Nadie volvió a sonreír
con su sonrisa de niño.
Nadie volvió a mirar
de una sola vez al fondo de las cosas.
Después de la palabra
todo quedó detrás de las palabras.
Cada hoja, cada otoño, cada hecho
fue ampliándose y ampliándose y creciendo:
el pequeño corazón de cada cosa
dio su savia indivisible a la gran bruma de las cosas.
Perdimos, por lo grande, lo pequeño.
O tal vez fue al revés.
No lo sabemos.
Yo no sé cómo pasan
tus ojos por la bruma
mirada luminosa,
mirada ciega.
Las palabras, los signos caprichosos,
las jaulas
de las cosas
crecen entre sonrisas apagadas
y nos van encerrando en el silencio.
Ocurre a veces que yo tengo un cielo
y unas sierras, azules...
y un oro perfumado de retamas
hablando entre mis dedos.
Ocurre a veces, en el paso frágil
de los caminos,
que nos cruzamos, ojos por la bruma,
palabras como redes
vacías.
Yo no sé si los versos son badajos
y las almas campanas.
Ocurre a veces que se van trepando
por los cauces remotos de esta vida,
este intento,
de las venas al puño
cosas que quedan
apretadas, doliendo.
Cuando no caben ya, de dolorosas,
abro la mano sobre un verso
para que no golpee
mi silencio.
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