A falta de otra cosa, contamos una vez en nuestro periódico, la aventura de un desventurado que, según nuestro relato, para poner término al infernal estr5épito de unos gatos, se había encaramado en camisa en el tejado la noche del 31 de diciembre, provisto de zapatos viejos a guisa de proyectiles. Después de haber continuado la caza airadamente sobre siete u ocho tejados, el hombre se había resbalado por un tragaluz y había caído en una habitación desconocida, de la que escapó perseguido por un hombre espantado, teniendo que ocultarse tras una chimenea y esperar el alba tiritando, con el miedo de que la policía lo descubriese y le descerrajase un tiro.
El episodio era pura invención, y al héroe se le había dado un nombre muy común: el de Pérez; pero una semana después, entró en la redacción un anciano caballero, en cuya fisonomía se pintaba formidable ingenuidad.
Se llamaba Pérez, vivía en una casa cono la descripta en el cuento, y venía a declarar que la anécdota era completamente falsa y extremadamente ofensiva para él.
- Cuide mucho, querido señor le dijimos, mirándolo fríamente-; cuide mucho de cómo habla. Conocemos a fondo todas las circunstancias del hecho. ¿Querría Ud. negar, acaso, que ha andado a zapatazos con aquellos gatos?
- ¡Nunca! ¡Nunca! exclamó Pérez. En mi vida he estado sobre ningún tejado en camisa.
- Y nadie ha dicho que Ud. haya estado. ¿Quién ha oído hablar nunca de tejados en camisa? Sería un tejado muy raro, por cierto.
- Quiero decir replicó Pérez- que no es verdad que yo haya saltado de la cama en camisa.
- Tampoco encontrará Ud. eso en el periódico. ¿Dónde hay camas en camisas?
-¡Por favor! objetó Pérez- Lo que quiero decir es que nunca he pegado a los gatos en camisa.
- Y se comprende, querido señor. Y, ¡ojalá no tenga Ud. nunca que tratar con gatos en camisa, ni siquiera en pantalones!
- Pero, ¡Pardiez! imploró Pérez, esforzándose por permanecer tranquilo- Ustedes han escrito que yo he salido al tejado con mi camisa solamente para espantar a los gatos.
- Dispense Ud. Nosotros no hemos dicho que Ud. se haya puesto la camisa solamente con ese objeto, ni menos nos hemos metido en si la camisa era o no la suya. Por lo que sabemos de ella, podría ser hasta la camisa de Mahoma.
- Pero si, según ustedes, yo he puesto en fuga a los gatos con zapatos viejos.
- Nosotros no hemos hablado de gatos con zapatos.
- ¡No quieren entenderme! aulló Pérez exasperado Nunca jamás he tenido que hacer con gatos en los tejados, ni he tirado zapatos en camisa.
Señor Pérez, ¡seamos formales! Si puede Ud. indicar un párrafo del periódico en que se le acuse de poner camisas a los zapatos para tirarlos a los gatos, estamos prontos a escribir una apología de cuatro columnas y, además, cuando muera, le haremos un monumento. Usted no puede ser capaz de semejantes extravagancias… ¡Oh, no!
- ¡Bribones! rugió Pérez- Yo les digo que todo el maldito relato de la caza gatuna y del tirar zapatos, y del quedarme en el tejado pegado a la chimenea para estar caliente, es una calumnia descarada.
- ¿Y para qué pegarse a una chimenea sino para calentarse?
- Yo no me he pegado a la chimenea. Yo no he visto acabar el año sobre el tejado, pegado a la chimenea.
- Pero, vea Ud., señor Pérez, vea Ud. ¿?Cuándo hemos dicho nosotros que el año haya concluido sobre el tejado, pegado a la chimenea? Usted desvaría, señor Pérez.
- ¡Basta! ¡Lo veremos! gritó Pérez furibundo- ¡Yo no he tirado zapatos! ¡Nada es vereda! ¡Toda la noche he estado en la cama! ¡Quiero un a rectificación! ¡Quiero una rectificación!... sí, ¡los acuso de libelistas! ¡Los acuso, los acuso!
Ahora bien, el jefe de redacción puso una nota sobre el escritorio de cada uno de los redactores, pidiéndoles que en lo sucesivo se cuidaran mucho de frenar un poquito más la imaginación cuando de la tipografía avisasen que falta material
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