lunes, 24 de junio de 2013

Poesías del libro “El Testamento de un suicida”, de Martín Fisicaro

He llegado a la cima de todas las humanas expectativas,
al pináculo de las aspiraciones de los dormidos.

Soy, el que desciende apagado por la montaña,
viendo como los ciegos persiguen sus deseos.
[Creen que allí, en la cima, serán felices]

Cierro mi boca para no dejar escapar el humo,
de mis sueños incendiados.

. . .

Maldito cuerpo sediento de amarres,
si me suelto nada importa...

Me arropo de sombras para no cegarte.
Soy espejo para que veas lo que quieras.
Mi cruz son las mentiras que quieres escuchar.

Profeta de lo que vale en esta vida,
pero debo guardar mi Luz en una cesta bajo siete llaves.
Por eso me hago y me quemo.

Debo de estar muy en el fondo del mar.

[Odio eso momentos en los que el sueño
se escapa por entre mis ojos abiertos]

. . .

Hoy me siento solo,
mis amigos vagan a kilómetros de mi.

Hay revelaciones que elevan el alma,
alejando a nuestros seres queridos.

La Sabiduría de lo no-sabio.

Mis Maestros están muertos,
sus escritos me cobijan y me dan calor.

- pero no es igual, nunca es igual-

Hoy, me siento sólo,
las cosas que pienso y que leo
me alejan de las mentes que frecuento  y quiero.

Entre la soledad de lo Sabio
y la comunidad de lo Ignorante...

La Risa

. . .

La ilusión es el resabio de aquel Narcisismo primigenio,
la ilusión es el anhelo en el cuerpo de ser aquél dios.

El hombre vive encadenado a ilusiones,
vanas quimeras.

Vive esperando encontrar en aquellos espejismos
el cierre de si mismo, la Conclusión.

La ilusión es el secreto deseo de llenar nuestros agujeros,
nuestros vacíos.

En las baratijas objetales no se encuentra
la felicidad.

El hombre muere sin ilusión,
pero la ilusión es, sin duda, uno de los disfraces de la muerte.

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