La luz de mi vida
Valentina Galbán, alumna de la E.E.S. N° 3 “Carmelo
Sánchez”
Camino ignorando a todo aquello que me rodea como lo
estuve haciendo los últimos minutos. Estoy en un estado de shock permanente, mi
mente está en blanco, mis manos transpiran, mi corazón late a un ritmo que no
es normal y la sangre me hierve de impotencia.
Con pasos temblorosos llego al que siento es el lugar
indicado, toco la puerta repetidas veces dado que son las doce de la noche. Sin
embargo, me siento aliviado cuando mamá abre la puerta, ella todavía está vestida
y lleva sus lentes de descanso. Al verme su cara se torna en sorpresa, pero no
espero a que reaccione, lo único que me sale hacer es abrazarla, y ella no
tarda en corresponderme. Minutos después me deja entrar, cierra la puerta
detrás de mí y me sienta en el sillón para luego traerme una taza de té y una
frazada gruesa, todo eso sumidos en un silencio profundo, pero no me sorprende,
así siempre fue nuestra relación, sólo silencio. Ella sabe que solo voy a
hablar cuando me sienta preparado para hacerlo. Y ya no puedo esperar.
–No hubiera venido si no fuera importante, ma– ella se
me queda viendo para después sonreír, tranquilizándome en miles de formas. Mamá
se sienta a mi lado y me pasa una mano por el lado izquierdo de mi cara
limpiando las lágrimas ya secas.
–No tenés que pedirme permiso, hijo. Jamás dudes en
venir conmigo, esta también es tu casa–dice, sacándome una sonrisa, pero que no
dura mucho.
–Perdóname– rompo a llorar, no me acuerdo la última
vez que lloré tanto en mis cortos 21 años, pero nadie puede culparme por
hacerlo ahora– Ni loco imaginé que esto pasaría y me arrepiento tanto–comienzo,
mi voz cortándose al final y abrazándola mientras vuelvo a llorar– sé que te va
a decepcionar lo que te voy a decir ahora, pero te necesito, por favor no me
dejes.
Creo que ella espera a que me tranquilice para empezar
a hablar, pero no puedo. No puedo parar, ni siquiera encuentro las palabras
para expresar la desesperación que siento en este momento.
–Hijo, pará, cálmate. Pase lo que pase te prometo que
nunca podría dejarte solo, aunque quisiera. Pero necesito que me digas lo que
pasa.
Tomo aire.
–Lucía–nombro a mi ex novia– ella… ella me dijo que
tiene un atraso de hace una semana.
Mamá se me queda viendo fijamente durante un par de
segundos.
–Bueno, no te preocupes que capaz es un susto–trata de
tranquilizarme, pero yo niego.
–Ella se hizo un test y un análisis de sangre…los dos
dieron positivo– se me queda viendo y yo bajo mi cabeza avergonzado– Y sí;
estoy asustado, pero más que eso… dolido.
E-es decir, ni me esperó, no confió en mí. Sé que hace poco nos separamos y que
seguramente no soy su persona favorita en este momento, pero ella me aseguró
que fui su última relación, que no estuvo con nadie más, y si fue así… ¿Por qué
ocultar semejante cosa? Eso lo único que hace es reforzar el hecho de que tenía
derecho a saber de esto mucho antes –mi llanto se hace más fuerte. Los espasmos
de mi cuerpo hacen que se me dificulte respirar y, por ende, que empiece a
toser.
Esa noche me quedé dormido abrazado a ella. Papá
volvió con su pareja, así que mi otra casa estaba sola para mí, en otras
circunstancias eso me habría alegrado, pero en este momento necesitaba a mi
mamá. Y más cuando me prometió que estaría a mi lado a pesar de todo.
DOS DÍAS DESPUÉS…
Lucía rompe a llorar repitiendo incontables veces: Tengo miedo. Yo sigo sin creerme lo que
ella acaba de decir, insinuó que podía abortar.
– E-es que… no me entendes–sigue– ¿No te das cuenta?
Ahora ni siquiera voy a poder salir a la calle sin que alguien se me quede
mirando. ¡Es injusto! ¡No tengo por qué estar condenada a nueve meses de
sufrimiento para tener un hijo que ni siquiera pedí!
–Estás equivocada– me atrevo a decir– No lo pedimos,
pero él está ahí por culpa de nuestra irresponsabilidad– suavizando mi tono de
voz. Me acerco a ella lentamente colocando mis manos en sus rodillas a medida
que me voy agachando –Va a sonar muy tonto lo que voy a decir, pero no podemos
escapar de nuestros errores una vez que ya fueron cometidos.
–Sebastián– me corta – somos nenes. Dos pendejos de 21
y 19 años– hace una pausa–. Yo nunca quise ser madre, ni ahora, ni hace dos
semanas, ni en un futuro lejano. No pienses que jamás te quise, tuvimos dos
años de relación hermosos, pero estoy completamente segura de que vos tampoco
querías ser padre. Todavía estoy a tiempo para salir de este problema– por el
amor de Dios, Cristo dame paciencia.
–Lucía ¿confias en mí? – ella no me responde, pero
tampoco despega su mirada de mis ojos, tomo esa como una señal para seguir
hablando– yo no te juzgo por no querer pertenecer a su vida, pero no me quites
a mí la oportunidad de poder hacerlo ¿Está bien?
–No quiero pasar por esto, Sebastián ¿Me escuchas?
Tengo miedo, tengo muchísimo miedo– su voz va apagándose cada vez más a medida
que habla. Llevo mis manos de sus rodillas a su rostro y solo la observo
mientras ella baja la mirada. En un momento de puro impulso me acerco y pego
mis labios a los suyos, no es un beso romántico o uno que prometa amor eterno,
simplemente creo que ella ahora necesita a alguien, y en una situación como
esta no creo que las palabras alcancen. Además, no me molestaría ser ése alguien.
DOS MESES DESPUÉS…
Nos encontramos en la oficina de una colega de mamá,
ella es psicóloga y cree que a Lucía –quien está a mi lado- y a mí nos vendría
bien tener unas sesiones, pero como los psicólogos no pueden asesorar a
parientes cercanos, prefirió dejarnos en mano de una de sus compañeras de
trabajo. Yo me dedico a sostener la mano de Lucía, ella me sonríe y le devuelvo
el gesto, debo confesar que me preocupa mucho su estado, su piel es mucho más
clara que antes, oscuros semicírculos decoran sus párpados inferiores, y está
mucho más flaca. Me doy cuenta que esto de sumergirnos de manera tan directa en
la paternidad nos afectó demasiado, a ella más que nada. Es decir, estoy
aterrado, pero hasta yo -que sé que cada uno vive las consecuencias de sus
actos a su manera- soy capaz de admitir que acá la que peor la va a pasar es
ella, por lo que me toca ser el cuerdo.
Hace una semana fui a su casa, yo la convencí de que
la mejor manera de decirles a sus papás la noticia era juntos, y no lo hice
solo por ella, también por mí. Quería demostrarles a ellos y a mí mismo que no
soy un cobarde, que estoy dispuesto a pelearla tanto como mi cuerpo y alma me
lo permitan para que él o ella sea la persona más feliz del mundo, ya que de
algo estaba seguro: iba a amarlo más que a mi propia vida, en realidad, ya lo hacía. Desgraciadamente los
clichés en la vida real existen y lo comprobé en el momento en que, luego de
que su papá se retirara, la mamá de Lucía la mirara y le dijera un muy claro: “–Nosotros somos mayores. Si algo nos pasa a
causa de tu imprudencia, va a ser tu culpa”
Ese día decidí que no importa lo que pase con
nosotros, siempre iba a estar para ella. También decidí que prefería no incluir
a los papás de Lucía en la vida de nuestro hijo, si le daba la espalda a su
propia hija embarazada no quería que se relacionaran de ninguna manera con él.
Al día siguiente puse al tanto de todo a papá, su reacción no me sorprendió
mucho: “–Sos un boludo”, me dijo y me
dio el mismo sermón que mamá, pero quedó satisfecho cundo le aseguré que no
tenía planeado escapar y hasta me autorizó hacer uso total del departamento que
comparto con él cuando no estoy viviendo con mamá, alegando que él va a
quedarse con su pareja, hasta que pueda tener un hogar propio.
CINCO MESES DESPUÉS…
Sin lugar a dudas el desequilibrio hormonal de Lucía
nos afectaba de una manera espectacular, no voy a mentir diciendo que no lo
disfruto, porque eso sería un gran error. Esa es la razón por la cual son las
doce del mediodía y ella sigue durmiendo sin ningún tipo de prenda de por medio
entre las sábanas de la cama y su cuerpo. Pero algo era distinto, no sé, se
sintió bien saber que no solo lo hicimos para darnos placer, que alguien estaba
detrás de todo esto -eso suena tan bien como mal- quizás debería avergonzarme
de cómo estoy hablando, pero la sensación es tan increíble que no me importa.
Sabiendo perfectamente que en muy poco tiempo va a despertarse, me apuro para
ir a cocinar algo rápido para comer.
En líneas generales todo iba bien. Hasta el momento no
había ningún inconveniente con los siete meses de embarazo que cursa Lucía. Si
bien no funcionamos como pareja -y eso lo descubrimos ya hace mucho tiempo- la
mutua compañía que nos hacemos no está tan mal, pude conseguir trabajo después
de hacer un curso de profesorado en baile y ahora enseño Tango en una academia
decente, eso me permitió poder alquilar el departamento en el que nos estamos
hospedando. Obviamente esta no es ni remotamente parecida a la vida que me imagine
que tendría meses atrás, pero no me arrepiento. Extrañamente la emoción no me
cabe en el cuerpo, la idea de cuidar de alguien más me llena de adrenalina y
nervios, también de miedo, pero eso es inevitable. La verdad es que no puedo
esperar a que nazca. Al igual que Lucía, pero tristemente no creo que sea por
las mismas razones que yo.
DÍA DEL PARTO
Malditos operadores del 911 y su demora eterna. Estoy
nervioso, demasiado, Lucía está a mi lado sufriendo contracciones y apretando
mi mano cada vez que puede. Pero todo cambia cuando pongo un pie dentro del
hospital, Lucía me debe estar odiando y con razón, debe estar pasando por el
dolor más grande del mundo y la verdad yo no ayudo mucho haciendo todo
prácticamente en automático. Lo único que sí me doy cuenta es que Lucía estaba
en trabajo de parto y yo no me iba a despegar de su lado, entonces empecé
hablar de cosas triviales para tratar de distraerla. Pasadas tres horas la
verdadera experiencia comenzó, el doctor –con una calma que envidiaba- le
repetía a Lucía que pujara, las enfermeras le decían que haga la cuenta
regresiva, pero al ver que no les hacía caso comencé a hacerlo yo mismo.
–Lu escúchame, tenemos que hacer esto juntos. Contá
conmigo–inhalo y cuento a partir de 10, una inmensa alegría me llega cuando veo
que ella hace lo mismo, entonces sigo sin parar– Vamos a estar bien, lo vas a
hacer excelente.
–No puedo– dice ella en medio de un suspiro.
–Y si no, te llevo a Disney como recompensa–logro
hacerla reír, pero el doctor indica que ya casi está– Dale, este es el último
empujón, lo hacemos juntos ¿sí? 1…2…3… –junto con el grito de Lucía se escucha
un llanto agudo. Creí que sería el momento más especial y mágico de mi vida,
pero nada es perfecto, y Lucia lo demostró cuando no quiso ver a su hija.
UN MES DESPUÉS …
–No
me mires así. Los dos sabíamos que esto iba a pasar– no respondo, solo me
limito a mirarla mientras agarra cada cosa suya y la pone dentro de su valija.
De momento a otro me mira y su mirada no me transmite otra cosa que no sea
indiferencia. No puedo decir que no me duela, a pesar de estar al tanto de
todo, tenía la mínima esperanza de que se quedara con Luz y conmigo. Sí, Luz
era el nombre de la lindura que dormía plácidamente en su carrito, el que yo
había elegido, ya que Lucía no había querido hacer nada que tenga que ver con
su hija. comienzo a sentir mis ojos escocer, entonces cuando intenta ir a la
puerta, le agarro el brazo y le digo.
–No
tengo porqué saber lo que hagas cuando cruces esa puerta, pero quiero que sepas
algo, voy a hacer lo posible para que ella no te guarde rencor, porque entiendo
perfectamente tu decisión, y siempre vas a tener nuestras puertas abiertas– y
sin ningún tipo de interés en la lágrima que baja por mi mejilla, pregunto–
¿Estás segura? –aunque fue inútil, porque Lucía cerró la puerta tras de sí. Me
hubiera gustado que se quedara, pero no puedo impedirle hacer algo que hace
nueve meses atrás le di el sí para que haga. Si no quería ser la madre de su
hija, no la iba a obligar. Se escucha el llanto agudo de Luz y contra todo
pronóstico sonrío, voy hacia ella y le hago upa para que se calme, cuando lo
consigue y la veo ella me sonríe.
No,
definitivamente no me arrepiento de nada
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