viernes, 19 de noviembre de 2021

Obras premiadas en el Concurso literario narrativo CONTATE UN CUENTO XIV Mención de honor Categoría C

 

Cómo caperucita ignoró las señales del lobo

María Emilia Duffard, alumna del Colegio Santa Rosa de Lima

 

Corrí, corrí y no paré de correr por aquel bosque. Con el perfecto vestido rojo largo hasta mis tobillos, con aquella sonrisa de dientes blancos, entre risas, yo corría por aquel camino plagado de árboles que parecía abrirse a mi paso. Todo parecía... perfecto, como en un cuento de hadas y princesas, sobre todo porque detrás de mí corría mi príncipe.

Jugamos a aquello que comenzó como una broma o un divertimento, hasta que ambos nos lo tomamos en serio, tal vez, -uno de los dos- demasiado en serio. Me di media vuelta, caminando hacia atrás para poder ver sus hermosas facciones, su pelo castaño desordenado, su perfilada nariz y sus ojos... aquellos ojos verdes que siempre me habían intrigado, como guardando un secreto que no quería contarme, hasta que luego, cuando ya era tarde, lo descubrí.

Volví mi vista al frente. De repente, a los costados de aquel sendero, como por arte de magia, comenzaron a aparecer fragmentos de nuestros momentos juntos; a medida que seguía adelante, como en orden cronológico, se contaba nuestra historia.

Desde aquella tarde lluviosa de abril donde en una librería lo conocí, cuando me invitó a tomar nuestro primer café o cuando conoció a mi familia aquella fría tarde de mayo, todo parecía suceder en un tono rosa que hizo que mi sonrisa se ensanchara. Pero, así como todo lo bueno, también aparecía lo malo, como nuestra primera pelea donde me arrebató el celular en un ataque de celos. Ese recuerdo hizo que mi sonrisa flaqueara un poco, aunque no que desapareciera, pues según él, lo hacía por amor. O aquella vez donde se presentó en aquel bar a dos calles de su casa por miedo a que le hubiese mentido respecto de con quién estaba. 

De repente, miré hacia abajo,  mi vestido rojo,  se había convertido en un sucio harapo rasguñado. Y en medio de todos esos recuerdos que pasaban a ambos lados, me volví a voltear, para ver si mi príncipe también había sufrido daños, aunque no pude saberlo, porque cuando lo hice me percaté de que aquel chico dulce ya no era un simple chico: tenía dos grandes orejas peludas, una gran cola y sus bellos ojos verdes se habían oscurecido. De repente, comencé a correr más rápido y el bosque comenzó a ponerse más oscuro, en la misma medida que los recuerdos. Comencé a ver señales extrañas en las cuales no me reconocía ni, aunque me estuviese mirando a mí misma: cómo había dejado de arreglarme para salir, cómo había cancelado la mayoría de los planes con mis amigas, o las interminables pelas con mi madre porque ella no nos entendía, nadie en realidad lo hacía, pero... yo aposté todo, porque como él decía: “así es el amor”.

De pronto, comencé a correr con más vigorosidad, olvidando como todo empezó como un juego. Mis instintos cambiaron con el último recuerdo de ese sendero oscuro, el día en que discutimos tanto hasta el punto en que tomó bruscamente mi muñeca y me empujó para poner su cara frente a la mía y claramente gritarme: “vos no sos nadie sin mí, porque vos me perteneces”. Ese fue el día en que decidí verlo por última vez. Pero él me siguió buscando y me decía que las cosas no podían terminar así, que teníamos que hablar.

Tras ese último recuerdo volteé un poco mi cabeza para ver si él seguía persiguiéndome. Aquel chico disfrazado de príncipe ya se había convertido en un lobo. En aquel momento, tropecé con una piedra y cuando pensé que iba a caer bruscamente contra el piso, dos brazos delgaduchos me sostuvieron antes de caer. Cuando levanté la mirada a la espera de ver al lobo a punto de devorarme, la vi … a mi aliada en este camino, la única que no se alejó de mi lado a pesar de nuestras peleas interminables. Ella me ayudó a levantarme y paso un brazo por encima de mis hombros, para infundirme una confianza que siempre le agradeceré. Asustada, pero con firmeza, esperamos a que el lobo nos alcanzara.

- “Ella es mía” - dijo él, con tono arrogante.

- “En eso es en lo que más te equivocas. Ella no es ni mía, ni tuya, ni de nadie… ella se pertenece a sí misma”-  contestó valientemente mi amiga.

Me enderecé y crucé mis brazos, para impartir una confianza que tardaría años en recuperar, pero cuando el lobo vio mi convicción respecto a esas palabras, increíblemente dio media vuelta y se fue. Después de eso me costó muchos años volver a poder caminar por el bosque, porque cuando una persona se me acercaba, tenía miedo de que se convirtiera en un lobo. Por eso, prefería la comodidad de mi cabaña. Hasta que, poco a poco y trabajando mucho en mi confianza, superé el miedo al lobo. Comencé de a poco. Ahora ya puedo caminar tranquila por el bosque sin miedo a ser atacada y sé que, si se me acerca un lobo, voy a saber ahuyentarlo.

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