La encontró en el bulín y en otros brazos,
sin embargo, canchero y sin cabrearse,
le dijo al tiburón: “Puede rajarse;
el choma no es culpable en estos casos!”
Al quedarse bien solo con la mina,
buscó las alpargatas y, ya listo,
murmuró, cual si nada hubiera visto:
“Cebame un par de mates, Catalina”.
La grela, jaboneada, le hizo caso.
El tipo, saboreándose un buen faso,
la mateó, chamuyando de pavadas...
Y luego, besuqueándole la frente,
con toda educación, amablemente,
¡le fajó treinta y cuatro puñaladas!
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