miércoles, 19 de octubre de 2022

CONCURSO LITERARIO NARRATIVO “CONTATE UN CUENTO XV” Declarado de Interés Educativo por el Ministerio de Educación de la Nación res 1275/se

 

GANADOR CATEGORIA C – jóvenes de 16,17 y 18 años

“Era yo” 

de Valentina Galbán alumna de E.E.S.N°3 “Carmelo Sánchez” 

 

Despertar se me hizo una tarea difícil dado el sueño que me tenía atrapada. Era más bien una pesadilla. Estaba todo oscuro, no veía nada y sentía que estaba cayendo. Gritos, llantos y lluvia. Recuerdo sentir un extraño vacío, como si algo me abandonara. Sin embargo, al abrir mis ojos, mi habitación estaba igual a como la dejé, el sol entraba por mi ventana igual que siempre y mis fotos seguían colgadas del piolín que iba de un rincón a otro del techo.

Recuerdo cada uno de los momentos capturados en esas hojas, todos ellos representan una pieza distinta de mi vida que, al unirse, forman mi definición de felicidad. Fotos con mis amigas, con mi mamá, mis abuelos, tíos y primos, mi padrastro y Leo, quien es quizás algo más que solo mi amigo.

Escucho los pasos de mamá subiendo las escaleras y rápidamente me acomodo sobre mi costado dándole la espalda. De esta forma si tengo suerte puede que me deje dormir un rato más. Parece que funciona porque al entrar lo único que hace es suspirar antes de volver a cerrar la puerta.

Sabía que no iba a volver hasta dentro de un rato, entonces me pongo mis auriculares con la música lo más fuerte posible, hasta que se hiciera la hora de almorzar.

Transcurrido el tiempo, ya vestida y totalmente despierta, bajo las escaleras de casa justo cuando mamá cierra la puerta. Seguro fue a comprar las cosas para cocinar, pienso. Le sonrío cuando pasa delante mío, pero ella sigue como si nada. Llega a la cocina y deja todas las bolsas en la mesada, sin poder evitar que unas cuantas

verduras se le caigan. Voy a agarrar una planta de lechuga para lavarla (siempre es la primera verdura en lavarse), pero su mano intercepta el camino de la mía y la agarra primero. La miro confundida, tengo entendido que no hice nada para que ella se enoje, pero me da cosa preguntar y prefiero mantenerme callada. Directamente voy a la mesa y me quedo ahí paveando hasta que ella deja el plato con mi comida.

En ningún momento me pidió que ponga los vasos o cubiertos, o incluso que prenda el televisor. Raro.

Se sienta en la punta, justo a mi lado, y ahí puedo ver sus ojeras y sus ojos hinchados y rojos. Seguro Agustín volvió a llamarla anoche. Hacía días que ellos se habían peleado y ahora mi padrastro se había mudado a su departamento, ya no estaba con nosotras. Esto me está empezando a preocupar, costó mucho que mamá superará el engaño de papá, y era tan feliz y alegre cuando estaba con Agustín. Espero que puedan arreglar las cosas, pero si hay algo que aprendí en mis diecisiete años es que, cuando de un problema de adultos se trata, los adultos son quienes tienen que intervenir.

—¿Dormiste bien anoche, ma? —pregunto suavemente, aun sabiendo la respuesta.

Supongo que los llantos de mi sueño eran los suyos, en realidad. Mamá no me responde, sigue con la vista en su plato y comiendo compulsivamente su arroz. Yo la imito y permito que el silencio nos consuma, hasta que termino con mi comida.

Dejo mi plato en la cocina y voy a buscar mi mochila para irme a la escuela, le doy un beso a mamá y salgo caminando.

Al llegar la encuentro cerrada, me acerco a la puerta y leo el cartel impreso (el cual tiene una cinta negra pegada formando una "e" manuscrita): "Clases suspendidas por duelo" Frunzo mi ceño. ¿Por qué nadie me dijo nada? Vuelvo a casa pensando en millones de frases positivas para poder transmitirle paz a la familia que está pasando tal tragedia.

Subo las escaleras para ir a mi cuarto tras dejar mi mochila en la entrada, y cuando abro la puerta...bueno... puede que nada me hubiera preparado para verlo: mamá arrodillada en mi cama, con la foto en la que estamos ella, Agustín y yo poniendo cara de tontos. En realidad, solo nosotros estamos poniendo cara de tontos, mamá reía en su lugar. Tiene un encendedor prendido en la mano, pero no se atreve a acercarlo a la fotografía. Miles de lágrimas resbalan por su rostro, y yo no supe qué hacer.

Entonces Agustín llega, no tengo idea de cómo ni cuándo, pero de repente pasa junto a mí y se sienta despacio en mi cama. Lentamente toca la muñeca de mamá para bajar el encendedor, y luego, en voz baja dice:

—Sería una pena quemar un poco de su felicidad, Cata...

Mamá lo mira y, poco a poco, suelta la foto. Se deja envolver por los brazos de Agustín y ahí fue cuando vuelvo a escuchar el peor sonido de mi vida: su llanto. Cierro la puerta y vuelvo a bajar las escaleras. Me siento en el sillón y me tapo con la manta de mamá. Tantas veces la había usado que ya tenía su olor impregnado. Vuelvo a sentir ese raro vacío en el centro de mi pecho, la acerco a mi nariz e inspiro profundamente su fragancia. Algo iba a pasar, lo sabía, pero no tenía idea de qué podría ser. Con la inevitable paz envolviéndome gracias a tal aroma, me quedo dormida.

Despierto en el asiento de atrás del auto de mi padrastro, mi mamá iba en el de acompañante con una carpeta en su regazo. Su mano y la de Agustín estaban entrelazadas, algo que me hizo eternamente feliz. Seguramente dormí todo el viaje, dado que llegamos al poco tiempo de haber despertado. Bajo del auto con mi madre y mi padrastro, pregunto en dónde estábamos, no obstante, no respondieron.

Camino detrás de ellos, entonces entiendo que estábamos en el cementerio. Me alegró un poco ver que íbamos  hacia la lápida de mi abuela, sabía que era raro alegrarse por algo así, sin embargo, su tumba es lo único que tengo de ella además de mis fotografías. Supongo que, de una forma algo retorcida, es bueno saber que todavía puedo visitarla en otro lugar que no sea mi memoria o mi habitación.

Aun así, mis padres no van hacia ella, tampoco  a la de mi abuelo. Se acercan a otra lápida; una que estaba justo a su lado, como si mis abuelos estuvieran cuidando al ser que yacía en ese lugar. Mi madre se arrodilla en la tierra, tapándome la dedicatoria en la piedra que no alcanzo a leer. Baja la carpeta y, aguantándose las lágrimas, habla:

—Hola, amor—el cuerpo entero al instante se me congela—, es muy pronto para venir a verte, ya sé. Pero este viaje será eterno y quiero hacerlo teniéndote a mi lado—inspira fuerte y abre la carpeta que llevaba consigo. Entonces saca cuatro fotos...

Mis cuatro fotos favoritas. Las cuatro tomadas por mí, con mi madre, con Agustín, con mis amigas y mis abuelos.

Quise protestar, pero su voz me interrumpe: —Pensé que, la mejor despedida y el mejor inicio para ambas en este camino sería que tengas tus más preciadas posesiones con vos...

Giro mi cabeza tan rápido que, de haberlo sentido, seguramente me habría dolido. Y ahí estaba el problema: no lo sentí. No sentí la comida en mi boca en el almuerzo, ni la piel de mamá al despedirla con un beso, tampoco sentí a Agustín chocar conmigo al entrar en mi habitación, cosa que sí o sí tendría que haber hecho, pues mi cuerpo cubría casi todo el marco de mi puerta. Y si vamos al caso... tampoco recuerdo haberme ido a dormir anoche. ¿Qué me pasó?

Sin poder creer lo que mi mente comenzaba a pensar, camino un poco más cerca de mamá, entonces la leí. Leí la lápida:

"Magalí Suárez

13 de agosto del 2000 -23 de junio del 2017

Amada hija, nieta, amiga y fotógrafa.

Siempre en nuestros corazones."

 

Mí lápida.

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