lunes, 24 de junio de 2013

Leonardo Da Vinci, (1452 - 1519)

Esta página está dedicada a Leonardo Da Vinci, (1452 - 1519) pintor y hombre de ciencia italiano. Uno de los artistas de más vasta erudición que hayan existido. Entre sus oficios están: pintor, escultor, músico, matemático, naturalista, mecánico y arquitecto. Generalmente es bien conocido por el retrato de “La Gioconda” y “La Ultima Cena” ( y mala y pésimamente por el libro-película especulativo “El código Da Vinci”). También abordó la escritura; en ella, Leonardo no es ciertamente lo que suele llamarse un autor fácil. En todo caso, hay que reconocer que no es un autor fácil de traducir. 
Sin contar las formas y giros dialectales que dan sabor a su prosa pero oscurecen a veces el sentido y su olímpico desprecio por la gramática y la retórica, la originalidad de muchas de sus geniales ideas alterna -hay que confesarlo- con la copia casi literal de pensamientos ajenos y con pensamientos propios de escasísimo valor. 



Aforismos

- Los ambiciosos que no se contentan con el beneficio de la vida y la belleza del mundo, tienen por castigo el no comprender la vida y el quedar insensibles a la utilidad y belleza del universo.

- Demetrio solía decir que no hay diferencia entre las palabras y la voz de los tontos ignorantes y los ruidos del vientre que provienen del exceso de gases.

- Cuando la obra satisface al juicio, es una triste señal para el juicio; cuando la obra supera al juicio, éste es pésimo, como ocurre cuando alguien se maravilla de su trabajo; pero cuando el juicio supera a la obra, he ahí un signo perfecto; y si un joven se halla en tal disposición, llegará sin duda a ser un excelente artista, aunque sólocompondrá pocas obras, pero llenas de cualidades que detendrán a los hombres para admirar sus perfecciones.

- Quien discute alegando la autoridad, no aplica el ingenio, sino más bien la memoria.

- Comer con desgana convierte el alimento en repulsivo manjar. Así, el estudio sin voluntad malogra la memoria, que no retiene entonces nada de lo que toma.

- Una ciencia es tanto más útil cuanto más universalmente pueden comprenderse sus producciones; y, al contrario, lo serán menos en la medida en que éstas sean menos comunicables.


- Nuestra mente abandonada a sí misma nos engaña.- No hay cosa que nos engañe más que nuestro juicio.


Fábulas 

La piedra

Una piedra de buen tamaño, cubierta por el agua hasta hacía poco, se mostraba sobre un lugar elevado, en el límite de un bosquecillo deleitoso y junto a un áspero camino. Rodeábanla hierbas y
diversas flores de bellos colores, pero al ver las muchas piedras que debajo de ella estaban desparramadas en el camino, entróle el deseo de dejarse caer sobre ellas, diciéndose a sí misma:
-¿Qué hago yo aquí con estas hierbas? Es en compañía de estas hermanas mías donde deseo instalarme.
Y, dejándose caer en efecto, fue a terminar en medio de ellas su caprichosa trayectoria. Pasado algún tiempo, las ruedas de los carros, los pies de los viandantes, las patas herradas de los caballos, empezaron a darle continuo trabajo, y revolcada en el fango y pisoteada, cubierta de estiércol, dirigía vanamente su mirada hacia el lugar de solitaria y tranquila paz que había abandonado.
Así acontece a los que, alejándose de la vida solitaria y contemplativa, vienen a vivir en las ciudades y entre gentes llenas de infinitos vicios.

El ligustro y el mirlo

El ligustro sentía en sus delgadas ramas, cargadas de frutos nuevos, las heridas que le causaba con sus garras y su pico un importuno mirlo; y lo acusaba con dolientes quejas, pidiéndole que, ya que le robaba sus delicados frutos, le dejase al menos las hojas que lo defendían del quemante sol, y no lo descortezase, desnudándolo con sus agudas uñas, de su tierna piel. A ello contestó el mirlo con grosera aspereza:
-¡Calla, vil arbusto! ¿Ignoras que la naturaleza te manda estos frutos para mi nutrimiento? ¿No sabes que si estás en el mundo es para alimentarme? ¿No prevés, villano, que en el próximo invierno harán fuego con tu leña?
Palabras todas éstas que fueron pacientemente escuchadas por la planta, aunque no sin lágrimas. Poco tiempo después, el mirlo fue cogido en una red y los cazadores cortaron algunas ramas para construir una jaula donde encarcelarlo, siendo casualmente elegidas para formar el enrejado de la jaula algunas flexibles varas del ligustro. Cuando éstas observaron que eran causa de la pérdida de libertad del mirlo, festejaron el caso, dirigiéndole estas palabras:
-¡Oh mirlo! ¡Aquí estamos, no consumidas aún por el fuego, a pesar de tus pronósticos: te vemos a ti preso antes que tú nos veas quemadas!

El perro y la pulga

Un perro dormía sobre la piel de un cordero capón, cuando una de sus pulgas, sintiendo el olor de lana grasienta, juzgó que allí encontraría mejor vida y más abrigo de los dientes y las uñas del perro de cuya sangre se nutría; y sin pensarlo más abandonó al perro y se introdujo en la espesa lana. Quiso, primero, con sumo trabajo, llegar hasta las raíces de los pelos; pero, tras mucho
sudar, vio lo inútil de su empresa, porque estos pelos estaban tan apretados que casi se tocaban, y no había sitio entre ellos para atacar la piel. Después de mucho trabajo y fatiga, resolvió finalmente volver a su perro, y como éste se había ido entretanto, la pulga, quejosa y arrepentida, acabó por morirse de hambre.

El ratón, la comadreja y el gato

Estando el ratón asediado en su pequeño albergue por una comadreja que esperaba, vigilante, el momento de matarlo, veía, a través de una estrecha rendija, a su peligroso enemigo. Entretanto, llegó el gato, cogió a la comadreja y la devoró enseguida. El ratón entonces, después de sacrificar unas cuantas nueces a Júpiter, le dio las gracias efusivamente, pero habiendo salido de su cueva para gozar de la libertad que había perdido, las feroces uñas y los dientes del gato le privaron luego no sólo de la libertad, sino también de la vida.

La araña y el racimo de uvas

Una araña, habiendo hallado un racimo de uvas, que por ser muy dulce eran visitadas por muchas abejas y diversas clases de moscas, creyó ser éste un sitio muy a propósito para sus emboscadas. Bajó, pues, a lo largo de su hilo sutil, hasta su nuevo puesto; y allí, por entre los intersticios de los granos de los racimos, asaltaba como un ladrón a los pobres animales, que no sospechaban su presencia. Pero pasados pocos días, los vendimiadores arrancaron el racimo y, junto con otros y con la misma araña, lo majaron. Y así el racimo fue lazo y engaño de la engañadora araña, como de las engañadas moscas.


El halcón y el pato

El halcón, no pudiendo soportar con paciencia que el pato huyese de él, escondiéndose bajo el agua, quiso, imitándolo, perseguirlo también bajo el agua; pero humedecidas sus plumas, no pudo remontar el vuelo y pereció ahogado, mientras el pato, remontándose en el aire, se burlaba de él.

La ostra y el cangrejo

En la época del plenilunio, la ostra se abre cuanto puede; el cangrejo, introduciéndose entonces un guijarro o una astilla, que le impide cerrarse, la devora. Tal ocurre a quien abre la boca y dice su secreto para provecho del malintencionado auditorio.


Chistes

De un fraile y un mercader.

Los hermanos mínimos acostumbraban observar la cuaresma en sus conventos absteniéndose de comer carne; pero cuando van de viaje, como viven de limosnas, les está permitido alimentarse de todo lo que les ofrecen. Entrando pues, en una posada dos de esos religiosos, en compañía de cierto mercachifle, se sentaron los tres a la misma mesa. Les sirvieron, como único manjar, un pollo hervido, que otra cosa no había disponible en la mísera posada. Viendo el mercader que este único plato apenas bastaba para él solo, se volvió a los religiosos y les dijo:
-Si mal no recuerdo, vosotros no coméis en vuestros conventos y en días como éstos, ninguna clase de carne.
A estas palabras los religiosos, de acuerdo con su regla, hubieron de contestar sin ambages, que tal era la verdad, con lo que el mercachifle, muy satisfecho, se comió el pollo; y los hermanos tuvieron que conformarse como pudieron.
Partieron luego en compañía y sucedió que después de andar un trecho, llegaron a un río de bastante anchura y profundidad. Como los tres iban a pie -los hermanos por pobreza, y el otro por avaricia- fue necesario para comodidad de la compañía, que uno de los frailes se descalzara y cargara sobre sus hombros al mercachifle, y así lo hizo, dándole a guardar sus zuecos entre tanto.
Cuando el fraile se encontró en la mitad del río, le vino a la memoria una de las reglas de su orden, y este nuevo San Cristóbal, alzando la cabeza, preguntó al hombre que cargaba:
-Dime, antes de seguir adelante, ¿llevas contigo algún dinero?
-Sin duda -contestó el otro-; ¿puedes pensar, acaso, que un mercader como yo emprenda viaje en otras condiciones?
- ¡Cuánto lo siento! -exclamó el fraile-; nuestra regla nos prohíbe llevar dinero encima.
Y sin más, lo arrojó al agua. Comprendió entonces el mercader que ésta era la alegre venganza de su mal proceder, y sonriendo pacíficamente, con rubor y vergüenza la soportó.

Respuesta de un pintor

Preguntaban a un pintor por qué, mientras sus figuras -cosas muertas, al fin- eran tan bellas, sus hijos eran, al contrario, tan feos.
-Es -contestó el pintor- porque mis pinturas las hago de día y mis hijos de noche.

A un amigo maldiciente

Cierto sujeto dejó de tratar con un amigo suyo porque lo oía con frecuencia hablar mal de sus propios amigos. Dolido éste de ver al otro olvidarse de la gran amistad que los uniera, y habiéndole preguntado cuál era la causa de su nueva actitud, respondió aquél:
- He resuelto romper mis relaciones contigo, porque no quiero que, cuando hables mal de mí, que tanto te estimo, dejes una triste impresión en los que te escuchen. Mientras que, no viéndonos ya juntos, supondrán que nos hemos vuelto enemigos, y así cuando murmures de mí, según tu costumbre, no te reprobarán como lo harían si continuaran creyéndonos amigos.

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