CORONA VIRUS
Juan Manuel Constancio ,
alumno del Colegio Santa Rosa de Lima
DÍA 1. Hoy me levanté temprano. El
gobernador necesita de mis servicios y yo, de él. Soy uno de sus siervos más
importantes, el que se encarga de una de las tareas fundamentales del palacio,
el que está siempre a su lado, ahí, de pie, firme y silencioso, sosteniendo su
corona. Escucho, por ende, todas sus conversaciones y sus asuntos políticos.
Siendo sincero, no ha pasado nada fuera de lo común últimamente.
DÍA 2. Nuevamente me levanté temprano, pero más que otros días, porque el gobernador
necesitaba su corona. Llegó de visita
una caravana de mercaderes importantes, provenientes de una ciudad lejana,
llamada Mesina. Estuve la mayor parte del día escuchando las ofertas, protestas,
risas y enfados del gobernador. Yo, como siempre, firme y callado en una
esquina, sosteniendo su
corona.
DÍA 3. El palacio está revolucionado. Para honrar a nuestros visitantes se organizó
una fiesta a la que han sido invitados nobles, miembros de la corte, hermosas
doncellas, destacados
comerciantes
locales, clérigos y otros personajes importantes de nuestro burgo. ¡Todos con
sus siervos! Se hará un gran banquete. Hasta habrá trovadores y juglares. Los
siervos de este palacio
nunca han
visto nada igual: la fiesta será tan grande que tendrán que esmerarse en
atender a todos los invitados y especialmente a los mercaderes. Pero yo sostendré
la corona de mi gobernador.
DÍA 5. Algo muy extraño sucedió hoy. Nuestros huéspedes están enfermos de un mal
que desconozco: se quejan frecuentemente de dolores de músculos y de cabeza.
Tienen el estómago revuelto y no paran de vomitar. Sin embargo, creo que son
los únicos atormentados por este dolor.
DÍA 6. No pude dormir en toda la noche: esta gente no dejaba de quejarse y toser.
Pero al verlos, sentí pánico. Su cuerpo estaba cubierto de manchas, como granos
de color negro o morado. Tenían fiebre y estaban agonizando. En unas horas ya
no se los escuchaba quejarse de sus dolores, por su extrema debilidad. Dos
horas después perdieron sus vidas. Lo que fuera ese mal, los fulminó en un día.
DIA 10. Hace unos días que no escribo. Nada extraño ha sucedido desde la rara
muerte de los mercaderes hasta hoy. Una de las siervas de la cocina también
empezó a sufrir problemas en los músculos, dolores de cabeza y de estómago. ¿Se
tratará del mismo mal?
DÍA 11: La sierva está empeorando y una doncella de la corte, quien en la fiesta estuvo
con uno de los mercaderes, padece el mismo mal. También uno de los juglares.
DÍA 12. Hoy murió la sierva. Los demás agonizan. ¿Serán cuestiones de dioses? ¿Será
que los muertos hicieron algo mal que los hizo padecer la enfermedad? Hay
dudas, muchas dudas. Cuando no estoy sosteniendo la corona del gobernador me
voy a hablar con Santiago. Él es el cocinero y tiene bastante miedo de padecer
el mal. Una de nuestras conversaciones fue sobre los vegetales. Dijo que nos
estamos quedando sin alimentos naturales, que lo que no producimos depende del
comercio con otras ciudades, pero ambos sabemos que vendrá un barco lleno de
productos. ¡Qué suerte!
DÍA 13. El gobernador organizó una caravana compuesta de guerreros, nobles y
siervos. Entre ellos voy yo, cumpliendo mi labor fundamental de sostener su corona.
Algunos nobles que se quedaron en el reino preguntaron cuál era el motivo de
tal viaje, a lo que el gobernador les respondió que era cuestión de comercio de
alimentos y piezas valiosas. Sin embargo, creo yo, que el gobernador decidió
hacer esta travesía para evitar pensar en la enfermedad. El viaje durará ocho
días. Iremos a Settia, donde compraremos vinos y joyas, después a Jonás, donde
compraremos alimentos naturales y volveremos con la llegada del barco, que
también traerá alimentos de los que no se consiguen en Jonás.
Día 14. ¡Estamos en Settia! Nunca había visto esta ciudad tan bella. Tiene muchos
puestos de comercio, una hermosa arquitectura y habitantes honestos y
trabajadores. Además, el gobernador me compró una almohadilla donde colocar su
corona, una buena recompensa para el noble trabajo que realizo. Mañana
partiremos a Jonás. Un grupo de nobles prolongará su visita en Settia
debido a
que presentan un malestar.
Día 17. Si pensaba que Settia era hermosa, la ciudad de Jonás es bellísima. El gobernador
ordenó que no tardáramos mucho, que recogiéramos las frutas y volviéramos a nuestro
reino. Y como él lo estableció, así se hizo. En un abrir y cerrar de ojos ya
estábamos regresando para nuestra ciudad de origen.
Día 25. Al arribar a nuestra ciudad, nos encontramos con que el barco que iba a traer
los alimentos ya había llegado. Nos alegramos de recibir esa noticia, pero al
ver las condiciones de la nave, de los alimentos y de los marineros que lo habían
navegado ¡nos aterramos! El casco estaba roto, con agujeros grandes, como si
hubiese chocado muchas veces con piedras. Sus velas estaban rasgadas,
destejidas y sucias. Ni hablar de los tripulantes: muertos y con ronchas en
todo el cuerpo, como bubones. En ese momento, instantáneamente, todos pensamos
que tenían el mismo mal que los mercaderes muertos. Incluso el mismo gobernador
–espantado ante algo que él nunca había contemplado se llevó la mano a la
corona y se quedó petrificado. “¿Qué hacemos?”, preguntó al general del ejército. “Los alimentos se
pudrieron y hay terror en las calles de la ciudad”. Era verdad. Mirando a
nuestro alrededor se veían cuerpos sin vida tirados por todos lados. Al parecer
la enfermedad comenzaba con fiebre, tos y esputos de sangre. Luego aparecían
manchas de color azul o negro en la piel y gangrena en las extremidades, para
finalmente brotar bubones negros de los que salía un líquido con mal olor
cuando se rompían. Los contagiados por la enfermedad no resistían un día. Había
olor a peste en el aire. ¿Será que nadie está a salvo?
Día 26. Llegan noticias de la pesadilla que está viviendo el pueblo en las
calles. Ya ha muerto mucha gente, gente joven y vieja, hombres, mujeres y niños.
El gobernador no ha asomado la nariz fuera del palacio pero hoy se levantó con malestar.
“¡Esto se ve muy mal!” dijo su esposa al verlo cómo agonizaba tras caerse de su
trono. Enseguida fui por agua para calmarlo y calmarme. Demoré un tiempo pero
al llegar después de varios minutos, era tarde: nuestro gobernador ya no estaba
junto a nosotros…¿Quién nos gobernará ahora? ¿A quién le sostendré su corona?
De pronto siento que me falta el equilibrio, que me caigo frente a la nobleza,
a los guardias y a la gobernadora. Ya no puedo sostener la almohadilla. ¡Oh,
no! La corona del gobernador sale rodando, parece rota desde el suelo.
Día 27. ¿Qué será de mí ahora? Me siento cansado y solo. Mareado y débil, me duele
la cabeza y tengo frío. ¡Por los dioses! Estoy tosiendo mucho. ¿Qué es esto?
¡Sangre! Tengo manchas que desconozco de dónde salieron. Más frío. Mucho miedo.
Algunos intentan ayudarme. Otros se espantan y se alejan de mí... Ya no
importo, ya no importa. Sólo falta cerrar los ojos y desaparecer como todos… lo
único que percibo es el olor a peste y a muerte en el aire...
No hay comentarios:
Publicar un comentario