- De los salvajes respondió Bias- , el más peligroso es el tirano; de los mansos, el adulador.
Los Lidios (habitantes de una comarca del Asia menor) despacharon un representante para solicitar alimentos a los espartarnos. El enviado, después de reclamar la ayuda, pronunció un extensísimo discurso, lleno de elogios. Oído pacientemente, un espartano le contestó:
- Tu discurso ha sido tan largo y tan florido, que ya hemos olvidado el principio.
Un nuevo enviado de Lidia llegó hasta Esparta. Recibido en una asamblea, después de una breve cortesía, mostró una bolsa, la dio vuelta por su interior y exclamó:
- ¡Está vacía! ¡Necesitamos que llenéis muchas como ésta para saciar nuestra hambre!
Satisfecho su deseo, agradeció a los espartanos la ayuda, reconociendo, para congratularse aún más, la simpatía de los espartanos, el exceso verbal de su antecesor. Entonces uno de los asambleístas le contestó:
- Ha sido vuestra necesidad la que nos convenció, y no vuestra palabra. Si nos hubierais mostrado nada más que la bolsa vacía, ya os hubiéramos comprendido.
Sócrates, el filósofo griego, saludó en cierta oportunidad a un hombre, y como éste siguiera orgullosamente su camino sin contestarle, sus amigos le expresaron su sorpresa por su indiferencia ante tales muestras de grosería.
- ¿De qué os extrañáis? les advirtió Si yo viese pasar a alguien que fuese más feo y de peor traza que yo, ¿debería por eso enfadarme? ¿Pues, por qué me voy a enojar con ese individuo si está peor educado que yo?
Zeuxis, uno de los más grandes artistas de la antigua Grecia, pintó un cuadro en el que figuraba un joven con un racimo de uvas en la mano. El cuadro suscitó muchísimos elogios. Más aún, porque unos pájaros, engañados por el realismo de las uvas, intentaron picotearlas.
Como Zeuxis no se convenciera del valor de su tela, los amigos le inquirieron la causa, a lo que él contestó:
- Si el cuadro fuera realmente bueno, los pájaros no se hubieran acercado a las uvas por temor al joven.
Celoso de su gloria, dos compatriotas condenaros al general tebano Epaminondas a desempeñar el oficio de barrendero. Epaminondas, lejos de considerar su nueva ocupación como una ofensa, tomó la pala, la escoba y comenzó a trabajar, poniendo todo su celo en el fiel cumplimiento de sus deberes. Para satisfacer el asombro de sus admiradores, explicó:
- Estas nuevas tareas, en nada me ofenden. Es el hombre el que hace el oficio, y no el oficio el que hace al hombre.
Filipo, rey de Macedonia y padre de Alejando Magno, fue una vez aconsejado para que desterrara a un noble que hablaba mal de él.
- Vale más observó el monarca- que tal hombre hable donde se nos conoce a los dos, que no en un lugar donde no somos conocidos ni él ni yo.
Dionisio el antiguo, tirano de Siracusa, dispuso que el poeta griego Filomeno fuera encerrado en unas canteras abandonadas que servían de prisión por haber expresado una opinión desfavorable a unos versos que aquél compusiera.
Llamado poco después para ser consultado acerca de otros versos de Dionisio, manifestó por todo comentario:
- ¡Llevadme de nuevo a las canteras!
Epitecto, filósofo de Frigia (Asia Menor), servía en Roma como esclavo de Epafrodito, liberto del emperador Nerón. En cierta ocasión, su enfurecido amo le retorcía una pierna con un instrumento de tortura.
- ¡La vas a romper! le advirtió el filósofo
Y como se cumpliera su predicción, añadió Epitecto con admirable estoicismo:
- ¿No te lo dije?
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