Mención de honor categoría C – jóvenes de 16,17 y 18 años
La casa de Fedito
de Martina Iñiguez alumna del Colegio Nuestra Señora de Fátima de Ramos Mejía
Conocí a Fedito y Leo el primer día del colegio por allá en 1966. Leo tenía seis años, Fedito todavía tenía cinco y yo tenía cuatro y medio, pero me habían pasado a primer grado de primaria porque decían que era superdotado. La verdad que, sí era inteligente, pero no creo que haya sido una buena idea meter a un nene de cuatro años en primaria.
Fedito, Leo y yo nos volvimos muy amigos al instante de conocernos. Amábamos ir a jugar a los jueguitos en la casa de Leo y adorábamos ir a patio de mi casa a jugar a la mancha y comer helados de agua frutales. Pero nunca íbamos a la casa de Fede, él daba diferentes excusas siempre.
_”No puedo, están remodelando mi casa.”
_”No puedo, mi abuela se está quedando en casa por unas semanas y no quiero molestarla.”
_”Mis papás están con mucho trabajo.”
A ese punto Leo y yo habíamos creado una teoría que decía que en la casa de Fede pasaban cosas locas, relacionadas a fantasmas y espíritus y que por eso no quería visitas. Aunque Leo insistía bastante en la idea de que Fede tenía un monstruo oculto en su casa.
En seis años de amistad Leo y yo nunca habíamos pisado la casa de Fedito, pero un jueves de 1972 salimos temprano de la escuela porque la profesora de química había faltado y ninguno de nosotros le habíamos avisado a nuestros padres para poder hacer lio por la ciudad solos y sentirnos grandes por un rato.
Después de que casi nos mordiera un pitbull por meternos a una propiedad privada, pensando que éramos copados, decidimos ir a alguna casa. Sabiendo de ante mano que Fedito no iba a querer poner casa, miré a Leo de manera inmediata y le dije que yo ese día no podía ponerla. Leo me dijo que él tampoco. Decidimos seguir dando vueltas por la ciudad sin meter la pata. Pero minutos después una tormenta horrible apareció empapando toda la ciudad. Fedito, por pena, por fin nos dio la gran noticia: finalmente podríamos ir a su casa, aunque nos pidió que no por mucho tiempo, y que solo nos quedaríamos hasta que dejara de llover. Enloquecidos por la situación, Leo y yo aceptamos la oferta.
Llegamos a la casa de Fedito y no era nada como lo esperábamos, era muy diminuta, no muy bien cuidada, cosa que nos parecía raro, por la gran cantidad de veces que Fedito nos había dicho que alguien estaba arreglando o remodelando la casa.
Dimos unas vueltas para verla con más detalle mientras nos secábamos y calentábamos en la estufa. En la casa vivía la abuela, aunque estaba bastante desorientada y no parecía estar muy cuerda.
Dando más vueltas por esa pequeña casa, Leo y yo encontramos una puerta con stickers de princesas pegados en él y un papel hecho a mano, con letra desprolija, pegado con una tirita de cinta que decía, “Paola” y un corazón al costado. Inmediatamente Fedito nos dijo bastante enojado que no entremos ahí. Se hizo un silencio extremadamente incómodo y extenso. Fedito nos miraba con cara de nervios y Leo me hacía ojitos como diciendo “Te lo dije”, pensando que habría algo extraño adentro.
El silencio se hizo muy largo y tenso así que lo romí preguntándole a Fedito de quién era la habitación. Fede respondió tartamudeando que esa era la habitación de su hermana. Leo que tenía un sentido del humor un poco más fuerte y frío que nosotros dos, comenzó a reírse y entre carcajadas dijo:
“¿Y la podemos ver? ¡Tranca Fedito que me le voy a tirar encima!
Abrí la puerta. Fedito se quedó atrás con cara de miedo. Leo y yo asomamos la cabeza despacito. Adentro estaba Paola. Cuando la vi por primera vez sentí cosas que nunca en la vida había sentido. Mi estómago se revolvió como loco, empecé a ponerme nervioso y transpirar más de lo normal, su sonrisa me había dejado encantado. Cuando apenas nos vio a Leo y a mí ella sonrió como si no viera a una persona hacía años. Se acercó corriendo preguntándonos si queríamos jugar a las muñecas con ella, ya que no tenía amigos que la acompañaran y Fedito se cansaba bastante rápido de jugar siempre con ella.
Podía escuchar a Fedito hiperventilarse en mi nuca. Leo había dejado de reírse desde que abrimos la puerta. Le dije a Paola que yo jugaría con ella y agarré la Barbie rubia y ella la morocha. Fede sonrió con satisfacción y se puso a jugar con nosotros con la Barbie pelirroja. Leo seguía parado en la puerta, duro como un maniquí, así que le pregunté si quería unirse a nosotros. Nos miró disgustado y dijo:
_“Al final Federico si escondía un monstruo en su casa.” Para luego irse golpeando la puerta.
Pasaron horas y horas, la tormenta ya había acabado y yo seguía allí jugando con Pao y Fedito hasta que la mamá de Fedito llegó del trabajo, ella entró a la habitación de Pao y nos vio jugar por algunos minutos hasta que notamos su presencia. Pensé que iba a estar enojada porque Fedito me había invitado a su casa y porque había visto a Pao, pero en realidad ella empezó a llorar mientras la mirábamos en silencio. Se acercó lentamente a mí , me abrazó de manera delicada y me dio las gracias.
Desde ese día cambiaron un montón de cosas en mi vida, empecé a ir más a la casa de Fedito de lo que él iba a la mía, siempre jugaba con Fedito y Pao, no me había hablado nunca más con Leo. Salía a la calle a dar paseos con Pao ya que antes casi nunca lo hacía, y por último empecé a sufrir burlas en la escuela porque me decían que era novio de un monstruo. Nunca me pareció rara la idea de sentirme atraído hacía Pao, la amaba demasiado.
- _”Bueno Mica, esa es la historia de cómo conocí al tío Fedito y de cómo me puse de novio con mamá. Tu mamá siempre fue especial, el hecho de que logró tenerte a vos me deja boquiabierto todos los días de mi vida. Ahora estamos tristes por su fallecimiento, lógicamente, pero si te pones a pensar, haber vivido sesenta años para alguien con síndrome de Down, es una locura.”
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