lunes, 24 de junio de 2013

Reflexiones de un ciclista: “Los perros de La Cava” - Por Ezequiel Feito

Esta mañana fui en bicicleta a un lugar que desde hace algún tiempo llaman “La cava”. Mientras me iba acercando, pensé que probablemente mucho tiempo antes eso era tierra de nadie. Lo imaginaba como un chato y a veces anegadizo y pedregoso terreno, salpicado por algunos montes de curros, junto con dos o tres enfermizos árboles que a las perdidas hacían de paisaje y en cuyos duros pastizales se escondían las más variadas alimañas del lugar: víboras, cuises, vizcachas, zorros y vaya a saber qué más.

El tiempo lo convirtió en una tosquera y más adelante, gracias al desnivel hecho por tantas camionadas, hicieron de él uno de los tantos basurales que tiene la ciudad.
Ni siquiera tiene un cartel que indique su ubicación en el mapa, al igual que uno de esos escandalosos parientes que siempre se evitan y a los que no se llaman ni para los velorios.
Esto es tan común que ni siquiera llama la atención, porque a la larga, las calles de tierra que la rodean forman un monótono laberinto siempre útil para hacer desaparecer lo que uno no quiere ver, de forma tal que nadie que no sea un buen baqueano puede ir (y volver).

Lo más extraordinario es la proximidad de éste con el cementerio: Tres o cuatro cuadras separan estas dos síntesis o alegorías cuya cercanía no creo casual.

En cierto momento detuve la bicicleta cerca de una construcción vacía y bastante endeble. Había mucha basura desparramada y el no muy prolijamente entoscado y nivelado camino, hacía más inaccesible el lugar. Un par de árboles trataban, sin poder lograrlo, de pintarrajear con un poco de verde y a pocos metros, cayéndose a pedazos, estaban otras casas prudentemente abandonadas.

De repente oí una multitud de furiosos ladridos. Una jauría de 20 o 30 perros comenzaban a venírseme encima. Sé que aquí comúnmente pasa eso y que ciertas personas, tanto como para hacerse amigas como para no ser atacadas, les dan comida prolijamente acomodada en bolsas o cajas. Sólo de esa forma pueden estar entre ellos sin problemas o simplemente no ser molestadas cuando pasan por esos lugares. El axioma nunca falla:
“Tanto la comodidad como el estómago hacen buenos amigos”.  Pero como por desgracia casi nunca llevo nada, opté por dar la vuelta antes de ser atacado.

Mientras iba tomando distancia recordé haber leído que alguien había dicho que estaban tratando de hacer caniles para perros abandonados en tres o cuatro terrenos de nuestra ciudad. Caniles que, construidos con cierto descuido, poco le costarían a la municipalidad. La baja calidad de los materiales con que se realizan esas obras, (que comúnmente al poco tiempo se rajan o se rompen en alguna parte) sumado a la ubicación que se les asigna, les da un costo político infinitamente menor que cualquier promesa incumplida, pero hecha recordar vaya a saber por quién y por qué motivos al pueblo.

Cuando de una vez por todas estos perros vayan a parar definitivamente a esos lugares dejarán de escandalizar a las buenas personas, tal como lo hacían antes cuando se paseaban libremente entre ellas.
Esto hará que muchos vivan más tranquilos al saber que van a estar bien lejos e imposibilitados de vagabundear por la zona sana del pueblo, del comercio y de los privilegiados paisajes que éste ofrece a propios y a turistas.
A pesar de los pésimos servicios sanitarios y la continua exposición a problemas y enfermedades, estos perros, ya sea por inacción, comodidad o ignorancia, nunca saldrán de allí; y si alguna vez, por alguna causa no prevista, alguno escapase para ver qué hay más allá sólo será para volver forzosa o forzadamente. Además, mediante una discreta ayuda, comidas baratas y cierta esterilización programada, poco a poco irán reduciéndose o desapareciendo hasta que otros ocupen los lugares vacantes.
Es reconfortante saber que debido a las circunstancias por las que está pasando nuestro pueblo, tarde o temprano nuestros gobernantes deberán tener este proyecto dentro de sus más urgentes prioridades y que los fondos que tan generosamente comparte la provincia, pronto serán destinados a una obra que hace mucho tiempo tendría que haber estado terminada.

No sé por qué cuando me di vuelta para ver si me seguían, observé atentamente a uno de ellos. Hasta ese momento, nunca me había dado cuenta que los ojos de los perros y los de las personas fueran tan, pero tan exactamente iguales.

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