La voz que nadie escucha
Chiara Romano , alumna de CEF Padre Francisco Castañeda de La Plata
Habían pasado un par de años desde que le habían dado la empresa. Desde ese entonces, había ganado enormes cantidades de dinero y (en serio) estaba orgulloso de eso. Le iba perfecto: habían aumentado sus ventas, la producción en las fábricas crecía, su fortuna se agrandaba. Y la misteriosa desaparición del antiguo dueño ya era noticia vieja para la mayoría.
Él no lo había matado. Además, no tenían pruebas; la policía lo dio como muerto. Pero obviamente estaban esos idiotas con sus teorías que le habían hecho difícil su ascenso. Ya debería haberlo olvidado, pero aún había algo que lo inquietaba. ¿Qué le habría pasado? Todo le iba perfecto en ese entonces… Como estaba él ahora. Le asustaba pensar que sí hubiera sido un asesinato… Y más miedo tuvo cuando empezaron los accidentes.
Iba ese día por un camino cerca de un acantilado. Se suponía que era para disfrutar de la vista, pero su atención estaba en discutir por teléfono. Sorpresivamente el volante giró hacia la derecha dirigiéndose hacia el abismo. Y el auto hubiera caído si no fuera porque chocó contra algo invisible, haciendo estallar el vidrio y dejando la parte delantera del auto como un acordeón. Pero lo peor fue la voz irreconocible que le dijo: “Primera advertencia”.
Pasaron unos meses y seguía traumado por la Voz. ¿Era real o solo parte de su mente? Aunque él era consciente de la respuesta, la negaba. No era posible. Quería volver al acantilado, intentar descubrir qué había sucedido; pero “la curiosidad mata al gato”, dicen, e intentó olvidar lo sucedido. Obviamente no lo logró. El simple recuerdo de esa voz, tan familiar pero tan nueva a la vez, no lo dejaba en ningún momento.
Seis meses después del accidente, sucedió otro. Una noche estaba en la cama intentando descansar, cuando sintió un olor conocido: gas. Se paró al instante e intentó averiguar dónde estaba la fuga. Pero cada vez sentía más dolor de cabeza, y llegó un punto en que creyó que le iba a explotar. Cayó al piso y, arrastrándose, alcanzó la puerta, sintiendo que se le agotaba el oxígeno... estaba cerrada, y no tenía las llaves ni las fuerzas para ir a buscarlas. Aun así, la puerta se abrió sola, de la nada. Él pudo salir a gatas y respirar el aire puro. De repente sintió una explosión y un calor abrasador a su espalda, y vio cómo la casa se quemaba. No podía reaccionar. No había vecinos cerca. Simplemente observó en shock cómo el fuego se extendía de la planta baja a la superior… Y escuchó la Voz: “Segunda advertencia, déjame en paz”.
Luego de esa noche, pudo pensar claramente lo sucedido. Era bastante irónico que fuera él quien la molestara. Por lo que tenía entendido, esa cosa le estaba haciendo la vida imposible. ¿Qué le hacía él? ¿No morir? Tenía la certeza de que, si lo quisiera muerto, ya lo estaría.
Por qué, era la pregunta que se repetía en su mente. Quizá fuera un espíritu; se sorprendió pensando. Él nunca había creído en ese tipo de cosas, pero estos "accidentes" (ya sabía que no lo eran) le hacían cuestionar todas sus creencias; e incluso su cordura.Él no quería que lo vieran como un loco desesperado. Por eso no le dijo a nadie; tampoco tenía a alguien de confianza. Eso no importaba, nunca le había importado. Aunque, en este momento, sí le hubiera gustado tener alguna persona que le creyera y lo apoyara…
Al final tomó una decisión: iba a irse al país más alejado que pudiera. Obvio, simulando que eran solo unas vacaciones por el trauma del incendio. Sin embargo, la verdad era que se quería alejar del acantilado, de su casa, de la Voz, de todo.
Convencido de que en aquél lugar alejado la Voz no lo encontraría, fue a visitar las montañas. El aire era frío y muy puro comparado con el de ciudad. Estaba haciendo una caminata, cuando un viento furioso empezó a soplar. Lo tiraba para atrás y le helaba los ojos, no podía ver. El grupo de la excursión no estaba por ningún lado; no sabía cómo se había alejado. Escuchó un ruido que, aunque no lo conocía, lo adivinó; una avalancha, seguramente. Estaba condenado. No podía alejarse, su fuerza estaba concentrada en mantenerse de pie. No logró resistir. Esperaba caer, pero voló como si fuera un barrilete. Sintió un dolor fuerte en la cabeza, y todo se apagó.
Despertó en una cabaña. Había un calor hogareño en ella que contrastaba con la tormenta de nieve que transcurría del otro lado de la ventana. Se levantó y comenzó a investigar. Salió de la habitación y se encontró en una pequeña cocina. Sobre la mesa, había una tarta que lucía exquisita, y ahí se dio cuenta del hambre que tenía. Comió sin pensar que ese lugar fuera peligroso. Una vez saciado y despierto, empezó a reflexionar sobre su situación actual. Sin dudas había sido la Voz. Le gustaría pensar que no, pero… era la opción más creíble en su posición.
Fue hasta la puerta de entrada: estaba cerrada, y fijándose en la tormenta de afuera, prefirió no abrirla. Recorrió más la cabaña y encontró una pequeña sala con chimenea, además de sillones que parecían de lo más cómodos. El fuego estaba encendido. Todo era tan acogedor, que le hubiera encantado sentarse frente al fuego y dormir en aquellos asientos… Pero prefería no estar cerca del fuego. Porque seguramente la Voz saldría del calor de la chimenea, mientras él dormía, para matarlo. Quizá estaba siendo muy exagerado, no obstante, no se permitiría confiar en ese lugar; ya se había arriesgado comiendo la tarta que podría haber estado envenenada.
Entonces el fuego se apagó. La luz se extinguió en toda la habitación. Notó el sonido de una puerta que chirriaba al abrirse, se le puso la piel de gallina. Antes no había ninguna puerta de donde ahora venía el ruido. Una sombra como la de un ave salió de aquella nueva y misteriosa abertura. No se quedó a ver qué era. Salió corriendo al pasillo también a oscuras y llegó a la puerta de entrada. Tenía que salir de esa casa; morir de frío sería mejor que quedarse. Levantó una mesita que había cerca y la golpeó contra la madera que lo separaba de la tormenta. O al menos eso creía que era.
En cuanto la hubo roto, encontró una sorpresa desesperante: no era la salida, sino un corredor que iba en bajada. No le quedaba alternativa. Corrió a través de las oscuras y heladas paredes de piedra. La oscuridad era impenetrable y terriblemente abrumadora. Pero aun así siguió corriendo cerca de cinco cuadras... O diez. No lo sabía. Chocó bruscamente contra una pared; sintió un gran dolor en la nariz y el suave calor de la sangre. Seguramente se la había roto, aunque no había tiempo de preocuparse ahora. Tenía que escapar. El camino se dividía en dos rectas hacia la izquierda y la derecha. No tenía cómo ubicarse así que se decidió por la izquierda. Siguió avanzando, aunque ahora caminaba; le dolía mucho. La tierra reemplazó a la piedra; el túnel era cada vez más bajo y estrecho, por lo que siguió el recorrido gateando. Siguió por el áspero suelo, hasta que vio una luz esperanzadora que aparecía como el final de sus problemas. Se iba acercando desesperadamente, como insecto a la lámpara. “Al fin algo que iba bien”, murmuró para sí. Tenía que decirlo.
A sus espaldas escuchó un graznido, típico de los loros. El ave, la sombra. Empezó a ir más rápido, tanto que le sangraron las manos y las rodillas, además de sentir dolor en los pies y en la nariz. El túnel se fue agrandando, hasta que pudo correr. Se seguían escuchando los graznidos, como furiosos. Llegó a la luz. Era una cámara totalmente blanca e iluminada, alta como unos cinco metros. No había ventanas, solo unas rejillas en la parte más alta. Aunque luego se dio cuenta. No había más salida que por la que había entrado y por las rejillas ubicadas cinco metros sobre unas paredes increíblemente lisas. Y lo que más lo aterrorizó: el ave. Entró por detrás suyo y quedó flotando en medio del lugar. Flotando, porque no movía las alas. Era de un color amarillo y celeste intenso, que contrastaba con todo el lugar, y también con el clima ¿Los guacamayos no vivían en zonas tropicales? Aunque eso era lo último que le importaba.
El ave habló. No con la voz de loro que deseaba que fuera, sino con la Voz. “Me has lastimado y ni siquiera te frenaste a pensarlo, como cualquier humano que ansía poder. Creías que no era nada, pero soy todo, y estoy en todo, incluso en tí”. Adivinanzas. ¿Estaba jugando con él? Al final le respondió a gritos lanzando toda su furia. “¡¿Yo te lastimo?! ¡Me arruinaste la vida! ¡¿Quién mierda sos?!” El ave contestó: “Soy lo que tú ves como aire, y otros como vida”. El aire. ¡¿Qué le había hecho al aire?! Tenía que ser una broma. Hasta que empezó a recordar… Y se dio cuenta. Sus fábricas. Contaminación. Las talas de árboles para construir. Nunca le había importado, no era nada comparado con sus ganancias… ¿Cómo podría haberlo sabido? ¿Se arrepentía por haberlo hecho? Claramente, no. Había hecho lo mejor para él y para el mundo. Que le dijera orgulloso el que quisiera. Él hacía lo mejor, mientras que esa ave solo lo había hecho sufrir. Qué estúpido había sido en dudar un solo segundo en sí mismo. Tenía razón.
Antes de que pudiera decir algo, el aire habló: “Tú lo has elegido. Ni siquiera fuiste bueno para tí. Morirás por lo que has creado”. Se esfumó cuando hubo terminado de decirlo. De las rejillas empezó a entrar un aire gris, reemplazando al frío y puro aire que había hasta ese momento. Llenó la habitación y él aguantó la respiración cuanto tiempo pudo. Pero inhaló. Ese aire turbio se expandió por sus pulmones llenándolo de un ardor en todo el cuerpo. No había salida. Él iba a morir y quedar desaparecido como el anterior. Y se cumplió.
Exelente cuento!!!desde lo literario, en cuanto a la capacidad de escritura, fluidez, expresividad, y generación de imágenes constantes.. estimulando la atención, la imaginación y la sensibilidad del lector. Y sumado a esto el profundo mensaje que lleva consigo y que transmite desde la toma de Conciencia. Muy valioso!! Y un regalo de esperanza, si tenemos en cuenta la temprana edad de la autora 😊✨ Felicitaciones Chiara!!! 🌟👏👏👏👏👏👏♥️☺️
ResponderEliminarMe encantó el clima que crea el cuento! y me sorprendió el final, no me lo esperaba. Buenísimo!
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