Las traducciones, al ser textos, se rigen por tres principios que Borges postula para todos los textos. Estos son.
A- Todos los textos tienen una única autoría: En el ensayo "La flor de Coleridge", Borges cita a R. W. Emerson: "Se puede decir que una sola persona redactó todos los libros del mundo, ya que tienen tal unidad central que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente." Esta idea de la única autoría la toma del trascendentalismo, una corriente estadounidense que sostenía que un hombre es todos los hombres, y por lo tanto un autor es la suma de todos los autores, presentes, pasados y futuros. Borges presenta este principio además en su cuento "La biblioteca de Babel", donde menciona la superstición del Hombre del Libro, un autor que escribió un libro que contiene todos los otros libros del universo. También en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" se dice que los libros no están firmados, sino que su autoría pertenece a un único homme des lettres.
B- Crítica a la literalidad:
Borges, a través del uso de citas, (el caso de los cuentos “El inmortal” o “Pierre Menard, autor del Quijote”) demostró el servilismo inútil de la fidelidad. "No hay observación más irónica y corrosiva sobre la literalidad que literalmente copiar."
El punto es que no hay mayor ficción que creer en lo que lo literal evoca: la correspondencia exacta entre las lenguas; entre un objeto y la palabra y lo que la palabra representa; entre lo que el lenguaje dice y lo que quiere decir. En "Examen de la obra de Herbert Quain", Borges sostiene que la más alta cualidad de la literatura es la invención, y que, como no todos son capaces de inventar, algunos se limitan a simular. Estos escritores (porque todos son escritores) "imperfectos" se llaman Legión, tal como el demonio de Gadara.
C- No hay versiones definitivas de un texto: Este principio se sostiene con claridad en "Las Versiones Homéricas":
"Las versiones de un texto a lo largo de la historia o en diversas lenguas son borradores de una obra a la que no puede darse nunca el carácter de definitiva. Porque lo definitivo sólo corresponde a la religión o al cansancio."
Teniendo en cuenta estos tres principios, podemos concluir que un texto traducido no es de manera alguna inferior al original, porque justamente no hay un original. La traducción es meramente un eslabón más en la "evolución" de los textos, creada por un autor tan autor como el escritor original.
A partir de esta conclusión, analizaremos ahora tres tipos de traducción.
La traducción como codificación (a la lengua) de la realidad
Beatriz Sarlo, en Borges: un escritor en las orillas, habla de "Funes el memorioso"
"(...) es una broma y crítica hacia el realismo, que pretende describir las cosas con exactitud sin omitir detalles, y cree que el idioma es análogo a los elementos de la realidad. No hay traducción en la exactitud. Pensar implica seleccionar y analizar. La realidad la captamos no como cosas concretas sino como símbolos, ideas."
Esto se logra a través de la abstracción: es necesario olvidar ciertas cosas.
“Las versiones homéricas” trata de varias maneras distintas de traducir un mismo pasaje de La Odisea. Silvia Molloy señala que Borges (siendo él mismo un traductor)
sugiere aquí la teoría de que traducir es un modo de leer. Y leer es interpretar y reconstruir un texto. En "La escritura del dios" se nos dice que no hay proposición que no implique el universo entero: decir tigre implica decir todos los tigres que lo engendraron, todo el alimento que consumieron esos tigres, todos los hábitat que tuvieron, etc. Un lenguaje divino incluiría toda la concatenación de hechos que dan lugar a la palabra, de manera explícita e inmediata. En la lengua humana hay rasgos débiles de la lengua divina en las palabras 'todo' 'universo' 'mundo' etc., pero aún así no logran capturar la realidad en la palabra.
La traducción intralingüística (dentro de una misma lengua)
En "Pierre Menard..." se plantea la idea opuesta a la de "Funes el memorioso": Un texto idéntico puede tener muchas diferencias (porque el contexto espacio-temporal y por lo tanto cultural cambió). Por eso el texto de Menard es más rico: se destruye la idea de autor único y de texto original. El resultado es un texto más ambiguo. El sentido no está en las palabras sino en su contexto, y emerge en la actividad de leer-escribir.
“¿A qué pasar de un idioma a otro? Es sabido que el Martín Fierro empieza con estas rituales palabras: 'Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela'. Traduzcamos con prolija literariedad: 'En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra', y con altisonante perífrasis: 'Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar', y armemos luego una documentada polémica para averiguar cuál de la dos versiones es peor. La primera, ¡tan ridícula y cachacienta!, es casi literal” (de: “Las dos maneras de traducir“).
La traducción interlingüística (entre lenguas distintas)
Una traducción no se mide por su fidelidad o libertad con respecto al original, sino por su fidelidad a la cultura y a la lengua a la que se integra. En un diálogo con Jorge Cruz, cuando este era el ponderado director del suplemento cultural de La Nación, Borges expresó:
La traducción es una variación que es lícito ensayar.¿Por qué no supone que cada traducción es un borrador nuevo de la obra anterior? No sé por qué siempre se piensa mal de los traductores y sin embargo todos estamos de acuerdo en que la literatura rusa es admirable. Yo la conozco poco, pero estoy de acuerdo. Y sin embargo, la conocemos a través de traducciones, muy pocos de nosotros conoce ruso. Estoy convencido de que una novela como El sueño del aposento rojo, una vasta novela china, no menos modificada que la de los rusos, es admirable y la conozco a través de dos traducciones. La traducción alemana y la traducción inglesa, y en cuanto a la poesía, nadie duda de que en el Antiguo Testamento y en los Evangelios hay admirable poesía y no todos nosotros conocemos el hebreo o el griego, es decir, creemos en las traducciones. La traducción es un género lícito, desde luego. Es un absurdo negarlo.
En estos días en que la traducción, tanto como fenómeno psicolingüístico como profesión, está subestimada, resulta importante rever las opiniones de los grandes lectores y escritores. Borges no fue ajeno a este complejo proceso, sino que se ocupó de él, reflejándolo en su obra y sosteniéndolo en sus opiniones.
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