Mención de honor Categoria D – Educación de Adultos
“El beso eterno” de Romina del Valle alumna de la EEPA 702 “Perito Moreno”
Años atrás…en un pueblo llamado Smith, vivía Juliana junto a sus padres y sus tres hermanos varones, con quienes compartió toda su infancia. El pueblo era un lugar tranquilo, todas las personas se conocían y se ayudaban unas a las otras.
Durante días las lluvias no cesaban, los sembradíos estaban arrasados por el agua, los caminos eran intransitables. A la semana, el sol comenzaba a alumbrar, y parecía que todo se acomodaría de a poco.
La pequeña Juliana estaba jugando felizmente con sus hermanos en el patio de la casa, mientras su madre cocinaba. De fondo el teléfono comenzó a sonar, inmediatamente Claudia, su madre, atendió, del otro lado se escuchaba la voz de la abuela Rosa. Parecía que algo no andaba bien.
Fue en ese momento que la cara de Claudia cambió completamente, la abuela había llamado para decir que el abuelo Rodolfo estaba muy enfermo. Mamá comenzó a impacientarse, llamó varias veces a papá que estaba en el campo trabajando para que viniera a la casa.
La espera se hizo larga, la tarde comenzaba a caer, solo se escuchaba el croar de las ranas, eso indicaba que volvería a llover. De pronto llegó papá y nos encontró a todos muy tristes, al vernos se dio cuenta de que algo andaba mal.
Sin pensarlo todos ayudamos a prepararnos, sabíamos que la lluvia se aproximaría de vuelta, cargamos lo esencial en el auto y partimos a la casa de los abuelos. Los caminos aún estaban rotos, llenos de barro y agua, fue una gran travesía.
Viajamos una hora. El viaje se hizo eterno, nadie hablaba, todos estábamos muy preocupados. Al fin llegamos al lugar donde estaban los abuelos, nadie podía creer como habíamos hecho para poder llegar, pero nada fue un impedimento para papá.
Junto a mis hermanos estábamos muy felices de ver a nuestros abuelos, pero la inocencia no nos permitió darnos cuenta que el abuelo Rodolfo no estaba nada bien. Pasaron varios meses, el abuelo estaba muy enfermo, solo quedaba que él fuera feliz en sus últimos días.
Una tarde de mucho sol, el abuelo “Rodi” así lo llamábamos le pidió a mamá que nos llevará al hospital donde estaba internado. Fuimos hasta el lugar, ya no era el mismo, no era el abuelo que conocíamos con mis hermanos, la enfermedad lo había consumido, pero lo que realmente nos importaba era verlo, sentir su presencia y su calidez. Él también quería vernos, abrazarnos y darnos un beso eterno a cada uno de nosotros. Fue un momento único, los ojos de él se cristalizaron. Luego le pidió a mamá que nos lleve a la plaza a jugar y que nos compre algo rico, ya que el día estaba hermoso y debíamos disfrutarlo.
Compramos unos refrescos y unas golosinas, jugamos un buen rato. Ninguno imaginó que mientras nosotros disfrutábamos en la plaza, nuestro abuelo había pasado a la eternidad.
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