fue al hospital y ahí nomás le pidió a la enfermera que la vacíe, por favor, que le saque todo porque cada vez que aparece el Sergio le deja un hijo de souvenir.

 Si hay algo de cierto es que el Sergio a veces aparece con sus doscientos pesos que apoya campante en la mesa. Pero cuando se le acerca Ia Inés está tranquila. “Total ya estoy castrada”, se dice a sí misma y mientras él se vacía dentro de ella, la Inés trata de recordar los precios de la despensita y ya se ve gastando los sucios y necesarios billetes sabiendo que va a poder comprar las galletitas rellenas de chocolate.

Del resto poco le gusta hablar. Sabe que se le pasaron y se le están pasando los años entre camisas ajenas para almidonar y manjares por preparar para una familia que le dio un techo cuando el suyo se había quedado vacío y sin vida. ¿Agradece? Sí, claro. Cada día al levantarse agradece. Porque si hay algo que tiene la Inés es que es una eterna agradecida. Sabe muy bien que le debe mucho a esa familia que decidió llevársela para beneficio propio pero llevársela al fin. También sabe que en el zodíaco es de Tauro con ascendente en Tauro y que esto le dio su personalidad serena y pausada, especialista en mantener la calma porque si hay algo que caracteriza a la Inés es su capacidad para controlar situaciones. Nació en eclipse total de sol y su número de la suerte es el 2 pero a esto no le encontró nunca una utilidad. Excepto ahora, que decide contarlo en estas líneas que escribe sobre ella misma porque la maestra se lo pidió, porque se animó a intentarlo y un día de regreso a su casita precaria la Inés se dijo: “voy a terminar la escuela porque es lo que quiero.” Y así, toda decidida y con su uniforme del trabajo entró a la escuela y se anotó y salió de ahí como perro con dos colas porque le dijeron que, si quería, podía. Y ella eligió creerlo en ese momento y también ahora. Por eso sabe que la maestra le va a decir que no se dice “la Inés” pero ella siente que si se menciona de otra manera estaría traicionándose, traicionando de dónde viene y si hay algo de lo que nunca se va olvidar es de dónde viene, pero tampoco se olvida a dónde quiere llegar. Pero eso, eso mejor lo cuenta en otro momento.

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