miércoles, 19 de octubre de 2022

CONCURSO LITERARIO NARRATIVO “CONTATE UN CUENTO XV” Declarado de Interés Educativo por el Ministerio de Educación de la Nación res 1275/se

 

Participante destacado por el jurado categoría A 

Las palabras mágicas del marinero 

de Benjamin Marco Scarabino Y Delfina Diaz  alumno y alumna  del Colegio San Esteban de San Carlos de Bariloche

Esta historia se remonta al año 1878 en la costa atlántica de España. Mientras el capitán Calderón, un hombre anciano, con experiencia en la navegación, pelo cano y de actitud clasista, daba la orden de embarcación, uno de los marineros, fuerte, de gran porte y experimentado, cargaba las cosas en el barco y el otro, de bajo recursos, débil y gran corazón, alistaba todo en la proa. En cuanto todo estuvo listo, comenzaron a navegar.

Al llegar la hora de la cena, se reunieron en la mesa. Luis Asenjo, sacó de su bolso un plato de pollo al disco. El capitán, un plato de asado. Mientras que el otro marinero, Raúl Hernández, sacó un simple plato de caldo. El capitán comenzó a reír y a humillarlo por no tener un buen plato de comida. El otro marinero preguntó con seriedad:

- ¿Cuál es la gracia de eso, señor? -  Y le ofreció un poco de su comida. Luego de eso nadie más habló.

A la mañana siguiente, arribaron a una isla a buscar provisiones. Más tarde se dieron cuenta de que el tesoro se encontraba en esa isla. El capitán y los marineros comenzaron a buscar desesperadamente.

Al llegar el anochecer, los marineros decidieron dormir fuera del barco. Luego de comer, cuando ya iban a dormir, el capitán y Asenjo se cambiaron de ropa. Hernández no había cambiado su vestimenta, a lo que el capitán, entre carcajadas preguntó:

- ¿Tampoco tienes ropa para cambiarte?

- No, señor.

Asenjo, en un tono empático y reflexivo, improvisó:

- No debería comportarse así con la tripulación, capitán. Debería ayudarlo.

- ¿Por qué debería ayudar a un hombre pobre como él?

El silencio volvió a ser el protagonista. Luego de unos minutos, Asenjo le prestó un poco de su ropa al otro marinero.

A la madrugada del día siguiente, los dos marineros se fueron a buscar el tesoro. Luego de un rato, Hernández encontró el tesoro. Los marineros fueron corriendo a despertar al capitán para contarle la gran noticia.

Calderón, asustado por los gritos de los marineros, despertó, y con los ojos entreabiertos contempló a Hernández, con el cofre en las manos.

Llegado el mediodía, era hora de repartir el tesoro. Las reglas ancestrales ordenaban que quien encontrara el tesoro, era quien se quedaría con su mayor parte. Pero poco sabía Hernández de reglas y mucho de justicia. Comenzó a repartir y dio a toda la misma cantidad de monedas de oro. El capitán sorprendido con la actitud preguntó:

- ¿Por qué repartes a todos la misma cantidad, si te traté mal y tú lo necesitas más?

- Porque nadie merece menos, todos valemos lo mismo- dijo Hernández amablemente.

El capitán quedó sorprendido y aprendió una lección.

Luego de esto, marcharon al barco nuevamente. Volvieron al continente, y desde ese momento, el capitán cambio su forma de ver el mundo.

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