Mi vecino, al pasar esta mañana,
me dio los buenos días y dejó en mi ventana
tres rosas de su huerto, fragantes, deliciosas,
húmedas de rocío. Desde un cristal, las rosas
cual tres imaginarias, ideales
cabezas fraternales,
sobre mi mesa asisten a mi trabajo. Siento
el solidario apoyo de su aliento
común, en que la idea se perfuma
de bondad y al surgir besa la pluma.
¡Oh, clara, fresca y suave compañía
que me hizo bueno en todos los actos de este día!
Pues fue mi corazón como un a fuente,
pródigo, musical y transparente;
fluyó de mis palabras recóndita dulzura;
ni la violencia ni la crispadura
mancharon el espíritu o la mano
llenos del oro del cariño humano,
y, ¡oh noche!, en esta hora bella y santa
del ensueño, mi amor se aviva y canta.
Vecino: si los hombres supieran obsequiarse
con rosas de su huerto al saludarse;
si al pasar, como usted esta mañana,
nos dejáramos todos la flor en la ventana...
¡Cordialidad sencilla, propósito clemente,
comunidad viril en la belleza!
¡Armonía del músculo, la frente,
y la delicadeza!
Muchas gracias! Ésta poesía se me perdió, estaba en un libro. Tal vez lo presté. Y hoy gracias a tí he podido reencontrarme con ella. Abrazo 🤗
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