El domingo
Alejandro Romero Chamorro, Oviedo , España
A mí me dan depresiones los domingos por la tarde. Bueno, y los sábados también. Y entre semana, algunas veces. Y eso que tengo 37 años. Soy una chica joven. Trabajadora. ¿Mi nombre? María del Carmen. Estado civil: soltera. Actualmente con residencia y domicilio en Bilbao, España.
Llevo aquí un mes trabajando. Desde finales de febrero de este año 2021. A las funcionarias nos permiten trasladarnos. Soy del sur. De Sevilla. Y allí también me daban depresiones los domingos por la tarde. Por cierto. Ahora, mientras escribo, es domingo por la tarde.
Aquí llueve mucho. Yo lo sabía al venir. Pero también quería cambiar de aires, ¿sabes? En Sevilla hay que coger el tren para ver verde. Cazalla, Constantina, Guadalcanal. La Sierra Norte. Sierra Morena, vaya. Total, que yo quería ver verde así que me vine aquí. Y es verdad que llueve. Pero no siempre. Hay gente a la que no le gusta hablar del tiempo. A mí sí. ¿Qué tiempo hace hoy? Soleado. Ni una nube. Parece que estamos por la calle Betis con todo el solazo que hay. Y si te digo la verdad, cuando esta mañana abrí la persiana, me deprimí. Vi el día radiante y me entró el bajón. ¿Otra vez tengo que salir?
Yo intento adelantarme días antes para que el domingo por la tarde no me entre la depresión. Ya sé que no es una depresión que se dice de caballo. Eso es otro cantar y quien lo padece lo pasa muy mal y debe dejarse ayudar por la psicóloga y la psiquiatra. Vaya, creo yo. Yo voy a una psicóloga desde hace dos años y medio. Bueno, ahora hacemos la terapia por teléfono. Le cuento mis penas. Me escucha. Me da consejos. No sé qué haría sin ella sin las sesiones del viernes tarde.
Pero los domingos. ¡Los domingos por la tarde! Que me enrollo como una persiana. Contaba que días antes intento pensar qué cosas podría hacer para engañar a la depresión. Que además caigo a plomo en ella. De un segundo a otro, ¡plof! Y siento que no valgo. Siento frustración. Fracaso. Que soy inferior. Me doy asco. Me desprecio. Una movida vaya. Pero escúchame, que le voy ganando terreno. Luego ella me la juega y a lo mejor se presenta antes de tiempo. Como este fin de semana que llegó el sábado en vez de hoy... de momento.
Hace dos fines de semana que comenzó el pulso. A ver quién es más cabezona. El primer domingo de la pelea me propuse un estímulo para salir de casa después de la siesta. Porque una duerme siesta, claro está. Un ratito de diez minutos con la radio puesta y la boca abierta en el sillón. Hoy me ha despertado mi ronquido y todo. Bueno, que ese domingo primero de lucha me puse un objetivo para no quedarme aquí en casa encerrada. Me puse un cebo: salir a merendar. O a comprar merienda, lo mismo da. Y así fue. Bajé a la avenida y compré el dulce local, que no lo había probado. Aproveché y me traje pan, que así congelo. Y, de paso, en vez de tirar para casa directa, me di un paseíto. Parecía que iba a llover, aquí siempre tienes que ir con paraguas como si fuera un revolver listo para desenfundar. Muy western yo por la vida, sí. Y entonces me di mi paseíto, dejándome invadir por el verde de esta zona, por sus nubes y por sus claros, que también aparecen y dejan ver el azul de la tarde, ese azul más oscuro que en combinación con el verde de la arboleda a mí me pone... contenta. En fin, que la depresión no estaba.
Lo malo fue al llegar. Solté el revólver y me comí mis pastelitos. Cuando menos lo esperaba, apareció ella por el salón. El pianista dejó de tocar, las bailarinas cesaron y los viejos cowboys dejaron sus cartas sobre el tapete, siguiendo la analogía del lejano oeste. Me cago en... Pensaba que me la había quitado de encima, pero no. Ese duelo lo ganó ella. Eso sí, en mi cara quedó la sonrisita por haberme salido, en parte, con la mía. Gracias al paseo que me di, le había ganado una hora o así a su tristeza. Le había robado tiempo. Me ganó, pero menos que el domingo anterior.
Con esas me dispuse a trazar una nueva estrategia para la semana siguiente. Las estrategias las hago el lunes porque el domingo, en fin, me siento mal. Mucha frustración. Que no valgo. Que no sirvo. Así que el lunes, si me he recuperado, empiezo ya a adelantar trabajo. Y así llegó el segundo duelo. Aquí usé una munición nueva. Me pregunté a mi misma, ¿qué quiero hacer esta tarde? Y me gusta esto. Lo veo un poco mágico. Y eso porque al preguntarme mi cuerpo contesta solo. Quería ir a ver una iglesia en lo alto de un pequeño monte. Dicho y hecho. No me apetecía mucho salir. Pero me saqué. Como un perrete. Me saqué de paseo. Y a la iglesia me fui. No llovía. De hecho, me pegaba el sol de cara y no hacía frio. Llegué a la iglesia y seguí adelante. Vi la Universidad. Vacía. Sentía miedo. Soy muy golosa y cualquier varón podría excederse. Pero seguí. Aquello parecía el escenario de una serie de zombis. Estaba excitada. Qué sitio tan solitario. Como si hubiera caído la bomba H. Avancé y salí al monte. Las vistas eran preciosas. Al oeste. El sol se ponía por su sitio reglamentario y yo gozaba de aquel cuadro paradisíaco. Qué éxtasis. Qué estética. Qué buen domingo. Aunque... la sorpresa me esperaba al llegar. La depresión estaba hambrienta de cerebros y cuando arribe extasiada a casa, me pilló desprevenida. Me mordió sin darme cuenta. No me pude defender. Eso sí. No por mucho tiempo. Creo que menos que el domingo anterior. Ella viene, pero intento que se quede cada vez menos tiempo. Venir viene. Seguro. Pero no quiero que se quede tanto. ¿No tiene familia esta criaturita?
Y con esas llegamos a hoy. Domingo de nuevo. Qué rápido pasa el tiempo aquí. Siempre pienso lo mismo cuando pasan cosas que no me explico: será el típico desgarro en el continuo espacio-tiempo. Y me quedo tan ancha oye. Y es que entre semana pasa rápido. No sé si eso es bueno, malo o regular. Lo que sé es que ayer sábado se presentó de nuevo. La muy... Maldita ,traidora, usurpadora de estados no tan depresivos. A primera hora, llegó. Y yo me sentía fatal. Porque empiezo a compararme y me doy pena y siento que soy una mierda pinchada en un palo. O una mierda como el sombrero de un picador. Qué más da. Un asco. Porque empiezo a darme asco. Que si toda la gente se va de viaje y yo no. Que si toda la gente tiene amigas y yo no. Que si la gente, que si la gente. Y yo con mi depresión. El sábado por la mañana. Cuando ella llega el domingo por la tarde. Traidora...
No me quedó más remedio que recargar el revólver rápido. Me pilló con las bragas bajadas. Y sin duchar, lo confieso. Metí la primera bala que encontré de la semana pasada. Me quedaba alguna porque ya no uso tantas. Al ganarle tiempo a la depresión, ahorro en munición. Desenfundé, cargué y disparé casi sin apuntar. A lo Billy El Niño. ¡Pum! Mucho humo. Olía fuerte. Algo había pasado. Una pregunta en el aire. ¿Qué quiero hacer este fin de semana? Ir de viaje. A San Sebastián. Con un par. Una pereza enorme. No tenía ninguna gana. Pero no tenía otra escapatoria. La depresión quedó bastante mal herida así que logré escapar. Corrí a la estación, compré el billete, el tren me esperaba y el revisor también, me senté, intenté relajarme y me tranquilicé. Me había defendido. Cuando el tren inició su marcha sentí ilusión. El principal enemigo de mi enemiga la depresión. Sentí ilusión y me di las gracias. Sí. Me di las gracias a mi misma. Me aplaudí. Por haberme defendido tan bien. Tan rápida e improvisadamente. Por puro instinto.
Pase un buen día en San Sebastián. Me fui a la zona antigua, comí mejillones y me volví sobre las 18:00. En alguna ocasión sentía miedo por ir sola. Pero fui. Y al volver me daba otra vez las gracias. E intentaba abrazarme a mí misma. Darme amor. Quererme. Dicen mucho que hay que quererse. Pero ¿cómo cojón se hace? Creo que por primera vez en mi vida me abracé. Interiormente. Pero lo hice. Me amé. Me di calor.
No todo iba a ser tan bonito por desgracia. Siempre hay que pagar un tributo. Cuando volví a Bilbao no me fui directamente a casa. Me olía lo que podía pasar. Así que paseé. Ahora hace días con sol. ¿Lo de que llueve tanto no será una trola para que no vengan los turistas? Me sentía bien. Contentaba conmigo misma. Por haberme llevado de excursión. Una bonita excursión. Y barata, todo sea dicho. Y el paisaje en el tren, precioso. Verde. Un paraíso. Pero mira tú, en dónde , la puta... perdón, la depresión de los cojones estaba ahí. Esperándome. Como para castigarme. Para vengarse. La muy malnacida... Me castigó bien. Me dio duro. Sábado noche jodido. La gente saldrá de fiesta y yo estoy aquí sola. La gente tiene quien le quiera y yo no. La gente vale más que yo. Soy una fracasada. Qué frustración. Ay qué pena tan grande. Ay señor llévame pronto. Y sin dolor.
¿Se puede ser más mala y traicionera? El sábado noche. Cuando ella llega el domingo. Ahora estoy esperándola mientras escribo. Esta mañana ya la estaba temiendo. Miraba a un lado y a otro por si aparecía. La siento cercana. Pero aún no ha asomado. ¿Se saciaría ayer? Esta mañana me quedé escribiendo. No he salido en todo el día. Al desayunar, comer y merendar lo hago junto al ventanal. Miro el monte y los parques. Es como si la ciudad estuviera en mitad del bosque. Para cagarse de bonito vaya. Así que me puse a escribir. Para un concurso de Bilbao. Le contaba de cuando mi abuela vio la aurora boreal en enero del 38. En la guerra. A ella la pusieron de maestra. Sí. En esa época pudo verse desde España. Ella en Campo, un pueblo de Huesca, en el norte. Total, que me quedé escribiendo y muy bien. Escribir, escribir, escribir. ¿Será la nueva munición? Por un lado, quería salir y por el otro quería quedarme en casa. No he salido. Ahora estoy escribiendo esto y ella no ha asomado aún. El percibo, pero no ha llegado. ¿Volverá?
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