YA VOY A VER QUÉ HAGO
¿Será posible? Si me quedé en la casa fue porque estaba cansado. Ayer manejé toda la noche y encima hoy tengo que ayudar en la descarga. Quise dormir la siesta porque estaba reventado, no podía ni moverme. Y encima ella se pone a gritar. Siempre chillando por algo y eso que la ayudo. A veces, hasta lavo los platos. Me ocupé de pintar, compré el sillón para sentarnos todos juntos a mirar la tele. Le traje el lavarropas y un tocadiscos y cuando lo enchufó cantaba y bailaba. Pero, últimamente, lo único que hace es gritarme. Con el otro no se hacia la loca. La nena me contó que, cuando se peleaban, la fajaba sin asco, que por eso lo dejó. Después de todo, yo no le pego nunca. Bah, uno o dos cachetazos, cuando se desubica, pero fueron dos o tres veces, nada. La nena me dijo que el padre era medio loco, se mamaba todos los días y les daba miedo a los tres. Así que ahora está mejor, tiene que estar contenta. ¿Por qué me tiro con la plancha? ¿Y si me pegaba? Yo nunca le tiré con nada, una piña dolerá un poco, pero nada más. Con la plancha me podía lastimar y ¿me lo merezco yo? Con lo bueno que soy, con ella y con los chicos. ¿Qué pueden decir? El nene me quiere mucho, cuando llego viene corriendo a saludarme. Papá me dice, así que se ve que no tiene problemas. Con la nena igual, siempre me ceba mate, me cuenta del colegio. Cuántas veces se los saqué de las manos a ella, que por cualquier cosa los quiere reventar. Y todavía tiene el coraje de decirme bestia a mí, ¡y rasguñarme! Es una yegua, envidiosa, de mierda. Si quiere que los pibes sean iguales con ella, que los trate bien, que les converse, que los vaya a ver cuando están en la cama, que les haga cosquillas, que les dé besos, pero no. Ella, con los chicos, lo único que sabe hacer es gritar. Con ellos y conmigo, que ya estoy repodrido ¿Y por qué la tengo que aguantar? Si hay como tres minas del barrio que me dan una bola bárbara. Y además las que me llaman en la ruta, aunque con esas lo que vale es tener guita y así cualquiera. A veces las subo porque ella en la cama; cuando quiere, todo sencillito y rapidito. ¡Un bofe! Y yo soy hombre, tengo derecho, hasta el pastor se lo dijo. Ella tiene que decir siempre que sí. ¡Y ahí esta! Yo no la obligo. Si no quiere me doy vuelta y chau. No la cargoseo para nada, y ella, dale con gritarme degenerado ¡Mirá si yo fuera como el Augusto que a la Nené la vende por veinte pesos! Y ojo con decir nada. Y bien que se la banca como una duquesa. Y ella todavía se queja, que esto, que lo otro, que lo de mas allá, ¿Qué se piensa?, ¿Que yo soy de madera? Lo único que sabe es mirar la tele, y siempre las mismas boludeces, Tinelli, las novelas, los gordos de mierda. Todo el día con el televisor prendido y la casa llena de mugre, la ropa a la miseria. ¡Y la comida de mierda que hace! Yo mi trabajo lo hago, y bien que me mato para que no les falte nada. Y no es chiste aguantar al cabrón del capataz que me tomó como chofer y me hace cargar bolsas y no puedo ni parar para tomar agua. Y me lo banco, porque no hay laburo y si lo tengo, hay que cuidarlo. Gano bien, comemos bien. Y me alcanza para que salgamos y todo. Así que no me quejo, no soy como ella. Siempre con bronca. No valora nada. No se da cuenta de lo que tiene. Hijo de puta me dijo. Me lo gritó en la cara y yo reaccioné ¿Que quería? ¿Que se piensa? ¿Que tengo agua en las venas? Yo no la insulté nunca. A veces una puteda, pero insultos así, nunca. Y yo estuve bien, le advertí, le pedí que no me gritara, pero nada. Estaba desatada, loca ¿Y yo? Como un duque, bueno, por lo menos hasta que me tiró la plancha, y eso fue mucho ¿quien se aguanta una cosa así? Yo soy hombre, ¡qué joder!, ¿Y por qué tanto quilombo? La nena con once años y tan grandota como es, en cualquier momento la vacuna algún turrito. Conmigo está contenta, papi me dice. Y guarda que estuve bien delicado. La manoseé como un mes antes de hacérselo. Y a la final, lloraba al pedo ¡si estaba caliente como una pava! Ni sintió nada. Y nadie se enteró de nada. Al nene no lo toqué nunca, no soy ningún degenerado ¡Tanto escándalo al pedo! Claro, el chico la vio tan loca que se enloqueció también. Y dale a gritar junto con ella. Y la nena que lloraba mientras se ponía la ropa. Y la gorda que se me tiró encima y me rasguñó todo. Y el mocoso desagradecido que me pegó en las bolas. Y la nena, que en vez de defenderme, me gritaba que me fuera. Y ahí vino el planchazo, ¡y estaba caliente! que cuando la agarré me quemé la mano. Y a lo mejor me puse loco por la quemadura. Y cuando quise acordar les pegaba a los tres con todas las ganas. Y las cabezas se abrían como las granadas que traje la vez que fui a llevar una carga al Tigre. Y ahora no sé qué hacer, los tres tirados ahí y la sangre por todo el piso. Y ese olor dulzón, metálico, asqueroso.
Ya tendría que haber salido para el corralón si quiero llegar temprano. Lo primero es llegar en hora. Al laburo hay que cuidarlo. Ninguno de los tres se va a mover de donde cayeron, después ya voy a ver qué hago. Las cosas apuradas salen mal. Lástima la nena, yo soy bueno. Les pegué porque me puse un poco loco, pero bueh, hay tiempo. El mundo no se me va a terminar esta tarde.
CAMINATA
La gente, acorralada por el clima, estira sus días frente al televisor, en el calor de sus casas. La noche no es de las mejores para caminar por gusto, con el aire helado que corta la cara como un cuchillo y la sal que sopla el mar y se siente en los labios resecos. Casi todas las noches, desde que vivo en Mar del Plata, recorro un sector de la costa. La barranca que empieza en el puente flamante, los mástiles y el paseo costero que reemplazó a las piletas, un poquito más allá y más arriba, al final de la escalera de piedra, las luces en sordina de algún café, tramposo a estas horas, y tibio siempre.
Por acá caminábamos con Julia, el mismo lugar, distinto escenario. Sin rozarnos, inventando charlas falsas que terminaban abruptamente, tan pronto como bajábamos los primeros peldaños de la escalera que llevaba a la playa, momento en el que quedábamos a salvo de la férrea vigilancia de su madre, que ahora, frustrada, se desesperaba por vernos, erguida en el balcón del departamento que alquilaban y desde el que miraba ese pedacito de costa al cual bajábamos:
“A tomar un poco de aire mamá, total vos nos ves desde acá”.
La primera noche solo pudimos hacer aquello que la señora legalizaba con su mirada, tiránica e insensible de la que nos libramos, únicamente, en el breve recorrido del ascensor. Y que alcanzó, apenas, para un beso fugaz.
A la mañana siguiente medí, con precisión de geometra, el panorama que abarcaba la ventana del tercer piso, recorrí cada baldosa y estudié cada recoveco; hasta descubrir el ángulo muerto de la escalera. Aseguré el hallazgo con la complicidad de Julia que comprobó mis observaciones desde la atalaya materna. Quedó convencida de la impunidad de nuestros encuentros, cuando desaparecí al abrigo de las piedras.
Volví a Buenos Aires diez días después que Julia y lo primero que hice fue llamarla. Tres veces lo intenté, hasta que logré hablar con ella, y solo para saber, en cuanto escuché su voz, que todo era diferente. Nos saludamos, dije y me dijo un par de frases vacías de todo y cortamos, sin adioses, un simple:
“Chau, nos hablamos”
Nuestros días habían pasado.
Julia se fue perdiendo en otras caras, otros cuerpos y otros subterfugios. Al final de ese verano empecé la facultad. A nadie se le ocurrió organizar la despedida del mundo que conocíamos, pero claro; nadie nos avisó que se terminaba en ese 1976.
Po esos días, vivíamos lo que solo puede soñarse. Nos enfrascábamos en largas discusiones políticas, estudiábamos poco, reíamos mucho, entrabamos al cambio rodeados de mujeres militantes y liberadas, ¿Qué otra cosa valía la pena?
Siguieron tiempos difíciles, estábamos bajo vigilancia, y un mal paso era el último, pero en esa gran ruleta rusa, la pistola que me tocó, no estaba cargada
Cuando la función llegó a su fin, los buenos no habían ganado, y por el escenario desfilaron héroes de pañolenci, que saludaban, apropiadamente serios y ceremoniosos.
Quise saber lo que siempre supe, y me perdí en miles de nombres que busqué con la esperanza de no encontrarlos.
Desde uno de los tantos paneles, Julia me miró, gris, seria y borrosa. Había desaparecido en Mar del Plata, tres años antes del final.-
Subo la barranca que bordea la playa, el viento redobla su esfuerzo. Cuando llego a la escalera de piedra; saludo con un gesto disimulado.
Julia debe estar mirándome, oculta en los escalones que llevan a la playa, a salvo de la mirada de los que vigilan.
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